martes, 5 de abril de 2016

Todo comenzó por el fin, de Luis Ospina: una fina carta de amor


Todo comenzó por el fin no es, de ninguna manera, un simple y aislado homenaje a Caliwood, sino que concede al cine colombiano en general una obsequiosa y fina carta de amor cuya cortesía también personifica un juicioso y pertinente llamado de atención a la célebre ingratitud del público colombiano.

Por Giovanny Jaramillo Rojas*

Esto también empieza por el fin: en un país tan culturalmente hermético y anticuado como Colombia sólo un cineasta como Luis Ospina puede darse el lujo de idear, realizar y estrenar  una película que, sin ningún tipo de vanagloria ni pedantería, supere con creces los doscientos minutos. Y es que no sólo se trata de idear, realizar y estrenar una película de semejante metraje, sino que también se trata de mantenerla, no en la cartelera de los cines más superficiales, snobs o comerciales del país, sino, precisamente, en uno de los lugares más difíciles e inaccesibles del público: su memoria.

Para nadie es un secreto que desde siempre el cine colombiano ha tenido un gravísimo problema que, por fortuna, de unos buenos años para acá, dejó de ser económico, temático, tecnológico, creativo o de producción. Nuestro cine sufre el peor mal de todos: la apatía y la indolencia del público. Un público que está alienado en la expectación y el aprecio de lo foráneo y que, por demás, vive completamente incapacitado para mirar hacia adentro y valorar lo propio. 

De esta manera, para que algo en materia de arte y/o cultura, sea estimado dignamente en Colombia –sin que esto garantice su triunfo, tiene que, paradójicamente, venir etiquetado e interpretado desde afuera. La experiencia inmediata de El abrazo de la serpiente y La tierra y la sombra, como otras tantas películas u obras de arte de distintas épocas, remachan inmarcesiblemente y con júbilo inmortal estas palabras en el concurrente y lamentable tablero de la idiosincrasia que nos convoca y determina como nación.

La vida y obra de Luis Ospina es loable y, antes de empezar con el reguero de comentarios sobre su más reciente obra, me gustaría desearle que después de la enfermedad que venció con tanto arresto, ojalá esta sea la primera de muchas otras películas que todos sabemos le faltan por filmar.

Ahora bien, Todo comenzó por el fin es un autorretrato documental que tiene tres excusas dramáticas claramente identificables que a su vez encierran tres argumentos autónomos auspiciados por el mismo telón, a saber: la historia íntima de las vidas y peripecias de los más esenciales del destacado grupo de Cali: Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina, personajes que, además de oficiar como las tres excusas dramáticas, son genuinamente reparados y reconstruidos desde la diversidad de reflejos y memorias de toda la jauría de artistas e intelectuales que hicieron –y hacen parte de aquella generación. 

Los subsiguientes tres argumentos cardinales sobre los que se mueve la hoja de ruta narrativa de la película, se pasean libremente de inicio a fin sobre la pantalla y los lució Luis Ospina en una camiseta que anduvo deambulando con desembarazo por la última edición del FICCI (Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias) la cual decía: Sexo, drogas y cine. Alocución que funcionó irreprochablemente bien a propósito de la memorable conjugación entre trabajo serio y diversión perpetua que, para la minúscula gloria del cine colombiano, legó una lista de casi medio centenar de producciones audiovisuales de todos los calibres y formatos, cuya calidad se ha hecho de obligatoria revisión no sólo para los nuevos creadores sino para investigadores, cinéfilos y lenguaraces de todo tipo. 

Andrés Caicedo y Carlos Mayolo, dos de los "excusas dramáticas" de la reconstrucción documental que hace Ospina del Grupo de Cali.

Por último, nos queda el telón de fondo, ese lugar que desempeñó el rol verdaderamente capital del film: ella, la muerte. La que se llevó tempranamente a Caicedo y tres décadas después a Mayolo y que por poco se lleva a Ospina. De hecho, según el propio director, ese enfrentamiento en primera plana contra la muerte justo en el inicio del rodaje de la película, fue el que lo llevó a reflexionar sobre la –su– vida y, posteriormente y en medio de los tratamientos y la difícil recuperación, la que soltó la infinita pesquisa para empezar a escudriñar en los anales de la prole de la que orgullosamente hace parte. El trabajo se prolongó durante cinco años de charlas, tropiezos, desencuentros, entrevistas, remembranzas y exploraciones de todo tipo de archivos hasta lograr consolidar el producto final y así proveernos de una detallada y fehaciente grafía del mito, del cual Ospina, específicamente, es un sobreviviente.

La autorrepresentación

No hay lugar a dudas de que Todo comenzó por el fin es el más personal de los trabajos de Ospina. Es una invitación a viajar en el tiempo, cuyo imposible retorno es más un trasiego historiográfico y memorial por los convulsionados setenta y ochenta donde el narcotráfico, la violencia, el cine, la anarquía y la rumba de las décadas en cuestión, son los condimentos que conforman el caldo de cultivo y la ulterior germinación de un relato airosamente autobiográfico que esquiva, con fluida elegancia, aquellos lugares comunes en los que es tan fácil caer cuando uno se refiere a sí mismo: la presunción y el narcisismo. 

Luis Ospina, la tercera "excusa narrativa" de su propio documental.

Sin embargo, la película tiene ciertos quiebres narrativos que por momentos desorientan y que de ninguna manera pueden pasarse por alto, uno de ellos es el vehemente y árido tono confesional que usa y que deja a la postre la extraña sensación de asistir más a una radiografía encadenada a parábolas de fantasmas, cuya redención es la que les permite que, no estando entre nosotros, justamente puedan estar más vivos que nunca. De igual manera, la fragmentación de los personajes centrales reconstruidos por las voces de otros– puede pasarse ligeramente como desmedida y hasta artificiosa. 

No obstante, considero que estas profusiones e incluso disyunciones son naturales y hacen parte de las fórmulas ensayísticas del director que, por ejemplo, también son desplegadas metódicamente en Andrés Caicedo. Unos pocos buenos amigos (el principal ascendente genealógico y estético de Todo comenzó por el fin), La desazón suprema. Retrato incesante de Fernando Vallejo y Un tigre de papel. A todo esto y como salvedad, vuelvo a remarcar que estos quiebres se excusan solos adquiriendo cierta licencia, gracias a la cuidadosa construcción del ritmo que tiene el film y que, sin más, pueden pasarse como auténticos y consecuentes gajes del estilo documental que profesa Ospina. 

Todo comenzó por el fin tuvo su estreno mundial en la cuadragésima versión del Toronto International Film Festival TIFF y, antes de aterrizar en Cartagena fue exhibida en festivales de Japón, México, España, Francia y Argentina. El documental está dispuesto en torno a una reunión de amigos que al reencontrarse empiezan a ascender por una espiral de efemérides y reflexiones sobre sus vidas enlazadas por el cine y en las cuales la única protagonista es la camaradería. En esta tertulia audiovisual podemos ver personajes que van y vienen por la narración confinados en anécdotas, alegrías, silencios y melancolías varias. 

Los mismos que conformaron la que podría ser la primera generación de cine urbano, testamentario y contracultural que se atrevió a filmar la marginalidad y a ficcionar críticamente los tabúes de una sociedad pacata, beligerante y conservadora como la colombiana. Personajes de la talla de Sandro Romero, Elsa Vásquez, Eduardo Carvajal, Patricia Restrepo, Beatriz Caballero, Vicky Hernández, Rodrigo Lalinde, Karen Lamassonne, Miguel González, Ricardo Duque, Oscar Campo, Ramiro Arbeláez y Liuba Hleap, entre otros, son los que nos hacen recordar, de viva voz, que Colombia no ha dejado de ser ese país bipolar en el que no hay inverosimilitud posible, y en el que ellos y sus estelares mártires, se abismaron a soñar abanderando sus respectivas sediciones y formidables ingenios, para dar rienda suelta a los universos estéticos y simbólicos que hoy celebramos.

A modo de conclusión y de comienzo todavía, lo nuevo de Luis Ospina puede leerse, verse, entenderse, etc., como una crónica retrospectiva y reconcentrada de la multiplicidad, no de las voces e imágenes que presenciaron la historia que se esmera por retratar, sino de las que la forjaron con terca perseverancia dándole dinamismo y sentido, con obras que, a diferencia de ellos, nunca van a morir y de las cuales muchas ya, como esta película, se incrustaron en nuestra memoria. Vamos a escuchar lo silenciado: Bendita sea la fiesta y el cine también.

*Estudió Sociología en el Externado de Colombia y, posteriormente, una maestría en Sociología de la Cultura en alguna universidad argentina. Actualmente trabaja como editor y redactor para revistas digitales y programas de radio independientes de arte, cultura y sociedad en Buenos Aires y Montevideo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Más de lo mismo: vivir de viejas glorias y autocelebrarse sin ningún sentido de autocrítica. Más endogamia, más rumba-rosca de compinches. Los niños ricos de Cali de los 60's y 70's haciendo ahora pornomiseria de sí mismos. Más valdría la historia de los silenciados, los que quedaron fuera de este "combito" y sus grupies y que no tienen cómo hacer un documental autoindulgente o alguien que se los haga por encargo. De "trasiego historiográfico" no tiene nada, pues qué se puede esperar si son ellos mismos quienes siguen insistiendo en escribir sus anécdotas y forzarlas al nivel de mito. Grupo vanidoso y autoinflado que ahora no tiene más que contar sus excesos de antaño ahora ya inmersos entre blandura de pensamiento, asimilación cultural y obediencia política.

Pedro Adrián Zuluaga dijo...

Sí, estoy de acuerdo con usted, también veo en Todo comenzó por el fin una visión, además de autoindulgente, recortada de lo que significó el Grupo de Cali. No se alcanza a entender de forma del todo clara, la enorme revuelta cultural que este movimiento trajo consigo: la transgresión de las fronteras entre lo culto y lo popular, entre lo local y lo universal. Prevalece el mito provinciano de drogas, sexo y cine, como si estas tres cosas fueran un fin en sí mismas. Pero la película suscribe un mito aún más peligroso: el del genio que nace de la nada, como una explosión, dejando en un plano secundario el contexto (artístico, político, urbanístico) que permitió el surgimiento de esta generación. Claro que Caicedo, Mayolo y Ospina fueron genios, pero antes que nada por su capacidad de sedimentar la época que les tocó vivir. Otro aspecto muy problemático es la manera como la película rememora la participación de las mujeres dentro del Grupo. Mujeres fuertes todas y con voz propia que aparecen casi siempre infantilizadas en este retrato, hay que decirlo, un poco patriarcal. Pero es imposible no reconocer que la película de Ospina tiene una hábil estructura, un saber del relato documental, un virtuoso montaje de materiales para narrar unas vidas atravesadas de principio a fin por el cine y para darle potencia emocional y alcance universal a a experiencias particulares. Un gran logro cinematográfico posible sin embargo de ser discutido en muchos niveles