martes, 6 de diciembre de 2011

Postales colombianas y Silencio en el paraíso: Colombia es pasión

Se exhiben en la cartelera comercial del país dos películas de ficción que coinciden en representar -y dar en ese sentido una versión acerca de- hechos paradigmáticos del anterior gobierno de Colombia, que tuvo entre otras muchas, la rara virtud de conciliar el desprecio casi generalizado de la clase artística e intelectual, de "esa gente que lee a los columnistas de opinión" -como dicen unos de los jefes de Postales colombianas- y se cree a su vez con derecho a expresar sus propias ideas sobre los actores del poder.

Esa coincidencia superficial es explicable dentro de las lógicas de la ansiedad por la memoria que vive el país; y significa al menos un salto de cualidad en relación con las narrativas de urgencia y las agendas políticas del documental colombiano. Pero las dos películas: Silencio en el paraíso de Colbert García, y Postales colombianas de Ricardo Coral Dorado, no se parecen en casi nada más; sus apuestas narrativas, estéticas y la posición que asumen  frente al material que tienen entre manos es casi opuesto.


Postales colombianas, de Ricardo Coral Dorado
Postales es una película de bajísimo presupuesto, y asentada en la confianza a un grupo de actores que aceptó rodar en muy pocos días, con diálogos naturalistas -especialmente por parte del trío de amigas protagonistas-, unas cuantas locaciones y un aire de frescura e improvisación, a pesar de que el montaje en sketches que se conectan, intente dar una idea de lo inexorable del azar o del destino, con cita borgiana de por medio.

El resultado es una película por momentos ingeniosa y casi siempre agradable de ver, a pesar de la crispación social que procura mostrar, y del generalizado miedo y hostilidad que le sirve de atmósfera. Las alusiones al gobierno anterior, las chuzadas, los falsos positivos, el odio de Uribe a la socialbacanería bogotana son directas y poco elaboradas y siempre están a un paso de caer en la banalidad. En su estreno durante el Festival de Cine Colombiano de Medellín en agosto pasado, donde la película tuvo el honor de ser la gala de inauguración del evento, no fueron pocas las reacciones de incomodidad o incomprensión ante una película que toma -decían no pocos espectadores formados en la dura representación de la realidad de cierto cine antioqueño- su material muy a la ligera, cuando el duelo por los hechos que cuenta ni siquiera ha tenido tiempo de elaborarse.

Ricardo Coral Dorado, un director nariñense que ha sabido moverse entre el mainstream (Te busco, Ni te cases ni te embarques) y las propuestas de look independiente (La mujer del piso alto, Posición viciada), vuelve a hacer una apuesta como la que ya había emprendido en Una peli (2007), un filme rodado en Barcelona, entre sectores contestatarios de esa ciudad, la misma fauna social que le daría color a la protesta de los indignados en España y otros lugares del mundo. En Postales colombianas Coral Dorado demuestra que tiene capacidad de observación, sentido crítico de la realidad, y que sabe reírse de su propio círculo sin llegar a despreciarlo o a ponerse moralmente por encima. Pero me temo que eso no es suficiente para hacer un filme perdurable.

Silencio en el paraíso, en cambio, revela muy claramente la procedencia de su director, Colbert García, formado en el documental (Comunidades de paz es el título emblema de su acercamiento al "cine de lo real"). La película confía en una puesta en escena realista (una locación fácilmente reconocible en sus detalles, actores desconocidos y una preocupación por el presente histórico) para llevar progresivamente al espectador a conocer el rostro más horrible que ha tenido la guerra en Colombia, la manifestación de la degradación de los actores en conflicto y la indefensión de la población civil que está en el medio. Y lo hace comprometiéndonos con unos personajes y sus pequeños sueños (un poco de felicidad, una pareja, un trabajo), para luego hacernos sentir la fuerza de la maldad que los destruye.

Silencio en el paraíso, de Colbert García

Como No todos los ríos van al mar, el cortometraje de Santiago Trujillo, Silencio en el paraíso demuestra que la pobreza, el desplazamiento forzado, los márgenes sociales que conviven en Bogotá con la ciudad tradicional y aparentemente normatizada, se pueden mostrar con empatía y solidaridad, sin los distanciamientos y deformaciones que impone la comedia o la no pocas veces falsa y forzada indignación del documental o el reportaje televisivo.

Pero lo anterior no quire decir que estas películas sean puntos de llegada, rompimientos o inversiones artísticas de gran calado. Tampoco son un posicionamiento político del cine colombiano a pesar de que sus temas son políticos. Es apenas un cine de reacción inmediata y supervivencia. Lo que muestran estas películas habrá que mostrarlo una y otra vez, de muchas otras maneras. Es apenas el comienzo de la única saga que en este país parece posible.

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