miércoles, 19 de noviembre de 2014

Memorias del Calavero, Infierno o paraíso y Mambo Cool: tres películas al margen

Con pocos días de diferencia, coinciden en la cartelera de cine del país tres películas colombianas que filman personajes ajenos al orden del trabajo y el progreso, o para decirlo con palabras más cargadas de ideología, sujetos marginales, subalternizados por la sociedad normalizada. Infierno o paraíso de Germán Piffano, Memorias del Calavero de Rubén Mendoza y Mambo Cool de Chris Gude.

Mambo Cool, de Chris Gude.
En términos muy esquemáticos se trata, en su orden, de un documental, un ensayo híbrido y en sí mismo inclasificable y una ficción. Pero la sola mención de estas categorías, demuestra el reducido horizonte en el que se encierra al espectador si se sigue el juego de las clasificaciones genéricas. Dos de las películas, Infierno o paraíso y Memorias del Calavero dialogan directamente entre sí, al punto de que la segunda incluye material de la primera grabado en el barrio El Cartucho, antes de su demolición. Y las tres películas comentan y amplían la robusta tradición del cine colombiano sobre personajes marginales. Memorias del Calavero saluda y homenajea en múltiples niveles a Agarrando pueblo de Carlos Mayolo y Luis Ospina; el universo de entornos y personajes de Infierno y paraíso alguna vez interesó a Víctor Gaviria, y los espacios y personajes de Mambo Cool son inseparables del imaginario recreado por el director antioqueño.

Memorias del Calavero, de Rubén Mendoza.
La obsesión por representar lugares y personajes fronterizos puede tener muchas explicaciones, entre ellas el hecho constatable de que las herramientas audiovisuales siguen estando en las manos de una clase media que aunque tenga algunos privilegios siempre es sacudida por el miedo de perderlos. Una clase conservadora en sus prácticas sociales y que probablemente vea con nostalgia el salto al abismo de estos personajes, como proyección de su propio deseo o su propio miedo. Esta condición pareciera imponer un punto de vista siempre desde afuera, aunque se matice con las coloraciones de la compasión, el interés antropológico o la construcción consensuada del sentido de lo que se representa.

Las tres películas, sin embargo, más allá de sus coincidencias, revelan un campo de tensiones, una heterogeneidad a la hora de resolver los dilemas de la representación. Infierno o paraíso se aproxima por momentos a una “narrativa de la redención”, aunque la trayectoria de su personaje, un ex habitante de El Cartucho, tiene suficientes fisuras y contradicciones que le permiten escapar de esa trampa y la valentía de mostrar los costos de salir del “infierno” hacia el improbable paraíso de la normalidad (el precio de formar una familia, pagar una hipoteca, asumir responsabilidades adultas, cuidar de sí y de los otros). Memorias del Calavero, por su parte, es estructural e ideológicamente una película mucha más compleja. El que nunca sea lo que parece abre posibilidades de interpretarla como un memorial sobre la estafa: la estafa de las promesas sociales, la estafa constitutiva del cine y la doble estafa del cine documental, la estafa de su personaje principal y su falta de misterio. Pero este análisis se desarrollará en otro lugar.

Infierno o paraíso, de Germán Piffano.
De las tres películas es Mambo Cool la que intenta con mayor agudeza evadir la trampa que supone idealizar lo marginal o presentarlo como el acceso a una experiencia más cara, esencialmente otra en la medida en que funciona como la sombra de nuestra experiencia de sujetos alienados por el trabajo y oprimidos por las promesas del orden. Y lo logra mediante la pura autorreferencialidad del paisaje que muestra. La película de Chris Gude (estadounidense que vive en Medellín) construye un huis-clos, un entorno cerrado y autosuficiente donde varios personajes actúan como las partes de un sistema que individualmente no significarían nada. Mambo Cool propone un código de representación alejado del realismo que ha caracterizado el cine sobre Barrio Triste y Los Puentes, zonas “deprimidas” del corazón de Medellín que albergan una galería de tipos sociales que el cine ha explotado y sobreexpuesto. ¿Cómo lograr devolver un cierto tipo de “aura” a estos ambientes y estos seres que parecen vivir fascinados por su propia ruina?

La propuesta estética de Gude consiste en ocultar cualquier referencia al exterior de ese mundo y, de hecho, toda indicación que nos haga pensar más allá del cine. Encuadres cuidados, diálogos antinaturales y sentenciosos, ángulos de cámara que no ocultan la presencia del cine, actuaciones hieráticas. En este mundo artificioso no hay desarrollo de caracteres de acuerdo con la ilusión del cine tradicional y las promesas psicológicas en las que este se apoya. En Mambo Cool los personajes son una pura superficie sin individualidad. No hablan por sí mismos sino que son hablados por sus circunstancias y eso permite que al final de todo estemos ante la presencia de un sujeto cultural más allá del yo burgués o de clase media, un personaje colectivo como el que buscaba el cine de Víctor Gaviria por el camino de su irrenunciable realismo.

La película de Gude construye, no obstante, un clarooscuro moral, comentado eficazmente por la iluminación y la fotografía. En este mundo paralelo al otro mundo que nunca se muestra pero que cada espectador lleva consigo, no todo da igual ni es automáticamente intercambiable. Allí hay dilemas, esperanzas, agonías que no están sin embargo asociadas a la no pertenencia de estos sujetos a la sociedad normalizada. En verdad, no hay nada que extrañar de esa otra sociedad, pero tampoco hay nada que celebrar en esta. No se cae en lo evidente, aunque la evidencia tenga en sí misma una fuerza cuestionadora, como en Infierno o paraíso. Ni en la pueril celebración del anarquismo y el canto a la relatividad de la verdad y los hechos, que siempre supone una derrota moral y política como en Memorias del Calavero. En Mambo Cool queda claro lo que Rubén Mendoza se esfuerza tanto por decirnos en su película: que toda persona es una máscara y un personaje una máscara amplificada.

La inteligencia política y estética –y por tanto ética– de Mambo Cool consiste en considerar ese mundo marginal en su propia lógica, en su eventual poesía, sin imponerle lo que André Bazin llamaba nuestra “mugre espiritual”.   

Ver trailer de Mambo Cool: