miércoles, 11 de julio de 2012

La geografía íntima de Jhonny Hendrix, director de Chocó

A menos de tres semanas del estreno comercial de Chocó, publicamos esta entrevista con el director y productor Jhonny Hendrix, realizada por la periodista y actriz argentina Patricia Carbonari en el pasado Festival de Cine de Cartagena, donde esta opera prima tuvo su primera exhibición en Colombia.

Por Patricia Carbonari

Chocó es uno de los treinta y dos muy bellos departamentos de Colombia y el único con costas en los dos océanos. Alberga una de las regiones más lluviosas del planeta. En este escenario, ubicado al noroeste del país, algo querrán decir sus lluvias, algo también el abrazo del mar. Esta geografía habla quizás de su alegría, de su musicalidad, de su fertilidad.
Chocó es, también, una de las tierras olvidadas de su patria, como muchas otras de nuestra Latinoamérica profunda, comarcas donde se hacen protagonistas la desigualdad, la pobreza, la invisibilidad.
Chocó es, además, el título del film que abrió la 52 edición del Festival Internacional de Cine de Cartagena y que pronto tendrá estreno comercial en Colombia, para su público, todavía algo refractario a un cine que de a poco se está haciendo cargo de mostrar y de mostrarse.
Chocó es el nombre de la protagonista de ese film, una mujer como tantas, aunque decidida a romper con algunas tradiciones, a desafiar arcaicas estructuras binarias, donde reina un amo y se somete un esclavo.
Chocó es la ópera prima, profunda y sin estridencias, de Jhonny Hendrix. En medio de las urgencias festivaleras, este joven productor, seducido por la dirección, nos contó porque abdicó de la postal turística y se internó en la geografía íntima de su pueblo.

Patricia Carbonari: ¿Por qué elegiste este escenario para filmar?
Jhonny Hendrix: Porque allí nací. Era muy fácil contar, creo yo, algo que conozco, que he vivido, la pequeña sociedad de la que hago parte.

P.C: Y en ésta, tu pequeña sociedad, ¿por qué crees que hay tanta indiferencia a reflexionar acerca del lugar al que se ha desplazado a la mujer?
J.H: Creo que hay una guerra de poderes, que ha venido de generación en generación. La película realmente plantea algo que es cultural; yo no veo al hombre que le pega a la mujer como alguien que subyuga, lo veo como una víctima; realmente, creo que ambos son víctimas: ella porque es la que recibe los golpes, obviamente, y él porque esta sociedad lo ha educado en esta tradición. Mi padre siempre me decía que el hombre nace bueno y es la sociedad la que lo corrompe y creo que es así.
El hombre es culpable de no razonar, de no preguntarse ¿esto que me están diciendo es tan así?, porque siempre nos han inculcado que está bien lo que nos dicen en la universidad o en el colegio o nuestros padres cuando teníamos cinco años o...lo que leemos en los diarios. Todas las instituciones en general deben ayudar a cambiar conceptos tan internalizados.
Yo sufro el racismo todo el tiempo, me da mucho pesar la gente que cree que ser negro es malo o es bueno, o lo que sea, creo que es la cultura la que te lleva a...

Karent Hinestroza, protagonista de Chocó
P.C: A estigmatizar...
J.H: Sí, en ese sentido creo que es importante hacer películas como ésta que por lo menos te permitan sentir algo distinto y ese sentimiento a la vez te permita evolucionar, mejorar como persona, tomar otros caminos.

P.C: ¿Y en qué momento vos pensás que está Colombia ahora? En la Argentina, por ejemplo, estamos viviendo un proceso de inclusión que nos permite escuchar voces históricamente acalladas, hablar de los temas que nunca eran puestos en la vidriera.
J.H: Yo creo que lo bueno es que se está empezando a hablar, se está invitando a pensar. Era el momento para que apareciera una película como ésta, para que el tema también llegara a hablarse en términos artísticos, porque en términos de arte hay un fuerte machismo, hay una falta de credibilidad sobre lo que hace la mujer. Que se hable de estas cosas ya es un comienzo pero, lastimosamente, va a llevar mucho tiempo. Mi deseo es que la película ayude y hablemos lo suficiente como para que logremos avanzar. No hay que seguir alimentando una guerra, quién puede más, tenemos que empezar a entendernos y a acercarnos. Creo que en Colombia nos estamos manifestando.

P.C: Cuando entré al país vi un cartel, que luego volví a ver en las plazas y en las calles, y allí me di cuenta que hacía parte de una fuerte campaña publicitaria en favor de la conciencia del desarme ciudadano. ¿Armar o amar? se preguntaba, con un dedo en forma de pistola del que se desprendía un corazón. Me llamó mucho la atención y pensé que tener que desandar estos caminos va a ser muy arduo.
J.H: Sí, claro, la película habla también, más sutilmente, de esa violencia que se vive a diario; en un momento el niño le dispara a la niña y muy pocas personas notan esa escena, ¿sabes por qué? Porque se naturaliza, les parece un juego normal, es que desde pequeños se les enseña a disparar. Hay que verlo desde la educación, el cambio tiene que venir desde ahí.

P.C: Hay otro tema que evoca la película y tiene que ver con la minería y el medio ambiente. La necesidad de dar esta discusión, de reflexionar sobre la hostilidad en la que podemos llegar a vivir en un ambiente altamente contaminado, se impone. Porque aunque nos igualemos como personas, en un ambiente poluido va a ser difícil que convivamos.
¿Crees que existe, en este país o en cualquier otro, la posibilidad de sostener la minería artesanal?
J.H: Creo que no, siendo sincero; pero a su vez creo que las peleas hay que darlas, siento que el poder económico es demasiado grande como para lograr que una pequeña comunidad en un país como Colombia le ponga cuidado a los mineros artesanales, es una actividad que está condenada a la extinción porque hay intereses económicos muy fuertes de por medio y mucho territorio. Es preocupante, se están entregando muchas tierras a las multinacionales, y esto es muy difícil contrarrestarlo. Todo está plagado de mineros, legales e ilegales, además, al ser territorios selváticos, se complica si no hay control.

Patricia Carbonari y Jhonny Hendrix

P.C: ¿Querés resaltar un importante grado de anomia?
J.H: Sí, diría un descontrol total.

P.C: Lo que sí está bajo control en tu film es la fotografía, que juega un rol decisivo ¿La pensaste en función de realzar los contrastes de esos territorios?
J.H: La fotografía me importaba desde el principio; siempre le pedí a Paulo (Pérez) que trabajara con una fotografía simple. Yo quería una cámara muy observadora pero que no tuviera tanto protagonismo. Primero hay que ver a los personajes y luego sentir la fotografía. Desde esa perspectiva soñé la película, así era como yo la quería.

P.C: Algunas escenas, las más densas en su contenido de violencia, si bien no están en fuera de campo, gracias al trabajo de iluminación, es como si lo estuvieran.
J.H: La iluminación es natural, pues la consigna era “no quiero iluminación artificial”. Paulo se preocupó por lograr una mirada contemplativa del lugar, del entorno, una observación tenue que no manipulara los escenarios reales.

P.C: El peso de estos dos recursos, tan caros al cine, me provocó cierto distanciamiento; surgía en mí la necesidad de aislar a esos personajes concretos, de su caracterización propia, para convertirlos en todas las mujeres de Chocó o en todos los hombres de Chocó.
J.H: Para mí la fotografía estaba siempre atada a la observación del lugar, los personajes debían divagar, caminar y hacer su vida en ese entorno para luego permitirnos acercar de a poco la cámara y entrar en sus mundos, en esas casas donde iban a ocurrir otras cosas.

P.C: Recurriendo a algunas elipsis...
J.H: Sí, claro, siempre es más fuerte lo que no se ve, por eso decidí que algunas situaciones no se debían mostrar.

P.C: ¿Cómo fue la respuesta de la gente, tu contacto más allá del clima tan particular que se genera en los festivales?
J.H: Yo no esperaba nada, quería dejarme sorprender y el público fue generoso, la aplaudió, la amó; yo soy conciente de que no estamos acostumbrados a ver este tipo de cine, más bien tenemos los gustos estereotipados y por eso la sorpresa fue mayor.

P.C: Vos, hasta ahora, has sido productor ¿cómo se hace para abandonar los vicios de una actividad al encarar otra como es la dirección?
J.H: Nunca los abandoné; a veces pensaba como productor, era inevitable, pero también soy un enamorado de contar historias. En Colombia es muy difícil llegar a ser director siendo negro, digo, afro-descendiente, a mí me ayudó mucho mi tarea de productor para “legitimarme en el medio”.

P.C: Y para despedirnos, contáme acerca del trabajo con los niños, ¿cómo te plantaste frente a ellos?
J.H: Bueno, les propuse un juego y jugamos y nos divertimos; cuando ya habíamos ganado confianza, ellos me asumieron como padrino; también ayudó mucho que mi hijo, uno más de ellos, fuera asistente de dirección; era muy fácil decirles como resultaba mejor moverse o que cosas me parecían apropiadas y cuáles no, no necesité aportar mucho más. El rol de Karent (Hinestroza), la actriz principal, era provocar cierta reacción en los niños. Ellos naturalmente saben de música, de movimiento, de ritmo; sus cuerpos están dados para el arte, te das cuenta cuando los observas, tienen facilidad para liberarse, y ahí está, eso es arte. Abreviando, los adultos debían saber lo que iba a pasar, los niños resolvían con mucha naturalidad.

P.C: Bueno, quizás sea por eso que está presente la idea de coralidad, sugerida espontáneamente por los cantos del lugar.
J.H: Sí, claro, es que...todo el pacífico colombiano es música.

Y sí, en esta tierra musical, el cine viene despertando a los acordes, a los contrastes de su identidad, y espera, paciente, un lugar. Porque sabe que no es la impaciencia lo que le hará recorrer las grandes salas del mundo y pisar la alfombra roja de los grandes festivales, sino el deseo de reflexionar sobre sus historias más simples, las de adentro, historias como está o la de El vuelco del cangrejo o de la reciente Porfirio, que, aunque sea una coproducción y nos recuerde al cine del mexicano Carlos Reygadas, es también muy colombiana.

Quizás, a priori, no sean películas como éstas las que los latinoamericanos ansiamos ver, porque hablan de todo aquello que nos avergüenza, de aquello que resalta nuestra inmadurez como pueblos, de nuestra falta de solidaridad, de nuestras costumbres arcaicas, pero son, también, las que nos comprometen y nos interpelan.

Habrá otros títulos, de factura reciente, que no he podido ver por encontrarme (como se encuentran todas nuestras cinematografías) merced al antojo de las grandes distribuidoras lacayas del mercado, que eligen, sin que se les mueva una pestaña, el cine que “debemos ver”. Por esos títulos que por ignorancia no he nombrado, y que merezcan mención en este nuevo periplo que el cine colombiano ha encarado, pido disculpas...y me despido.