lunes, 31 de enero de 2011

Los espejismos de un argumento: Lisandro Duque renunció a ser jurado en Cartagena, aunque se reintegró

A través de su página en Facebook, el director colombiano Lisandro Duque Naranjo, renunció a su participación como jurado en el Concurso de Televisión del 51 Festival de Cine de Cartagena, próximo a realizarse. Horas después aceptó reintegrarse.

Transcribo aquí las palabras iniciales y la retractación de Lisandro Duque, que mantienen el tono de lo que ha sido su participación pública en los debates del cine colombiano reciente, siempre blindándose en supuestos privilegios adquiridos por su carrera y edad, que la discutible calidad de películas suyas como Los actores del conflicto dejan sin piso o justificación. Duque Naranjo ha promovido la creación de una categoría de óperas mayores en las convocatorias del FDC, que estaría destinada a premiar a directores con trayectoria, y ha demostrado poca generosidad con los realizadores jóvenes.

Los argumentos que expresó en la primera misiva pública fueron además de todo inexactos. La retractación, cuando se entera de las cifras en disputa para la competencia de películas colombianas, donde un nuevo filme suyo cabría, parece demostrar claramente qué es lo que tan aguerridamente defiende Lisandro.

El Festival de Cartagena, al cerrar su competencia iberoamericana a la primera, segunda o tercera película de un director, tomó una decisión con total independencia y a mi parecer con criterio acertado, reconociendo las tendencias del cine mundial y las posibilidades de maniobra de su gestión de películas, que desde luego no son infinitas. Pero no está cerrando la participación de la cuarta, quinta o sexta película de un director en secciones alternas a la oficial iberoamericana, como Lisandro mismo reconoce en su retractación. Simplemente, en todo su derecho, Cartagena le está dando un perfil a su competencia principal.

La decisión de Lisandro Duque merece todo el respeto, pero en mi caso, la misma -es decir muy poca- solidaridad que él expresa por las nuevas generaciones. Una actitud poco conveniente en quien es director de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Colombia, y uno de los gestores del nuevo programa de cine de la Universidad Central.

También pueden ver la declaración de Duque Naranjo directamente en Facebook:

http://www.facebook.com/notes/lisandro-duque-naranjo/renuncia-de-un-jurado-del-festival-de-cartagena/122207671185087

Primera misiva de Lisandro Duque Naranjo al Festival de Cartagena:

A manera de introducción de un debate público que pretendo profundizar próximamente, comparto con la red facebook este mensaje que les envié a los jurados del concurso de televisión del 51 Festival de Cine de Cartagena. Mis compañeros y compañeras de jurado fueron: Florence Thomas, Paola Villamarín, Sara Araújo, Maribel Abello, Alberto Salcedo.


Queridos Manuel Lozano, Jennifer Saldarriaga y miembros del jurado de televisión del Festival de Cine de Cartagena: reciban mi atento saludo. Con la presente, les informo que renuncio a mi condición de miembro del jurado que compartí con ustedes. El motivo no es otro que la decisión del Festival de Cine de Cartagena de comenzar a admitir en ese evento, en su parte cinematográfica, solamente operas primas o máximo hasta la tercera película de los realizadores participantes. A mi juicio, esa nueva orientación del festival constituye una exclusión contra quienes, a lo largo de la existencia del certamen, hemos tenido el honor y el placer de exhibir nuestras películas ante el público cartagenero, y en gran parte, a causa de los estímulos obtenidos allí, haber tenido el privilegio de llegar a una cuarta, o quinta, o más películas. Eso es arbitrario. En mi caso, siento que el festival le cierra las puertas a una posible sexta película de mi autoría, y desde luego al resto de cineastas, colombianos e iberoamericanos, que por haber pasado ya de nuestra tercera película no clasificamos para ofrecerles nuestras obras al público de la hospitalaria ciudad.

Tengo muchos más argumentos para exponer al respecto, pero prefiero exonerarlos a ustedes de tenerlos que leer por el momento. Sé que un grupo humano y profesional, tan competente como el que ustedes conforman, entenderá que no me queda bien participar de un jurado, en cualquier modalidad, cuando pretendo ampliar en los próximos días mis argumentos cuestionando la inaceptable determinación de las autoridades del FICCI. Un abrazo, y fue un placer la encerrona deliberativa que compartí a su lado el pasado fin de semana. Aprendí mucho del talento y la responsabilidad que ustedes prodigaron en esas reuniones. En cuanto a Manuel y Jennifer, gracias por la eficiencia y lujo de trabajo con que cumplieron su gestión coordinadora. Atento saludo, Lisandro Duque Naranjo.


Retractación de Lisandro Duque Naranjo:



Por haber publicado en esta red mi renuncia al jurado de televisión del Festival de Cine de Cartagena, motivada en el hecho de que la muestra oficial de cine solo aceptará directores de máximo tres películas –es decir, un festival de casi óperas primas–, me siento en el deber de darle continuidad pública a las informaciones que se desprendan de mi decisión.
Fui llamado por la directora del Festival, y por la gerente del mismo –Mónika Wagenberg y Lina Rodriguez, respectivamente–, quienes me ratificaron que en efecto la competencia oficial tendrá esa característica que motivó mi protesta. Sin embargo, a manera de atenuante, ambas me pusieron al tanto del tratamiento que recibirán el resto de películas colombianas, independientemente del número de obras que tengan en su haber sus respectivos directores.
Al efecto, Mónika Wagenberg me dijo que las películas que comparezcan a la Muestra “Colombia al 100%”, serán exhibidas en el Centro de Convenciones –si constituyen estrenos, por supuesto–, en horarios importantes. Y que todas serán juzgadas por un jurado especial, concediéndosele a la ganadora un premio de veinticinco mil dólares.

Aunque sigo en desacuerdo con que el concurso iberoamericano se restrinja a directores que no excedan de su tercera película, les reconozco a las nuevas directivas del Festival su ánimo abierto al debate.
En este momento, y siempre y cuando la comunidad fílmica colombiana se manifieste a través de esta red, o se invente otras, aspiro a que el debate desborde mi modesta condición individual. Cualquier discrepancia, sea respecto a mi criterio o al del Festival, enriquecerá el horizonte de nuestra cinematografía.
Mientras tanto, y sin prescindir de las objeciones que he expresado, acepto la solicitud de la dirección del festival de que continúe como jurado en el área de Televisión del Festival. Ser jurado no me obliga a ser indiferente ni acrítico.
Lisandro Duque Naranjo.

viernes, 28 de enero de 2011

Recomendado de la semana: El gran concierto

En el ensayo de prensa de El ganador (The Fighter), la multi nominada película dirigida por David O. Russell, un colega comentó al final de la proyección que era una lástima que el protagonista finalmente se llevara el título mundial de boxeo en su categoría. Este curioso comentario es sintomático sobre cómo muchas veces la supuesta seriedad y calidad de las películas se mide por el nivel de escepticismo o sufrimiento que transmitan. La felicidad y el triunfo resultan, al parecer, sospechosos.

Pero lo cierto es que hay muy poco felicidad en El ganador y abundantes señales de fracaso y horror político en El gran concierto (Le Concert), una película de producción francesa dirigida por un judío rumano, que empieza hoy su segunda semana en la cartelera colombiana. El hecho de que a pesar de todo, los espectadores puedan encontrar cierta satisfacción en ver esta película, no debería merecer su rechazo. También se va a cine a reír, a vengarse de la vida, a recuperar el aliento.

Críticos no especialmente duros (pongo un sólo ejemplo: Peter Bradshaw del londinense The Guardian), han denostado de la película de Radu Mihaileanu (El tren de la vida, Vete y vive, nunca estrenadas en Colombia) porque echa mano de estereotipos (rusos borrachos, mafia poscomunista, judíos que cobrarían una deuda con un pedazo de cuerpo del deudor) y manifiesta un respeto reverencial por la música de Tchaikovsky.


Respecto a lo primero habría que ver la película como lo que es: una comedia donde el uso y abuso de estereotipos está en buena medida justificado, pues configura el estilo propio del filme. Además, la mirada de Mihaileanu está soldada a varias tradiciones culturales y evoca influencias del Klezmer judío, el desparpajo gitano, el volkgeist ruso y en general de la recia e impresionante amalgama cultural centroeuropea que otros directores como Kusturica representan tan bien. 

Reconocer trazos de ese mundo -de fuerte arraigo a pesar de las mil humillaciones- en las actitudes, la música y los rostros de los personajes de esta película es una gran felicidad, y no impide ver detrás de toda esta resistencia la mano igualmente poderosa y destructiva de los totalitarimso del siglo XX, especialmente los dos que se ensañaron contra Rusia y la Europa Central y Oriental: el fascismo y el estalinismo.

El cine de Mihaileanu ha expresado la particular historia de los judíos en el siglo XX, poniendo el acento no el dolor y la destrucción de la Shoah sino en las múltiples supervivencias que fueron posibles en el entorno de ese acontecimiento límite. De esta manera, se aleja tanto de aquella actitud que Saramago denunciaba como "rentismo del holocausto" como de cualquier otro signo de ofuscación o sospecha de sionismo. El gran concierto, que supone su acceso a un cine más comercial y exitoso, no traiciona las convicciones fundamentales de Mihaileanu

El filme muestra la reivindicación de Andrei, un músico del Bolshoi que cae en desgracia con el premier ruso Leonid Brézhnev, cuando se solidariza con los músicos judíos de su orquesta, a quienes el líder comunista pretendía expulsar. Años después, en la Rusia poscomunista -y evidentemente plagada de mafiosos y degradada en su tejido social- el héroe del filme encuentra la manera de vengarse de la historia -y de la vida- tocando en París mediante un extravagante plan de suplantación de la orquesta del Bolshoi, a la que ya no pertenece.


Eso sería todo si uno se atiene a la reseña, pero las virtudes de esta película se asientan en los pequeños gestos y detalles que revelan, saltando por encima de los estereotipos, un gran afecto por todos y cada uno de los integrantes de la banda de músicos que acompaña al protagonista en su aventura en París: los viejos y derrotados integrantes de la orquesta.

Que Tchaikovsky sea lo que los reúne y reivindica -y lo que conecta a Andrei con una historia especialmente dolorosa del pasado, encarnada por la bella Mélanie Laurent (Bastardos sin gloria)- no debería despertar tantas sospechas de los críticos investidos de seriedad. ¿No es su música también un intento de encontrar la unidad imaginable en el arte e imposible en la vida? Quizá tienen un mérito mayor del que les reconocemos aquellas películas que imaginan un oasis en un desierto de lágrimas.

Ver trailer:


miércoles, 26 de enero de 2011

Con buena pinta se lanzó Festival de Cine de Cartagena

El lunes pasado se lanzó oficialmente en Bogotá la edición 51 del Festival Internacional de Cine de Cartagena-FICCI, que irá entre el 24 de febrero y el 3 de marzo. Muchas cosas merecen destacarse de lo que se anunció en este lanzamiento, pero todas ellas se resumen en la sensación inequívoca de que Cartagena puede ir en camino de posicionarse como un festival importante en la región, y como cita imprescindible del cine iberoamericano, al nivel de Guadalajara, por poner un ejemplo. Tiene como aval una larga historia -aunque llena de altibajos-, y el hecho de desarrollarse en una ciudad insuperablemente bella que atrae como un imán. Pero eso nunca fue suficiente para garantizarle al festival un carácter propio y una respetabilidad en el cada vez más exigente circuito de festivales.



El evento del lunes fue también la oportunidad para la "presentación en sociedad" de la nueva directora del evento: Mónika Wagenberg, una colombiana bastante fogueada en los escenarios de la gestión audiovisual y los festivales de cine, y que enhorabuena llega al evento. No temo ser frívolo al decir que esa "repatriación" es lo mejor que le pudo haber pasado al Festival de Cartagena. En Colombia, los eventos culturales tienen un grave problema que quizá corresponda a un rasgo de la idiosincracia nacional: dependen demasiado de ciertas figuras rectoras que personalizan los eventos. Ocurrió durante largo tiempo con el Iberoamericano de Teatro y Fanny Mikey, con los festivales de opera y Gloria Zea, y en el campo audiovisual puede estar ocurriendo en los casos del Festival de Cali y Luis Ospina, y el de Santa Fe de Antioquia y Víctor Gaviria. El mismo Festival de Cartagena vivió a expensas de Víctor Nieto y su familia durante más de cuatro décadas.


Es claro que ese modelo resulta bastante provinciano aunque no es ni mucho menos exclusivamente nuestro (para poner dos ejemplos está el Festival de Tribeca en torno a Robert de Niro o antes de él Sundance con el infaltable auspicio de Robert Redford). Pero más temprano que tarde los eventos deben encontrar ciertas formas institucionales que los protejan en el tiempo y, sin desconocer la importancia del norte y liderazgo que puede darle una persona, consolidar equipos fuertes que conciban la importancia del esfuerzo colectivo.

Escuchar a Wagenberg el lunes pasado fue un verdadero placer por la manera como resaltó algo que se cae de su peso pero que no está de más repetir: que el centro de los festivales son las películas y en ellas se debe concentrar el esfuerzo mayor. Todo lo demás es accesorio. La nueva directora hizo una sucinta presentación de la selección oficial, las muestras y los distintos apartados del festival. En la selección oficial, centrada como es tradición, en la producción iberoamericana, hay un cambio significativo: las películas incluidas coinciden en ser entre la primera y la tercera película de un director. Es un camino intermedio entre ser un festival de óperas primas en la competencia oficial (como es el caso de Bogotá) y reconocer con este gesto la importancia del cine joven y la manera como directores de reciente apararición están poniendo patas arriba la estética y la industria del cine.

Tres películas colombianas están en la Competencia Oficial: Todos tus muertos, de Carlos Moreno, que se está presentando en Sundance en este momento; Karen llora en un bus, de Gabriel Rojas Vera, seleccionada en el Forum de la próxima Berlinale, y Los colores de la montaña, de Carlos César Arbeláez, ganadora del premio Kutxa-Nuevos Directores en San Sebastián 2010 y que será además la encargada de abrir el certamen. Otros ocho largometrajes colombianos entre ficción y documental estarán en la sección paralela Colombia al 100%. Entre ellos llaman mucho la atención Pequeñas Voces, la animación dirigida por Jairo Carrillo y Oscar Andrade que estuvo en Venecia 2010; Pablo's Hippos, el documental dirigido por Antonio Von Hildebrand con la participación de Antonio Caballero y en torno a la figura de Pablo Escobar; Apaporis, en busca del río, de Antonio Dorado, y En coma, de Juan David Restrepo y Henry Rivero.

La participación de México como invitado de honor (con una abundante participación de películas de ese país en las distintas secciones) reconoce la vitalidad y ascendencia del cine mexicano, que en palabras del simpático embajador "pasó de las fichas, las cantineras y los albures que se repetían en el cine posterior a la época de oro, a un cine moderno y tan complejo como la sociedad mexicana actual".

Habrá dos retrospectivas dedicadas respectivamente al mexicano Nicolás Pereda y el francés Olivier Assayas. El primero es un jovencísimo director que ha trabajado entre México y Canadá y que con menos de treinta años tiene ya cuatro largometrajes, de un lenguaje muy personal aunque conectado a las corrientes más renovadoras del cine internacional. Tres de ellos se habían exhibido en 2010 en el Festival de Cine Sinfronteras del Valle de Aburrá. Assayas resulta mucho más conocido, gracias a otros festivales del país y a que dos de sus películas (Los destinos sentimentales y Las horas del verano), tuvieron distribución comercial. Quedamos pendientes de que se confirme la exhibición de la monumental última obra del director francés: Carlos, inspirada en la vida del terrorista Ilich Ramírez Sánchez (El Chacal) y reconocida como uno de los mejores títulos del cine mundial en 2010.

Por último, en la sección Gemas dedicada a los grandes estrenos internacionales con énfasis en las ganadoras de los festivales de 2010, tendremos oportunidad de ver títulos como Poetry del coreano Lee Chang-dong, Bal de Semih Kaplanolu (Turquía) y De dioses y hombres, la extraordinaria película del francés Xavier Beauvois sobre un grupo de monjes en medio del fuego cruzado de los fundamentalismos políticos, y que está a punto de arrasar en los premios César del cine galo.

Ojalá todo este esfuerzo curatorial (que había empezado en años anteriores en cabeza del crítico antioqueño Orlando Mora) se vea compensado con una organización que le haga justicia. De ser así, Cartagena terminará siendo un programa irresistible para cinéfilos colombianos y de otros lugares del mundo. El componente industrial del Festival ya ha venido en alza en los últimos años y se reafirma en 2011 con la VI versión del Encuentro Internacional de Productores y el II Taller de Pitch Documental. Si Cartagena se posiciona como un evento a la vez de la cinefilia y de la industria, Cali mantiene su vocación de ser un lugar de culto a un cine sin concesiones y Santa Fe de Antioquia permanece en su vocación académica, a los otros festivales "mayores" de cine en el país les corresponde encontrar su identidad o naufragar en la rutina y en las convenciones.

Ver página oficial del festival:

sábado, 22 de enero de 2011

Recomendado de la semana: Más allá de la vida, de Clint Eastwood

"La especie humana dominaba la tierra y aprovechaba este dominio para exterminar otras especies y calentar la atmósfera y, en general, estropearlo todo, modificándolo a semejanza del hombre; pero también pagaba su precio por tales privilegios: que el cuerpo animal de su especie, finito y concreto, contuviera un cerebro capaz de concebir lo infinito, y ansioso de serlo"
                         Jonathan Franzen, Las correcciones, Seix Barral.


El estreno este viernes de Más allá de la vida (Hereafter), la película número 31 de Clint Eastwood como director, marca el comienzo de la recuperación de la cartelera colombiana, habitual desde finales de enero, cuando las nominaciones a los Oscar y los premios de la industria del cine en Estados Unidos orientan el interés hacia un cine de mayor calidad.

Eastwood es un clásico vivo del cine norteamericano y su nombre tiene la rara virtud de conciliar el respeto de la industria y de la crítica. Las últimas películas de Eastwood, sin embargo, han demostrado altibajos y exhiben señales de cansancio, como si los tiros del viejo vaquero ya no fueran infalibles. Filmes aclamados como Gran Torino se alternan con películas muchas más blandas como Changeling o Invictus.

Más allá de la vida se ubica un poco más arriba que los dos últimos títulos pero muy abajo con respecto a, por ejemplo, Rio místico. Sin embargo, este filme, que enlaza tres historias vinculadas con la pérdida, el duelo y las experiencias de la muerte es ciento por ciento Eastwood en su impecable arquitectura narrativa, en ese clasicisimo expositivo que nos hace olvidar que estamos viendo un filme (los elementos formales son en nada obstrusivos y se vuelven invisibles) y nos sumerge en una corriente de emociones hábilmente dosificadas pero finalmente ineludibles.

Lo que más llama la atención es la capacidad del director para asumir una perspectiva laica, y hasta donde se puede racional, de un tema que fácilmente se vuelve excusa para deliquios espiritualistas. ¿Qué hay más allá de la vida material del cuerpo? ¿Es cierto lo que relatan aquellos que han vuelto de algo cercano a la muerte? ¿Por qué sus relatos e imágenes coinciden en describir un mundo de luz y una fuerte presencia de los otros? ¿Es explicable esta coincidencia por el funcionamiento cerebral o es una proyección del deseo de supervivencia, los arraigos afectivos, la culpa y los condicionamientos culturales?

Eastwood no asume una sola perspectiva y en cambio combina puntos de vista: la exitosa periodista francesa (Cécile de France) que es testigo del tsunami, el medium (Matt Damon) que renuncia a su don para vivir una vida normal entre los paisajes industriales de San Francisco, el niño de los dickensiandos barrios londinenses que pierde a su hermano y busca por todos los medios contactarse de nuevo con él. El director buscar así hablar de una experiencia y un deseo universales, que merecen todo su respecto y atención.

Cuando la periodista es contratada para escribir un libro sobre Mitterrand pero termina escribiendo uno sobre la vida más allá de la muerte, sus editores franceses le dicen que esos temas sólo interesan en Norteamérica. Y aunque el libro finalmente lo publica una editorial de nombre Acuario y con sede en Estados Unidos, en ningún momento Eastwood insinúa que todo no es más que charlatanería. Al contrario, Más allá de la vida es el reclamo espiritual de un anciano de ochenta años, que sin embargo no se permite la evasión o el misticismo: el filme mira de frente un mundo que se derrumba entre desastres naturales, atentados terroristas (de nuevo las bombas de Al Qaeda en Londres) y traiciones laborales.

El conmovedor homenaje a Dickens que la película se permite incluir, con lectura de Derek Jacobi incluida, es quizá la manera que tiene Eastwood de suscribir como suya una tradición: la de la novela social y el cine que hereda esa necesidad de dar respuestas a su presente, o por lo menos de examinarlo desde distintos ángulos sin excluir la razón, los sentimientos, la ciencia, el deseo y la compasión.

Ver trailer:

miércoles, 19 de enero de 2011

El jefe o el cine sobre los otros

"El desprecio constituye el complejo emocional que articula y mantiene la jerarquía, el estatus, la categoría y la respetabilidad"
 William Ian Miller, Anatomía de asco.

Hace unas semanas, Jack Casablanca en el foro de Pajarera del medio, definió bien la actitud de quienes intentamos seguir ocupándonos del cine colombiano como críticos, a pesar del marcado anti intelectualismo del medio, o para ser más exactos, de su odio a los críticos, salvo cuando somos útiles en la rueda del mercadeo de las películas y los egos. Para Casablanca lo que hacemos representa "una nueva forma de neurosis". Asumo que es así.

Pero una película como El jefe no puede ser fácilmente ignorada o echada a la ligera en un saco común con otras producciones, a pesar de las pistas sugeridas en su equívoca publicidad, que se juega a fondo por un público masivo y popular. Aunque la campaña de expectativa, centrada en la figura arquetípica del jefe, no informe realmente nada sobre la película, le permite a uno sospechar de que se trata de otra incursión "desde arriba" en los comportamientos del colombiano promedio (¿?), con buenas dosis de desprecio racial y de clase.

Pero uno está dispuesto a confiar en que un proyecto de este tipo, coproducido con Lagarto Cine de Argentina, gestionado desde Colombia por la distribuidora independiente Babilla Cine y basado en un libro de Antonio García, uno de los escritores jóvenes mejor promocionados, un libro -Recursos humanos- escrito con la tutoría de Mario Vargas Llosa, etc, etc., uno está dispuesto a confiar -repito- en que de esas combinaciones algo bueno tiene que salir.


Pero no. El jefe es una película que toma una historia con mucho potencial sobre la tupida red de traiciones en que se sostiene el mundo laboral y familiar y la convierte en un híbrido poco afortunado entre el thriller y la comedia. Al desatender los elementos propios del primer género -intriga, suspenso, crimen-, optando por encadenarlos de forma confusa o por lo menos con inverosímiles amarres, la película se juega todas sus cartas en buscar la complicidad del público a través de un tratamiento de comedia. Y aquí se desbarranca y cae en todos los tópicos del cine colombiano.


Como es habitual en nuestro cine, la creación de personajes se reemplaza por unos cuantos rasgos de clase y de apariencia física -no voy a decir raza- que se supone que los definen. Se confía en que con esta ubicación del personaje, desde lo exterior, se activen en el público todos sus prejuicios. Y nuestras películas suelen complacer esos prejuicios al pie de la letra, evitando toda construcción sicológica de los personajes y, de paso, cualquier cuestionamiento sobre el orden social.

Todos los personajes de El Jefe, y la estructura y organización misma de la película, responden a ese procedimiento. Así, la esposa maltrecha físicamente por un reciente embarazo -Marcela Benjumea- debe ser traicionada por su despampanante amiga -Katherine Porto- y el insatisfecho esposo -Carlos Hurtado-: el jefe de una compañía colombo-argentina de mermeladas, que en realidad es la fachada de una mucho más efectiva empresa de producción de detergentes.

Cuando, por poner un ejemplo, la película quiere mostrar el infierno en que se puede convertir un matrimonio, no lo hace demostrando ese devenir como algo que le puede ocurrir a cualquiera, sino "desde arriba", es decir, como algo que le ocurre a los otros: a los feos, a los que se parten el lomo trabajando -o maltratando a los demás en el caso de nuestro protagonista-, a los que engordan y usan ropa interior ordinaria. La identificación del público (y la implicación del director) se basa en su superioridad.


Como ocurría en Bluff, otra comedia negra -por poner un solo ejemplo- son los listos y los bellos quienes se salen con la suya. Se reserva para el final una sorpresa al espectador, pero uno tendría que haber sospechado antes que la lógica de la película llevaba irremediablemente hacia allá. El cine colombiano ha recorrido un largo camino -¿el mismo del país?- desde aquella cándida celebración de lo popular de una película como La estrategia del caracol hasta este fascismo encubierto de una película como El jefe donde según el debutante director Jaime Escallón, en declaraciones a Semana: "todo el mundo va a encontrar un pedazo de sí mismo en alguno de los personajes". http://www.semana.com/noticias-enfoque-principal/todos-tienen-algo-jefe/150208.aspx

Más aún, agregaría yo, todos podríamos encontrar en El jefe, la satisfacción del clasista y el racista que llevamos dentro, y vengarnos vicariamente del pobre y del feo, y encontrar nuevas razones para alternativamente odiar y desear a aquellas bellas mujeres que no sueltan prenda y no dan puntada sin dedal. En fin, la película es un manual de hostilidad social en todas las direcciones.(1).

Ya que este estilo y visión del mundo ha hecho carrera en Colombia, no sobra preguntarse si merece ser mirado como una especie de super-estructura o relato nacional, como una suerte de "nueva ficción fundacional" que traduce las bases ideológicas de lo que es la convivencia social en Colombia aquí y ahora. El cine, supuestamente un discurso crítico, no haría más que heredar exclusiones de vieja data y servir de punta de lanza a la "profilaxis social".

Este asunto ya lo había intuido yo mismo en el artículo escrito para Cahiers du Cinéma España, y disponible en este mismo blog: como no podemos eliminar de hecho al otro -al que no cuadra en la norma de lo correcto y deseable para nuestra fábula de identidad social, sexual y racial-, lo hacemos simbólicamente. Y el cine colombiano nos permitiría escenificar esa necesidad y compensarnos de su imposibilidad práctica.

Notas: (1). Recomiendo el libro de William Ian Miller, Anatomía del asco, para quien quiera leer más al respecto de cómo se despliegan socialmente estos mecanismos de hostilidad, especialmente el capítulo: "El desprecio mutuo y la democracia".


Ver el trailer en:

viernes, 7 de enero de 2011

Recomendado de la semana: Las hierbas salvajes

Las hierbas salvajes (Les herbes folles), del viejo maestro francés Alain Resnais (Hiroshima mon amour, El año pasado en Marienbad, Conocemos la canción, entre muchos otros títulos), es un respiro en la mediocre cartelera de cine independiente en Colombia, llena de melcochas sentimentales como Lo que más quiero (Cosa Voglio di più), La primera cosa bella (La prima cosa bella) y próximamente Amor de familia (Le Premier jour du reste de ta vie), que son cine de Hollywood hecho en Europa, pero peorcito: predecible, lleno de fórmulas y pretencioso.


Muy al contrario, en Las hierbas salvajes, Resnais, un jovencito de 88 años tira por la borda la supuesta corrección narrativa, le tuerce el pescuezo a la lógica y se entrega a un ejercicio de libertad que el público premia con generosas sonrisas sin explicación.

La relación entre una odontóloga interpretada por Sabine Azéma, la última musa del director, y un neurótico desempleado próscrito (interpretado por André Dussollier) que vive en una espléndida villa, está llena de torpeza. Se conocen (?) gracias a un episodio fortuito (el hombre encuentra la billetera que le han robado a la mujer y en el trance de devolvérsela se va enredando cada vez más en su propia madeja) y la película se dedica a mostranos cómo se atraen y se espantan.

Los personajes dejan un estropicio en su paso por cada escena, monologan (?) y a su vez un narrador los comenta. Pero este narrador omnisciente tampoco entiende muy bien para dónde van él, la historia y los personajes. Resnais sabe que los relatos no tienen un desarrollo "necesario" (¿Recuerdan la fantástica Smoking / No Smoking?). Las hierbas salvajes es el aparente  triunfo de la contingencia y el azar. Un cine donde todo está calculado para que parezca espontáneo y feliz, aunque en el envés de toda esta loca armonía siempre hay dolor, desorden, hierbas salvajes que hay que podar.

Una fiesta de la imaginación. Recomendada para quienes creen que en el buen cine es como internarse en un camino desconocido.

domingo, 2 de enero de 2011

El balance de Pantalla Colombia

La siguiente fue la reflexión enviada por Pantalla Colombia, boletín de Proimágenes en Movimiento, el pasado viernes 31 de diciembre. Me permito republicarla porque brinda más elementos para el debate sobre el aquí y ahora del cine colombiano:


TIEMPO DE BALANCES: Una reflexión sobre el punto en que nos encontramos


A la hora de hacer balances vienen a la mente satisfacciones, estadísticas, frustraciones, logros o fallas. Tan variados referentes no pueden menos que generar confluencias de opinión o divergencia, más en el qué hacer cinematográfico en donde la misma película le resulta fascinante a uno e insoportable a otro espectador sentados en sillas contiguas.

De manera que el balance más razonable sobre lo que ha pasado con el cine colombiano este año y sobre la incidencia del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico -FDC- allí, pueden hacerlo ustedes: cineastas, técnicos, expertos, realizadores, productores, críticos y público.

Balance no sólo de cifras, de rentabilidad o de taquillas, algo por supuesto indispensable, sino valorativo también de crecimientos profesionales, de proyectos creativos y  anhelos personales logrados, de formación para el trabajo cinematográfico o de la “rentabilidad social” generada por cada película colombiana.

Ojalá no fragmentado sino capaz de ver cuánto se ha logrado en el propósito común recogido en políticas concertadas, en la Ley de Cine o en las decisiones adoptadas respecto del FDC, hacia el logro de un desarrollo armónico de la cinematografía nacional, entendiendo que ésta es un complejo tejido de componentes sociales, creativos, económicos, industriales y esencialmente culturales, lo que implica la paradoja de intentar “diseñar un milagro”.

Que haya una película colombiana para disfrute del público es importante. Que este año se estrenaran 10 largometrajes en salas, más 2 que venían del pasado año es significativo; pero lo es más que entre el año 2004 y este que termina existan 68 largometrajes colombianos exhibidos en el territorio nacional y en el mundo.

La gran mayoría  de esas películas, llenas de esfuerzo personal y económico de sus realizadores y productores, contó con el sistema tributario de incentivo a la inversión privada y con estímulos del FDC (algo más de  37.360 millones de pesos  del 2004 al 2010; más de  8.497 millones este año, cifra superior a todos los anteriores basada consistentemente en el hecho de que la taquilla superó los 34.5 millones de espectadores), en un modelo de promociones a la cadena de creación, producción, distribución, exhibición, comunicación pública, participación internacional en eventos cinematográficos y acceso del público (consumo), en diversidad de géneros y formatos.

Aunque el año termina con El paseo, una película de records, es innegable que éste no fue un período de éxitos taquilleros para el cine colombiano, como lo fue antes con números a los que nos acostumbramos. Caben muchas explicaciones y diagnósticos, incluso la circunstancia de que se estrenaron 19 películas en 3D, una novedad que acaparó los intereses del público en un 35.6% del total de espectadores a las salas; 6 de esas películas se situaron en el top 10 de películas taquilleras, al paso que la película extranjera independiente de mayor acceso (Océanos) llegó apenas a 127 mil espectadores.

De  228 salas que contribuyeron al FDC en 2004 se pasó a 593, de las cuales cerca de 200 son digitales, lo que impone retos tecnológicos para nuevos proyectos.

Más allá del frenesí de la taquilla, ocho de las películas colombianas exhibidas este año fueron coproducciones con otros países y 7 contrataron con agentes de ventas internacionales. Ese interés ha quebrado el tabú de que hacer trabajos cinematográficos en o con Colombia es riesgoso; los seguros nacionales e internacionales están a disposición y se trabaja ya en modelos que refuercen incentivos para filmar aquí.

En foros internacionales se considera al cine colombiano, premiado como nunca antes en festivales y eventos, un ejemplo de creación de una industria no tradicional. Políticas nacionales de fomento a sectores estratégicos, como el documento CONPES 3659 de 2010 sobre industrias culturales, también analizan su comprobado desarrollo.

Para el 2011 el Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematografía -CNACC- aprobó algo más de 18 mil millones de pesos como presupuesto del FDC, tres veces más que cuando nació en 2004. Una alianza con Colfuturo otorgará becas hasta del 95% para  áreas sensibles del cine en la convocatoria que abre esa entidad en enero próximo.

El destino de esos recursos en un contexto de políticas, diagnósticos y rediseños lo decide el CNACC, órgano deliberante en el que cada uno de ustedes, personas del cine, tiene representantes a través de quienes exigir, cuestionar y, ante todo, construir.

Feliz año nuevo.

CONSEJO EDITORIAL PANTALLA COLOMBIA