miércoles, 29 de mayo de 2013

Diario de Cuenca: "Reinventar el cine desde la provincia"

En Cuenca, el confuso parloteo que acompaña todo festival de cine, es moderado por la amable hospitalidad y el encanto de una ciudad donde todo parece estar al alcance de la mano. Tras once años de realizarse, el Festival -nos dice su director, Patricio Montaleza- ha generado transformaciones concretas en el consumo de cine de esta ciudad de 450 mil habitantes: algún teatro que exhibe cine y sobretodo un intenso movimiento de piratería, que en Ecuador es afrontado con un pragmatismo que está a años luz de la "vista gorda" colombiana. La deriva lógica de este festival -insiste Patricio- es que termine incentivando un movimiento de producción regional, en un país cuyo cine, con una ley de menos de cinco años, da muestras seguras de crecimiento y que por cierto tiene a Colombia como modelo.

Cuenca vista de la colina de Turi.
La provincia, como idea y como realidad ajena a las demandas de los centros y capitales políticas, ha sido tema de muchas conversaciones en Cuenca, quizá porque la ciudad misma es ajena a las dinámicas de Quito o Guayaquil, las dos principales ciudades de Ecuador, con su competencia mutua por el poder económico y simbólico. Lo que se siente en Cuenca es un aire liberador de provincia, en el mejor sentido de la palabra.

He recordado dos textos escritos en los años ochenta en el cine colombiano que con el tiempo han alcanzado la dimensión de manifiestos: "Universo de provincia, provincia universal", de Carlos Mayolo, publicado en el único número de la revista Caligari, de Cali, y "Las latas en el fondo del río: el cine colombiano visto desde la provincia", de Víctor Gaviria y Luis Alberto Álvarez, publicado en la revista Cine, de Focine. En ambos textos se sentaban las bases para una expresión de lo regional y provinciano que impugnaba la mirada homogenizadora del centro, representado en el cine industrial y la televisión. Esas ideas movieron, en la medida en que es posible que a un hecho lo anteceda una reflexión, el cine de Cali y Medellín que "salvó" al cine colombiano de los años ochenta.

Una década después, sin saber muy bien lo que decía o presintiéndolo muy brumosamente, yo escribí en alguna parte que el cine debía reinventarse desde la provincia. Aunque lo dije pensando en las miradas oblicuas de films como Gummo, y ante la imposibilidad de imaginar siquiera un cine colombiano, es claro que en el interín entre esa afirmación y la actual explosión de voluntarismo regional, que es político y estético al mismo tiempo, la provincia se ha afirmado como nuestra manera "latinoamericana" de estar en el mundo. Latinoamérica es excéntrica, no exótica.

Los filmes de Lucrecia Martel en Salta, la deshinibida expresión de la complejidad lingüística latinoamericana que se ve en ciertas películas que van desde Hamaca Paraguaya hasta Gasolina pasando por Luz silenciosa, films que se resisten a la profilaxis del lenguaje y no negocian en el rango de las cien palabras estándar que se entiendan desde Miami hasta la Patagonia, el retorno a lo rural, entre otros, son gestos de un movimiento por un cine que hable en nuestros propios términos.

La estandarización siempre ha sido la amenaza que acecha, y los centros parecen voceros de esa voluntad homogeneizadora, al proponer un cine que negocie las maneras de entrar en el diálogo transnacional. ¿Pero cuál diálogo? ¿El de los mercados, el de los festivales, el de la atención crítica?  Además, hay distintas maneras de plegarse a las exigencias del centro. Y hoy por hoy, mucho cine latinoamericano parece haber caído en las garras de un estilo internacional de autor que en su mejor expresión da films poderosos como Verano y El cielo, la tierra y la lluvia de José Luis Torres Leiva o El verano de Goliat de Nicolás Pereda y en su versión más manierista y apegada a la fórmula películas como Wadley de Matías Meyer. En este nuevo esperanto del cine latinoamericano estamos ante una serie de códigos -y el cine siempre se ha hecho con un alto porcentaje de redundancia y un poco de innovación- como la mirada contemplativa, la glaciación emocional, las narraciones elípticas y anticlimáticas, la mezcla de actores profesionales y no profesionales dirigidos en registros bajos, la inserción de una mirada documental, entre otros rasgos distintivos. 

La pregunta es si esto sigue siendo una expresión de un universo de provincia que se vuelve universal, en el sentido de que muchos de estos films, además, se empeñan en descubrir esos lugares olvidados por las agendas políticas y mediáticas; si hay, como decía Angel Rama a propósito de las primeras novelas de García Marquez, "una americanización del contenido y una universalización de la forma". O si este es simplemente un cine estratégico, el cine que se puede y se debe hacer aquí y ahora.

Lejos de los grandes centros, en la provincia, con su capacidad de mirar irónica y distanciadamente, este cine es afrontado y consumido con alguna bien fundada sospecha. Porque quizá estemos llegando a un nueva forma de academicismo paralizador, con instancias legitimadoras como los festivales de cine o los críticos, que han venido a reemplazar a esa vieja prostituta que es la academia. 

Si este cine en su momento quiso expresar la provincia, hoy probablemente sea desde la provincia que necesite ser reinventado. Y la provincia es más que una idea; es Cali, Medellín, Santa Marta, Bucaramanga, Pereira o Manizales en Colombia, Cuenca o Portoviejo en Ecuador, Trujillo o Arequipa en Perú, Rosario o Córdoba en Argentina, Valdivia en Chile, Monterrey en México. Es la posibilidad de unos focos de producción regional que por cierto siempre existieron como expresión de un empresariado y un liderazgo regional interesado en plantarle cara a la arrogancia metropolitana, como bien lo señala Paulo Antonio Paranagua en Tradición y modernidad en el cine de América Latina. La fuerza irónica y pícara de la provincia es quizá algo que debe ser recuperado.

sábado, 25 de mayo de 2013

Diario de Cuenca: "El gato escaldado le teme a la piel fría"

Otra vez en un festival de cine, buscando el túnel de acceso a un tiempo mágico suspendido entre dos rutinas. Pronto, ese vacío que el turista quiere evitar a cualquier precio, se llenará con la promesa de películas, encuentros, discusiones, intercambios y altercados, casi siempre programados o al menos previsibles.

Estoy en Cuenca, una ciudad del sur de Ecuador, muy cerca de la frontera con Perú, famosa por su centro histórico y llamativa porque, en los últimos años, según he leído, se ha llenado de ancianos extranjeros que la han escogico como su lugar de retiro. Aunque el clima no es muy benigno, como corresponde a una ciudad a 2500 metros de altura, al parecer se vive bien y barato. Así que tarde o temprano habré de encontrarme, en los próximos días, con alguna versión andina del "camino de los ingleses".

Hago parte de una delegación colombiana que "representa" al cine nacional, invitado especial al festival internacional de cine de Cuenca. En menos de una hora, un carro oficial del evento nos llevará al auditorio del Banco Central, donde se cumplirá la ceremonia de apertura, con la película colombiana El viaje del acordeón, de Reinaldo Sagbini y el director inglés Andrew Tucker, quien hace parte de la delegación. También nos acompaña el grupo musical de Carlos Mario Zabaleta, que tocará vallenatos. 

Carlos Mario Zabaleta y su grupo.



Nuestra llegada a Quito anoche, coincidió con los actos de posesión de Rafael Correa para su tercer periodo presidencial. Por lo que se vio en los extensos informes de los noticieros y lo que nos confirmó el embajador de Colombia en Ecuador, Ricardo Lozano, la toma de posesión estuvo cargada de gestos simbólicos: el extenso discurso de la presidenta de la Asamblea, Gabriela Rivadeneira, la entrega de la banda presidencial a Correa por parte de una niña con síndrome de Down, las alusiones al líder nacionalista y liberal Eloy Alfaro, y la retórica de los derechos humanos, la lucha contra la pobreza, la soberanía y el ataque frontal a los medios. Un discurso humanista, anticolonial, antiexclusionista, que, sin embargo, no es posible dejar de mirar con reserva, porque al lado acechan sutiles y abiertos gestos de desconfianza frente a la democracia y las instituciones.

Puestos en esta tónica, es muy probable que en pocos minutos tengamos más de lo mismo: un aburrido performance de identidad colombiana, donde no ha de faltar la proclama patriotera. Pero tengo la esperanza de no ceder a ningún tipo de nostalgia. En cualquier caso, si hubiese necesidad de algo conocido y seguro, el cine parece ser una patria menos infame. O eso, al menos, queremos creer, en contra de las evidencias.

ps. En el aeropuerto de Quito, mientras esperábamos la llamada a abordar, el actor colombiano Álvaro Rodríguez recordó un proyecto sobre Campo Elías Delgado en el cual él participó hace varios años y que nunca llegó a estrenarse (Satanás, la opera prima de Andrés Baiz, se le anticipó). Según Rodríguez, a quien todos llaman o quieren llamar "Alvarito", Campo Elías, el asesino de Pozzetto, mientras se preparaba para la masacre de esa noche trágica bogotana de los años ochenta, había escrito en una servilleta en inglés, español y francés: "El gato escaldado le teme a la piel fría". Ese era el nombre de la película que nunca se terminó.

Página web del festival: 
http://www.ficc.ec/

Ver trailer de El viaje del acordeón:

sábado, 4 de mayo de 2013

Estrella del sur, de Gabriel González: "Adiós muchachos"

Los barrios del sur de Bogotá han sido con frecuencia el paisaje escogido por el cine colombiano para hacer turismo antropológico. Directores nacionales de distintas generaciones se han sentido autorizados a expresar su superioridad cultural y a "hablar por el otro", a explicar, en suma, la cultura y el modo de vida de esos barrios, con la ilusión de que son un todo homogéneo. Los ejemplos de estas "deformaciones", para usar un término de la colega Juana Suárez, saltan a la vista sin mucho esfuerzo, y conforman un catálogo que va de lo pintoresco a lo infame, de Como el gato y el ratón a El Man, pasando por las incursiones de Dago García y su corte. Y ni hablar, a propósito, de la televisión.

Casi siempre en tono de comedia, un género apropiado para presentar a los personajes por debajo del ideal moral, estas representaciones del sur, en últimas, nos dicen que quienes viven en esos linderos -separados de múltiples maneras de la ciudad normalizada- comparten todas las características de los niños y de los bárbaros: incapacidad de articular un pensamiento y una acción racional, fatalismo cultural y no pocas veces biológico, debilidad de la voluntad que les impide organizarse en un proyecto comunitario y/o político. Son todas estrategias de exotización para mantener a raya un temor latente al contagio, a la mezcla indiscriminada que pondría en riesgo los precarios privilegios de las clases medias y altas.

Es justo decir que hay antecedentes que intentan otro tipo de aproximaciones, desde ciertos melodramas del viejo cine colombiano como Alma provinciana, que al menos tenían la virtud de dotar a este tipo de personajes de algunas virtudes morales, hasta documentales como Chircales, que exploraron a fondo las condiciones de explotación económica de las ladrilleras de Usme, que nunca es solamente económica. Y por supuesto la obra pionera de José María Arzuaga, en especial Raíces de piedra, un piedra de toque del neorrealismo latinoamericano que mostraba a unos personajes en su contexto y les construía una dramaturgia que valoraba la densidad cultural de sus formas de vida.


Julieth Restrepo en Estrella del Sur.
Por fortuna muchas cosas están cambiando, en especial por el aporte de directores jóvenes con otro tipo de formación que sirve de contrapeso a la banalidad casi generalizada y gracias al trabajo incansable de grupos y personas que no dejan de cuestionarse el sentido y los alcances de "intervenir" en, o al lado de, poblaciones que tienen condiciones de vulnerabilidad. Estrella del sur, la opera prima de Gabriel González, un joven director formado en la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad Nacional, hace parte de este cambio de enfoque.

La película se centra en un grupo de jóvenes, al final del bachillerato, en un colegio del sur de Bogotá, y los efectos que sobre este grupo tiene la llegada de una nueva profesora, de otra educación y distinta clase social. Se trata antes que nada de un intercambio de mundos destinado al fracaso y la tragedia, pero también al aprendizaje. Más allá de este esquema básico, el mayor logro de la película es construir un contexto creíble que permite reconocer las lógicas del barrio, la violencia latente y manifiesta que no se produce ex nihilo ni por un determinismo cultural, sino por la acción muy concreta de unos "agentes" que destruyen toda posibilidad de inocencia y cualquier sentido de comunidad. 

Aunque hay personajes sobre los que se pone el acento, como Antonio, quien lleva la carga de su casa a sus escasos años, o la propia profesora, estamos ante una obra coral. Si bien algunos de los personajes y de los hechos pueden resultar cargados de estereotipos o sean previsibles, conforman un sistema que a fin de cuentas resulta verosímil. 

Estrella del sur no es una obra maestra; es una opera prima con errores y excesos, quizá demasiado cargada emocionalmente como para ser en verdad efectiva. Otros desaciertos son menores y perdonables, como el hecho de haber elegido a la bellísima Julieth Restrepo para el papel de la profesora nueva, lo que remite de forma mecánica a su papel en la telenovela A mano limpia. Es muy probable que esa identificación no le favorezca a la película, aunque la profesora construye su papel con una fuerza tranquila y termine por convencernos.

Pero es imposible no valorar en Estrella del sur la entereza y honestidad de su mirada. La película de Gabriel González, quien fue profesor de cine en el mismo colegio donde se realizó el rodaje, abre, junto con Silencio en el paraíso -el largometraje de Colbert García sobre unos personajes del barrio del mismo nombre, que terminan siendo víctimas de los falsos positivos-, o el cortometraje No todos los ríos van al mar de Santiago Trujillo, una posibilidad de que el cine contribuya a ampliar el relato sobre una zona de la capital del país recortada y simplificada por los medios masivos e incluso, en muchos casos, por el trabajo de artistas o trabajadores sociales. 

Aquí no hay un punto de vista desde afuera, a pesar de que la acción nos es presentada en buena parte a través de los ojos de la profesora. Y aunque se trate de una película dura, realista y sin concesiones que tranquilicen al espectador, tampoco se abusa de esas "narrativas del desastre" a las cuales son proclives tantos oportunistas con intereses políticos y/o económicos.  



Como lo sugiere el trailer y otros elementos promocionales, Estrella del sur es una película sobre la despedida de la adolescencia, un duelo universal casi siempre asociado a los últimos años del colegio, cuando el destino personal se puede revelar con toda su carga de brutal indiferencia, y toda decisión plantea un dilema de consecuencias muchas veces irrevocables.

Ver trailer: