domingo, 28 de septiembre de 2014

Los hongos: la rebeldía cortada de raíz

Los hongos habla de los abismos que se abren entre el mundo de los padres y el mundo de los hijos, entre las instituciones y los individuos, entre las utopías y la realidad, entre los hombres y las mujeres, entre las promesas y las traiciones. Es pues una película profundamente triste, pero no llega a esa desazón por el talante de sus personajes o de las acciones que ellos despliegan, siempre destinadas al fracaso. Es triste porque el gesto de rebeldía que añora se ahoga antes de pronunciarse, porque es ella misma, como película, la que frustra.


Foto: Carolina Navas

El vuelco del cangrejo, la opera prima de Óscar Ruiz Navia, no era en modo alguno una película perfecta o contundente; pero aunque partes de su engranaje chirriaban, tenía unidad de sentido, estaba amarrada a un propósito que nunca se traicionaba: el de mostrar el rompimiento de una comunidad por las fuerzas del progreso y la modernidad. O el de insinuar que tal vez nunca existió la armonía que asociamos al pasado. El vuelco lograba ser una película política sotto voce y lo era porque cada personaje iba un poco más allá de lo que se esperaba de él, instaurando un desorden social que probablemente fuera la garantía de un nuevo comienzo.

Los hongos, en cambio, es una película despolitizada o, a mi parecer, reaccionaria. La saturación de elementos políticos en el contenido, por ejemplo la presencia expresa de la rebeldía contracultural representada por los dos jóvenes grafiteros protagonistas y el ambiente caldeado que los circunda, la inclusión explícita de los políticos y su consabido oportunismo, la sobreexposición del discurso mediático oficial, el lugar que se le otorga a la "autenticidad documental" de las canciones de las mujeres negras desplazadas, logran el efecto contrario al buscado. Es decir, no se activa ninguna fuerza en el espectador que dispare en éste un nuevo entendimiento, sino que, por el contrario, se refuerza el embotamiento y la conformidad con el estado de las cosas. Esta percepción paralizante es el resultado de su timidez formal y del conformismo de su punto de vista.

Cortar (o no) las raíces

Respecto a lo primero, tengo la penosa sensación de que una gran cantidad de planos y secuencias de Los hongos están coartados en su posibilidades expresivas, literalmente cercenados antes de tiempo, sin que el espectador pueda darle forma a una idea o un sentimiento. De ninguna manera es una película elíptica o que sufra las consecuencias de un montaje acelerado; es más como una incomodidad o falta de empatía real con lo que se está contando. Podría especular que esta falencia se debe también a las limitaciones técnicas del grupo de "no actores" con los que se trabaja, que en realidad nunca dan la talla, con lo cual se reiteran problemas de dirección de actores que ya estaban presentes en El vuelco del cangrejo pero que en Los hongos se hacen más visibles. Tal vez sea la ocasión de replantearse el sentido de rehuir el trabajo con profesionales; quizá solo sea una dificultad para encontrar un método que libere una expresión. 


Foto: Carolina Navas

Pero el cine no solo es un arte del actor y el personaje, y menos el cine con el que asociábamos a Ruiz Navia, ese controvertido estilo internacional que gusta de detenerse en los paisajes y las cosas, que construye con los objetos un continuum de sentido. Aquí esa posibilidad de contemplar está subutilizada. Por una parte, alegra que el director se reinvente y huya de fórmulas preconcebidas o quiera ir más allá de un estilo generacional y de época. El problema es que nada viene en su remplazo.

Los hongos es una película que, tengo la impresión, tiene problemas para fijar su atención. No anuda sus hilos ni tiene interés en llegar hasta el fondo de lo que cuenta. Varios ejemplos vienen en auxilio de esta idea: aunque algunas miradas y vacilaciones de Ras parecieran apuntar a una incomodidad respecto a su compañero Calvin, de mejor clase social, la película nunca plantea un conflicto de clase. En Los hongos se hace evidente una indiferencia de clase: no es que las diferencias sociales se hayan superado sino que el punto de vista del director respecto a estos asuntos se ha anestesiado. Un problema similar ocurre con los conflictos de género, que son importantes en tanto los personajes principales están en el camino de experimentar y descubrir su sexualidad. Ruiz Navia resuelve estas experiencias con una tajante frivolidad, mediante -por ejemplo- el acercamiento erótico de dos chicas y, una vez más, la indiferencia de Calvin y Ras como testigos de este derrumbe (por supuesto parcial) de sus mundos afectivos. "Esa pelada es la muerte lenta", le dice el primero al segundo para con ello cerrar el episodio que, tal vez, lo separe para siempre de la mujer a la que ama. 

Sé que es complejo decir estas cosas pero con Los hongos sentí que se concretaba la misoginia que muchos espectadores y espectadoras atribuyeron a Tierra en la lengua. Se trata una vez más de un problema de recorte y punto de vista, que no le permitió a Ruiz Navia construir unas contrapartes femeninas sólidas o medianamente interesantes.

La película, en cambio, despliega un sentido afectivo de orden edípico, conservador, cuando la libertad soñada por los dos protagonistas, y que es el supuesto motor de la película, al final de la historia se reduce a la necesidad que cada uno de ellos siente de pintar a sus respectivas madres. Del mismo orden es la idealización de la abuela, un personaje sin duda simpático pero pobremente definido en términos actorales y dramatúrgicos, y que opera como suma de los afectos que Calvin es capaz de expresar.

Los hongos es un paso en falso en una carrera, la de Ruiz Navia, que no por eso puede dejar de ser prometedora y de merecer un compás de espera. El premio ganado por esta película en Locarno así como su selección para el Festival de Toronto demuestran unas tremendas asimetrías de orden geoestético, aporías en la manera como nos vemos y como nos ven.

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