domingo, 22 de mayo de 2011

Locos, de Harold Trompetero: "La gente sigue diciendo que tú y yo estamos locos"

En Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza y con el furor clasificatorio propio del enciclopedismo, Kant separó las enfermedades mentales en dos grandes grupos. Enfermedades de impotencia, que caen bajo la denominación general de idiotez, y enfermedades de inversión o trastornos de espíritu, de las cuales considera tres variantes: la inversión de las nociones empíricas que produce desequilibrio, el desorden de la facultad de juzgar las experiencias cercanas que genera delirio, y el trastorno de la razón entre los juicios más universales que ocasiona demencia (1).

Mucha agua bajo el puente ha corrido desde el genio de Königsberg, en torno a la acumulación de conocimiento sobre la locura. El romanticismo la consideró una exacerbación del yo y los sentidos y una crítica concreta de la razón, Foucault estudió su medicalización y control, y el surrealismo la validó como prueba del desequilibrio del mundo burgués y el "malestar de la cultura".

Marcela Carvajal y César Badillo en Locos
Ya sé que todo esto suena a vulgata y pedantería académica, pero me sirve para encuadrar mi decepción como espectador de Locos, la última película del prolífico Harold Trompetero, sobre una pareja que se conoce en un hospital mental (él como empleado que pinta el manicomio y ella como una esquizofrénica con locura mística que se viste de enfermera, habla con Dios por celular y quiere que le hagan un bebé) y que supera todos los obstáculos sociales para poder estar reunida.

Seguramente no vamos a cine a que nos ilustren una tesis sabida de antemano, pero el mundo que nos propone un director, incluso y sobretodo si asume riesgos mayores, como con frecuencia lo hace Trompetero, ese mundo –digo– debería tener cierta coherencia interna.

Y Locos en cambio es una película fragmentada y arbitraria, que parece asentarse más en el capricho de un artista sin duda talentoso pero cuyo genio es insuficiente para crear un hilo lógico (la humana necesidad de remitirlo todo a un sistema de causas y efectos) que lleve al espectador por el laberinto de la locura, o una visión poética que lo haga desprenderse de esa exigencia para entrar en un universo paralelo de lucidez y desesperación.

Me temo que esa gran limitación de Trompetero, visible en toda su obra, tiene que ver con cómo y desde dónde construye a los personajes de sus películas: son arquetipos sociales que si bien pueden funcionar en la comedia gruesa –nuestra variante pacata de la gross-out comedy americana actual–, cojean en las películas con más carga dramática, porque en estas últimas el espectador demanda una construcción de motivaciones interiores o en su defecto, un misterio por resolver. Por lo menos en el caso de Locos no hay ni lo uno ni lo otro, por lo cual la película termina naufragando en sus propios riesgos, hablando sólo consigo misma y desperdiciando la potencia de su material. Es un cine que, en su gesto de rabiosa independencia, termina en el onanismo.

En su artículo de la revista Semana del día de hoy, Ricardo Silva, con furor clasificatorio digno de Kant, divide en tres variantes la filmografía de Trompetero. “Películas de publicista: las sátiras estridentes Diástole y sístole (2000) y Dios los junta y ellos se separan (2006). Películas de espectador: los relatos populares Muertos del susto (2007), El man (2009) y El paseo (2010). Y películas de artista: las personales Violeta de los mil colores (2005), Riverside (2009) y Locos (2011)”.

Confieso que, aunque es un lugar común decir que Trompetero se mueve en dos universos irreconciliables (el de las puras películas de evasión y el de los retratos de la inadecuación social mucho más personales), a mí me cuesta ver tal división, porque unas y otras arrastran consigo los mismos síntomas. Trompetero es un autor en el pleno sentido de la palabra, si consideramos la autoría como las marcas personales de un artista en su obra, su obsesión por extenuar ciertos temas (la incapacidad de adaptarse y crecer, de adecuarse al mundo social, sería sin duda el gran tema que recorre el opus trompeteriano) y la recurrencia de su mirada, siempre externa al mundo de los personajes, con muy poca investigación de campo y trazos gruesos y poco matizados. Tener una visión y un mundo personal, entonces, no garantiza hacer buenas películas.

Locos tiene enormes méritos como la eficaz edición de Jonathan Palomar, un joven de talento al que vale la pena seguirle el rastro, y problemas mayores que pasan por virtudes como la actuación sobrecargada y enfática de sus dos actores principales: César Badillo y Marcela Carvajal. (A “Coco” el gran actor de La Candelaria, convendría recordarle que en el cine, la tesitura emocional de un personaje no se construye como en el teatro porque existen la cámara y el montaje). Y un grupo de personajes secundarios que es una pura comparsa sin interés: actores como Julián Díaz o Inés Prieto repiten sin mayores variaciones los roles que les hemos visto en otras películas; el primero se ha afianzado como el "negro salvaje", un flaco favor que se le hace a la representación racial en el cine colombiano. Aunque esta difuminación del fondo se pueda deber a la decisión consciente de separar a los dos protagonistas del común de los mortales para afirmar la excepcionalidad de su amor, el poco peso del mundo que los rodea termina banalizando precisamente la potencia de una bella metáfora. 

En una entrevista que le hicimos a Trompetero hace mucho tiempo, con motivo del estreno en Cartagena de su opera prima Diástole y sístole, nos dijo con su estridente y contagiosa sonrisa que sus mayores influencias eran El Chavo y Chespirito. El problema no es decirlo, sino el grado de autocomplacencia que esa declaración revela, y como esa autocomplacencia se puede volver una sinsalida creativa.

Notas
(1). Tomo este resumen del libro El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno, de Roger Bartra, México, Fondo de Cultura Económica, 2005.

Ver trailer:


4 comentarios:

carolann dijo...

"...con muy poca investigación de campo y trazos gruesos y poco matizados. Tener una visión y un mundo personal, entonces, no garantiza hacer buenas películas..." aplicable a casi todo nuestro cine ¿no? me gusta como desmenuza esta peli don pedro...¿será que igual la veo?

Anónimo dijo...

Lo grabe del asunto es que estos ensayos de autor se financian con platica que bien pudiera ir a otras producciones menos autocomplacientes y mejor estudiadas. Personalmente creería en la necesidad de una mayor reflexión por parte del realizador porque, como usted lo dice, ni en las de artista, como Riverside uno encuentra una aproximación real a personajes y si, ahora lo entiendo... siempre me ha parecido que los personajes de trompetero son una visión desmejorada del chompiras y el peterete.

Wilson Mena dijo...

Tiene razon, esta es otra muestra de la mediocridad de Trompetero. Aunque la primera parte del texto, es realmente decepcionante, porque si deja a la luz mucha pedanteria, y termina siendo solo barata retorica. Lo demas, tiene razon en cada palabra, como es de triste ver que un director que no ha hecho su primera buena pelicula, siga filmando tan seguido cosas tan malas.

Anónimo dijo...

De acuerdo. Cuando se hace una película cuya trama está construida en torno a un tema (el conflicto, la locura) el autor no puede darse el lujo de evadir el conocimiento sobre el tema. Una película que se llama Locos, que sucede en un manicomio y se desarrolla en una pareja donde hay una mujer enferma, así sea una comedia, debe abordar el tema con cierta complejidad. Por eso estoy de aucerdo con Pedro en su apreciación de este filme y en que a Trompetero no le pueden bastar los geniales Chavo y Chespirito, de hecho debió al menos verse los capítulos en los que Gómez Bolaños abordó el tema, fueron más inteligentes porque este comediante es algo más que una risa estridente.

Alex