lunes, 16 de septiembre de 2019

Los fierros, de Pablo González: La parábola de los dos hermanos

Rodrigo Hernández y Alejandro Buitrago, los protagonistas de Los fierros, de Pablo González. Foto: Juan Antonio Monsalve. 

Esto es un revólver (2009), de Pablo González, es una de las mejores películas del cine colombiano posterior a la ley de cine de 2003. Como en La cerca (Rubén Mendoza, 2004) y Como todo el mundo (Franco Lolli, 2006), en el corto de González había claros indicios de un director con oficio y mirada, en su caso, interesado en aventurarse en géneros como el cine negro o las películas gangsteriles para, desde esas convenciones, explorar personajes que ya en ese trabajo tan temprano, resultaban mucho más que una función narrativa.

Diez años después, González retoma un universo de hermanos asediados por las lógicas propias del mundo criminal, y vuelve sobre la centralidad de la familia y el peso de su vigilancia tanto como el respiro de su cuidado. Los fierros, largometraje ahora en cartelera, significa pues una especie de retorno del director a unos temas, personajes y atmósferas que en Esto es un revólver parecían querer expandirse a un formato mayor. 

La película empieza directamente con la ejecución de un crimen, que González filma más cerca de los personajes implicados que de la acción misma. Esa primera decisión ya es llamativa y admirable, pero lo es más puesto que el director persiste en esa vocación de acompañar a sus personajes, entender sus motivaciones y hacernos partícipes de sus dilemas. El crimen en cuestión tiene como consecuencia la prisión para Federico Lópera, uno de los hermanos que lo ejecuta. En la escena siguiente vemos a Federico saliendo de la cárcel, años después, y a su hermano que lo espera a la salida para guiarlo y acompañarlo en su "nueva" vida.

Los fierros crea un pueblo genérico como lugar para la acción, aunque conserva marcas geográficas que nos permiten ubicarnos en locaciones de la sábana cundiboyacense. Por su concentración espacial, la película, estilísticamente filmada con guiños al cine negro -su restringida paleta de colores y la preferencia por las escenas nocturnas y/o en interiores- visita también algunos códigos del cine western. En esa mezcla nos hace conscientes de la proximidad de estos dos géneros mayores del cine en cuanto a tópicos recurrentes en ambos como la autoridad y la transgresión, y la función de la propiedad privada. Otra virtud de la película es que en ese apropiación de convenciones cinematográficas nunca se siente falsa o impostada. El cuidado trabajo con los actores, en especial con los dos hermanos, aporta esa verosimilitud, y favorece la identificación.


Esto es un revólver (2009), el cortometraje de Pablo González, tiene claros vínculos temáticos y estilísticos con Los fierros.

Si en algo falla Los fierros es en cómo desarrolla una tragedia demasiado anunciada y previsible. Y en que, hacia la segunda mitad de la película, el genuino interés por los personajes parece decaer, y la narración se empeña en castigarlos para dar lecciones de no se sabe muy bien qué. ¿De que el crimen no paga -según el viejísimo mandato de corrección política del cine gangsteril-? ¿De que la fatalidad de sus personajes está decidida de antemano? En Los fierros hay una oscura visión de la vida, que si bien es propia del cine negro, aquí se encuentra tan recargada que resulta pueril. 

Los fierros es una producción de la poderosa Dynamo, y a veces se siente como una pausa activa o recreativa -no exenta por eso de valor- frente a los proyectos más grandes de la empresa, por ejemplo la serie sobre el crimen Colmenares o Distrito Salvaje. Con esto quiero decir que no es una película de alto presupuesto, sino un ejercicio modesto aunque riguroso en el que un director talentoso vuelve a un universo que si bien está moldeado por las grandes tradiciones del cine de género, es también autoral. Aquí hay una mirada personal sobre los vínculos familiares, la ambivalencia del afecto y la masculinidad. Sobre la tensión entre distancia y cercanía propia de toda familia -y de toda hermandad-. 

Escribí en otro lado que este es un gran año para el cine colombiano, que nos deja debates importantes y aperturas estéticas. Películas que se abren a contar las mismas cosas de maneras diferentes: la coincidencia en cartelera de esta película con otras, muy diferentes, como Monos, Los silencios y Los días de la ballena, es prueba de esto. Este cine, creo, demanda un espectador menos ansioso (el espectador que hace parte del medio cinematográfico más que ver vigila, busca la caída y el culpable y quiere linchar), pues no hay ninguna gran película entre nuestras últimas películas, pero si un abanico de miradas a un país en tránsito hacia no se sabe qué. De ese pasmo este cine es fiel testigo.

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