El premio de la Fipresci a El vuelco del cangrejo en Berlín 2010 es, más allá de toda exageración nacionalista, un empujón realmente significativo al cine colombiano. La Fipresci reúne a la prensa especializa del mundo y en los reconocimientos que otorga en cada festival de cine, suele ser exigente y valorar antes que cualquier otra consideración el riesgo estético y político. Y en la opera prima de Oscar Ruiz Navia las dos dimensiones de ese riesgo existen en grandes proporciones.
La película fue filmada en La Barra, dentro de una comunidad del Pacífico colombiano rodeada de un paisaje idílico pero sometida a la amenaza constante de lo moderno. Pero el conflicto que Ruiz Navia plantea no es simple ni maniqueo; la modernidad, representada por el turismo, las inversiones y en general los proyectos de desarrollo del hombre blanco –los paisas, en el lenguaje del filme– es alternativamente buscada y rechazada por los pobladores. Un extraño hombre llega al lugar buscando huir y se vuelve testigo de las distintas tensiones de la aldea, provocadas por un colonizador que ha comprado tierras para construir un hotel.
Las transacciones culturales y económicas que se ven en la película ocurren en distintos niveles: entre la música altisonante de los bafles y los cantos tradicionales, entre la inocencia infantil y el cuerpo consciente del sexo, entre lo individual y lo comunitario. Una mujer ejerce de vínculo entre lo blanco y lo negro a través de su cuerpo (con alusiones a las historias fundacionales de la Malinche o la india Catalina). Los territorios en disputa pasan por el sexo pero van más allá; lo que está en juego es una forma de vida. “Yo no soy su negro”, le dice Cerebro, el líder de La Barra, a El Paisa.
Los críticos internacionales han encontrado en El vuelco del cangrejo referencias cinéfilas y literarias: Beckett –por lo del absurdo– o Pedro Costa –por la admirable distancia de la narración–. El espectador colombiano está obligado a ver más: la historia reciente de despojo territorial y cultural en los territorios afros e indígenas. Pero el filme resalta la dignidad de la gente en medio de ese conflicto y tiene momentos de sobrecogedora belleza. Esa belleza no es robada al paisaje. Es un logro cinematográfico: encuadres insólitos, un tiempo reposado que permite desarrollar las emociones y un cuidado trabajo sonoro que sitúa el conflicto en distintos lugares. Un cine, en fin, para los sentidos, los sentimientos y la razón.
Ver:
http://www.elvuelcodelcangrejo.com/
1 comentario:
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IV Festival Internacional de Cine SinFronteras del 22 de Julio al 2 de Agosto de 2010
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