miércoles, 10 de agosto de 2016

Home-El país de la ilusión: Dos personas en tránsito


Lilia, madre de la directora Josephine Landertinger Forero y personaje principal de Home-El país de la ilusión.

Alguna vez el director y poeta Víctor Gaviria, con su habitual voluntad de asombro, hablaba del significado profundo que nos cubre por ser parte de una familia -y de una como la suya, una grande y tradicional familia paisa-: tener un lugar asignado en una estructura donde cada elemento parece necesario y único, incluso si su papel es el de ser una amenaza. Lo más seguro, si se mira con atención alrededor, es que esas grandes y tradicionales familias existen cada vez menos, que el sentido de la familia se desplaza -más rápido que los latidos del corazón, como diría Baudelaire- y que la soledad y la falta de pertenencia asfixia a un número cada vez mayor de personas. Sí, la familia es una estructura de vigilancia y control, perderla es ser más libre al precio de caminar solo entre los hombres.

Pienso en esto mientras se me viene a la cabeza una amplia lista de películas colombianas que, alguna vez, a propósito de Las bromelias de Manuela Montoya, definí como "el cine de los hijos". Home-El país de la ilusión, el documental de Josephine Landertinger Forero que tuvo su estreno en la última versión del FICCI y que se proyectará desde el 18 de agosto en algunas salas del país, llega a incorporarse a esa "familia de películas sobre la familia", de hijos que buscan a sus padres o abuelos, y que con ese gesto quieren insertarse en una tradición más grande que el tiempo que abarca una vida humana.

Josephine es colombiana y desde aquí quiere seguir haciendo cine, pero también es austriaca y sudafricana y portuguesa. Esa identidad en suspensión es la herencia de su madre, Lilia, una herencia que a lo largo del documental es amorosa y, a veces, tensamente examinada, pues esa ambivalencia es inseparable del sentimiento de pertenencia y familiaridad. Lilia es una mujer de nacionalidad colombiana que vive en Portugal, y que ha llegado a sus 67 años, en una vida marcada por una continua migración, desde que, siendo muy joven, salió del país. ¿Por qué se fue? ¿Por qué no ha vuelto? ¿Qué la separa y que la une a esas ideas adquiridas de patria, territorio, familia?

Home-El país de la ilusión no responde uno a uno a estos interrogantes. En muchas ocasiones, es un documental definido por la extrañeza y la opacidad, y en eso es fiel a su personaje principal. Josephine, la directora, le ofrece a su madre un instrumento, el cine, para armar el relato de una vida fragmentada, sin ceder a la tentación totalizante y explicativa de lo que, tal vez Bordieu, llamó la ilusión biográfica. Pero el documental hace otras cosas y depara singulares sorpresas. A través del seguimiento minucioso que hace un pequeñísimo equipo de rodaje, se vuelve visible la melancolía de Lilia, pero también su rara fortaleza, la relación con los espacios y entornos que habita, la incomodidad hacia los lugares del pasado y el sentido de las decisiones que tomó. Un momento de particular emotividad al que accedemos a través de la narración es aquel en el que Lilia recibe, finalmente, la nacionalidad portuguesa. Su cara, casi siempre adusta, de repente se ilumina: Lilia vuelve a ser parte de algo. Quizá no es solo la idea abstracta de patria, sino algo mucho más concreto: la protección jurídica que ofrece el hecho de ser el ciudadano de un país. Sabemos, en el siglo veinte, cuánto sufrieron las personas que perdieron esa garantía básica, o cuánto sufren aún quienes no la tienen.

Así, el encuentro entre la madre y la hija, mediado por el dispositivo cinematográfico, se llena de resonancias históricas y universales y se transforma en un diálogo revelador entre dos personas en tránsito: una mujer adulta y otra joven, un sujeto que es filmado y la documentalista que filma. Las preguntas por la identidad y la pertenencia, asociadas a los lugares, los afectos y la lengua, no tardan en aparecer. Tanto Lilia como su hija Josephine son producto de una serie de derivas que ponen en cuestión cualquier respuesta unívoca a estas cuestiones.  

Home-El país de la ilusión de Josephine Landertinger Forero, se estrena el jueves 18 de agosto.

Las tensiones que se generan al volver sobre la historia familiar y al confrontar las experiencias de la madre, abren grandes preguntas acerca de la libertad, la soledad y las ideas de patria y hogar. Home-El país de la ilusión muestra todo lo que hay en juego en la relación más determinante de todo ser humano: la que lo vincula a su propia madre. En su volver a las fuentes, el documental de Landertinger Forero es cercano, pero a la vez distinto, a documentales recientes sobre el hecho, no escogido, de ser hijos. En Pizarro, el documental de Simón Hernández, María José, la hija del asesinado dirigente del M-19, Carlos Pizarro, se regodea en un dolor personal sin nunca entender el alcance social y colectivo de su drama. En Inés, memorias de una vidala directora Luisa Sossa intenta acercarse al mundo de su bisabuela a través de unos textos heredados. Lo propio hace Ricardo Restrepo en Cesó la horrible noche, pero en este caso con los archivos audiovisuales de su abuelo. En Looking For, Andrea Said cierra, a través del cine, el vacío simbólico generado por la ausencia del padre, a quien busca en un Londres de inmigrantes asiáticos en el que probablemente este padre viva aún. Daniela Abad, en Carta a una sombra (codirigida con Miguel Salazar) dirige su atención a la impactante y entrañable figura de su abuelo Héctor Abad Gómez y le permite a su esposa, su hijo el escritor, y sus hijas, una catarsis íntima que quizá se pueda proyectar al cuerpo social. 

Este giro autobiográfico en el documental colombiano quizá tuvo su origen en De(s)amparo polifonía familiar (2003) de Gustavo Fernández, y con los años se ha vuelto una forma de narrativa dominante que hay que entender en el contexto de un país donde la noción de familia ha sufrido transformaciones de todo orden, muchas originadas en lo excepcional de nuestras circunstancias sociales y políticas. En este país reciente, es evidente que el cine ha servido a algunas personas para reconstruir simbólicamente (de la única manera posible), las familias en ruinas. Esa, aunque no sea la única razón de ser de las películas, no empobrece al cine ni lo vuelve instrumental; lo pone, por el contrario, a dialogar con una multiplicidad de experiencias y realidades posibles.

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