Noche herida, de Nicolás Rincón Guille, premio a Mejor Película en la Competencia Oficial Cine Colombiano del 56 FICCI. Cierre de la trilogía "Campo hablado". |
El siguiente texto fue escrito para el número 111 de la revista Kinetoscopio, que está circulando en estos días y viene con un especial que le mide el pulso al cine colombiano en uno de los años más agitados de su historia.
La primera dificultad a la que nos
enfrentamos, al hablar de documental colombiano, es dónde trazar la frontera.
El territorio del documental es, hoy por hoy, inestable y poroso; lo que antes
lucía como una fortaleza inexpugnable, ahora es sacudido por múltiples asedios. La idea unívoca de cine colombiano es puesta en crisis por un
grupo de películas que en unos casos son realizadas por colombianos en el
exterior, en otros por extranjeros en Colombia (como el extraordinario
documental Marmato –2014– dirigido por Mark Grieco). Se confirma así “que no
hay una relación directa entre temática y locación, imaginario y geografía” (1),
como lo menciona Sergio Becerra en Cuadernos de Cine Colombiano Nro 18.
Colombia según el cine extranjero.
Declarada esta dificultad voy a intentar
hacer un repaso por asuntos, tendencias, títulos y nombres de autores que están
fertilizando ese suelo que, no sin pudor, vamos a seguir rotulando como “cine
documental colombiano”. El lector habrá notado la insistencia en metáforas que
tienen que ver con el espacio. Y se seguirá en esta línea, pues los avatares
del territorio, la casa, el lugar, definen toda una línea de aproximaciones
temáticas. Pero ese espacio que se busca es, con frecuencia, el de una pérdida,
una ruina, un trauma asociado a un locus.
La insistencia en esta melancolía no
puede menos que ser llamativa. Esta “resonancia de la ruina” para usar el
título del documental de Iván Esteban Reina (Resonancia de la ruina, Los
habitantes de la casa del diablo –2015–) es un poderoso imán para los
documentalistas (colombianos o no) que se enfrentan a esa narrativa de la
realidad, que es la promesa fundadora del género. Este conjunto bastante
heterogéneo de realizadores, parece haber recibido de manos del largometraje de
ficción colombiano y de los discursos periodísticos, esas “narrativas del
desastre”, para darles una nueva forma, de acuerdo con los códigos propios del
cine documental.
Un asunto de tierras, de Patricia Ayala, uno de los documentales recientes que se estrenó en salas de cine. |
En las dos últimas décadas del cine colombiano, quizá a partir de La gente de La Universal (Felipe Aljure, 1995), un buen número de películas de ficción empezaron a delinear “la concepción de la nación como un cuerpo enfermo” (2). El cine documental recoge esa antorcha y la reelabora: “[…] el documental de 2000 a 2010 [dice Juana Suárez y hay que decir que seguimos en términos generales en el mismo ciclo] insiste en el imaginario de la nación como un cuerpo enfermo y esquizofrénico; segundo, insiste en el imaginario de la nación en ruinas y, por último, aunque sabemos que el archivo visual es un componente vital de la sintáctica del documental, en este contexto y periodo se concibe como un repositorio de la memoria local, regional y nacional en peligro” (3).
Un asunto de tierras (Patricia Ayala,
2015), uno de los más recientes documentales colombianos estrenados en salas
empieza con la voz en off de la directora que declara, sintomáticamente:
“Perder la tierra es perderlo todo”. El documental de Ayala describe los
intentos de un grupo de personajes por resarcir esa pérdida y recuperar unas
tierras sobre las que el avance de la ruina, tal como se ve en las imágenes, ha
hecho su trabajo de desgaste. Esa pérdida colectiva de la tierra y la
imposibilidad de resignarse a la misma tiene un correlato en lo que se ha dado
en llamar “documental del yo” o en primera persona.
En la mayoría de estos documentales, desde Mu Drúa (Mileidy Orozco Domicó, 2012) pasando por Inés, recuerdos de una vida (Luisa Sossa, 2013) hasta Looking For (Andrea Said, 2013) lo que se ha perdido y lo que, en consecuencia, se busca, es más íntimo. La narrativa de estos documentales ayuda a reconstruir unos afectos familiares, a reparar simbólicamente unas ausencias. Estos documentales se narran decididamente en primera persona. El yo, al organizar la búsqueda, adquiere peso y supera la inconsistencia que le atribuyen disciplinas como el psicoanálisis. Los documentales del yo afianzan la ficción del yo.
En la mayoría de estos documentales, desde Mu Drúa (Mileidy Orozco Domicó, 2012) pasando por Inés, recuerdos de una vida (Luisa Sossa, 2013) hasta Looking For (Andrea Said, 2013) lo que se ha perdido y lo que, en consecuencia, se busca, es más íntimo. La narrativa de estos documentales ayuda a reconstruir unos afectos familiares, a reparar simbólicamente unas ausencias. Estos documentales se narran decididamente en primera persona. El yo, al organizar la búsqueda, adquiere peso y supera la inconsistencia que le atribuyen disciplinas como el psicoanálisis. Los documentales del yo afianzan la ficción del yo.
Los discursos “oficiales”
Memoria, ruina, archivo aparecen entonces
como discursos dominantes del documental colombiano, lo que parece ineludible
en el arte de un país como Colombia. Como escribe Beatriz Sarlo: “vivimos en la
era de la memoria y el temor o la amenaza de una ‘pérdida de memoria’ responde,
más que al borramiento efectivo de algo que debería ser recordado, a un ‘tema
cultural’ que, en países donde hubo violencia, guerra o dictaduras militares,
se entrelaza con la política” (4).
Esto acarrea varios peligros, entre ellos
la tentación de caer en un uso muy mecánico del archivo, como se puede ver en
el documental Cesó la horrible noche (Ricardo Restrepo, 2014). En el centro de
este debate aparece la tentación de convertir al archivo en un fetiche,
otorgándole una carga de prueba que en realidad no tiene, o de confundir la
memoria –un hecho humano universal– con sus repositorios: cartas, documentos,
archivos visuales y sonoros, fotografías, ampliamente usados en lo que David
MacDougall llama “films de memoria”, que necesitan precisamente elementos que
la certifiquen.
El archivo, usado de esa forma, se
convierte en lo que era el documento escrito para la vieja historia: la
condición del acceso a una verdad histórica. Estaríamos entonces pasando de las
garras de la “ciudad letrada”, descrita por el uruguayo Ángel Rama, con su
ingenua y a la vez prepotente confianza en el documento, a las tenazas de la
"ciudad archivo". En ambos casos, círculos burocráticos medran en el
cuidado y protección de ese corpus escritural o de ese acervo archivístico,
como se puede ver en la convocatoria “Beca de producción de documentales
realizados con archivo audiovisual” del Ministerio de Cultura, que requieren
del uso de material de archivo, por lo menos en un 60% de la duración total del
trabajo premiado.
De forma opuesta a ese uso mecánico o
estadístico del archivo, han aparecido trabajos como los de Camilo Restrepo:
Tropic Pocket (2012) y La impresión de una guerra (2015), utilizan el archivo
encontrado o creado, dentro de un tejido mucho más complejo. El found footage,
en estos cortometrajes documentales corresponde a la sospecha de que "las
imágenes cinematográficas no son nunca medios transparentes por los cuales la
realidad se muestra, como si se tratara de ventanas al mundo (en el sentido de
André Bazin), sino materiales opacos cuya función es construir aquello que
refieren" (5). Es lo que se hace con
esas imágenes, su montaje, y no las imágenes en sí mismas, lo que construye los
sentidos, sin cerrarlos.
La impresión de una guerra, de Camilo Restrepo, premiado en el último Festival de Cine de Locarno y ganador en la Competencia de Cortos del 56 FICCI. |
Los contra-discursos
Quisiera resaltar la obra de dos
documentalistas colombianos en cuya obra se dan coincidencias de diverso orden.
En sus trabajos, tanto como en los de Felipe Guerrero (en especial en Corta
–2012–) o en los de Laura Huertas Millán (Journey to a Land Otherwise Known
–2011– y Aequador –2012–), se plantean salidas muy creativas a los cuellos de
botella que ahogan a otros documentales y que se podrían resumir en el ya
mencionado uso mecánico del archivo, en la instrumentalización de la voz en off
y en la manera acrítica y positivista como se confía en la realidad.
Estos dos documentalistas son Jorge
Caballero y Nicolás Rincón Guille. Ambos viven fuera del país (lo mismo que
Guerrero y Huertas Millán), pero a pesar de esa condición de expatriados, en
sus regresos a Colombia la distancia de la mirada se resuelve en una empatía
paradójicamente más profunda con los sujetos filmados. Caballero completa con
Paciente (2015) una trilogía sobre las instituciones y el abismo entre ellas y
el ciudadano común, que ya había tenido unos logros significativos en Bagatela
(2008) y Nacer, diario de maternidad (2012).
Por su parte, la trilogía “Campo hablado” de Rincón Guille, se cierra con Noche herida (2015) y había empezado con En lo escondido (2006) y Los abrazos del río (2010). Alberto Bejarano considera que en esta trilogía se reconfigura “el rol del testigo y el del espectador en el marco de un cine documental que difícilmente puede eludir una confrontación con la violencia que atraviesa la sociedad colombiana” (6). La centralidad del testimonio, que es clara desde el propio título de la trilogía, no va en desmedro de una aguda capacidad de observación. Los personajes de estos documentales no están reducidos como sujetos históricos o psicológicos a su condición de víctimas; por el contrario, revelan en sus testimonios y diálogos un densidad cultural que resiste a la violencia.
Por su parte, la trilogía “Campo hablado” de Rincón Guille, se cierra con Noche herida (2015) y había empezado con En lo escondido (2006) y Los abrazos del río (2010). Alberto Bejarano considera que en esta trilogía se reconfigura “el rol del testigo y el del espectador en el marco de un cine documental que difícilmente puede eludir una confrontación con la violencia que atraviesa la sociedad colombiana” (6). La centralidad del testimonio, que es clara desde el propio título de la trilogía, no va en desmedro de una aguda capacidad de observación. Los personajes de estos documentales no están reducidos como sujetos históricos o psicológicos a su condición de víctimas; por el contrario, revelan en sus testimonios y diálogos un densidad cultural que resiste a la violencia.
Paciente, de Jorge Caballero, ganador de varios premios internacionales y premio a Mejor Dirección en la Competencia de Cine Colombiano del 56 FICCI. |
Los temas vinculados a lo marginal y
periférico siguen siendo representados con insistencia. En unos casos, ese
traer los márgenes al centro se adhiere y le da espesor a la amplia tradición
de filmar sujetos que están por fuera de la sociedad normalizada como ocurrió
en Infierno o paraíso (German Piffano, 2014) o Memorias del Calavero (Rubén
Mendoza, 2014). En el primer caso, el seguimiento al protagonista se desliza en
las narrativas de la redención; en el segundo, la complejidad del dispositivo
narrativo pone en tensión los límites entre ficción y documental, estafa y
verdad.
Pero lo periférico puede tener que ver
también con los márgenes de la nación. En ese sentido la representación no
resulta para nada homogénea pues va desde la mirada cosmética de documentales
como La eterna noche de las doce lunas (Priscila Padilla, 2013), donde el
documentalista opera como un etnógrafo dedicado a mapear territorios desde una
exterioridad que no hay manera de eludir, y, en la orilla opuesta, las
auto-representaciones que ciertas comunidades, especialmente las indígenas, han
asumido, y que “no pueden entenderse como simples ejercicios de creación
artística o de representación de la realidad, sino como estrategias de
agenciamiento político para la defensa de la vida y con un ideal de cambio en
los paradigmas civilizatorios de nuestra sociedad” (7).
El video realizado por indígenas ha ido
conformando un conjunto de obras que no solo son oposicionales y
contra-informativas en el sentido que lo eran los trabajos sobre pueblos
indígenas dirigidos, por ejemplo, por Marta Rodríguez y Jorge Silva. Títulos
como Somos alzados en bastones de mando (2006), Resistencia en la línea negra
(2011) o Ushui (2014) desmienten no únicamente al cine industrial con sus
compromisos económicos y sus recortes de la realidad, sino al cine de autor y
su “obramaestrismo”. Al proponer formas de circulación alternativas al mercado
tradicional de los productos audiovisuales y una enunciación colectiva en la
narración, estos documentales indígenas superan, al menos de manera provisoria,
las trampas del yo.
Ajeno a los condicionamientos del cine de
ficción, el cual se halla inserto en las demandas e impaciencias de distintos
centros de poder, este cine documental trabaja en otros tiempos, coloniza otros
espacios (incluso aquellos antes vedados como el estreno en salas) e incluso
propone formas de catarsis social (como ocurrió con Carta a una sombra –2015–
de Daniela Abad y Miguel Salazar), donde la idea obsesiva de un país enfermo,
sin abandonarse del todo, empieza a ser completada por otras experiencias,
otros personajes y otras miradas.
Notas:
1). Sergio Becerra, “Introducción: Ver ser
vistos. Notas introductorias sobre cine, diáspora y geo-estética”, en:
Cuadernos de Cine Colombiano Nro 18. Colombia según el cine extranjero,
Cinemateca Distrital, 2013, p. 7.
2). Pedro Adrián Zuluaga, Cine colombiano:
cánones y discursos dominantes, Bogotá, Idartes, 2013, p. 106.
3). Juana Suárez, “Economías de la memoria:
imaginarios de la violencia en el documental colombiano (2000-2010)”, ponencia
presentada en el Segundo Encuentro de Investigadores de Cine, Bogotá, octubre
de 2010, Biblioteca Luis Ángel Arango.
4). Beatriz Sarlo, “Tiempo pasado” en: Tiempo
pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Buenos Aires,
Siglo XXI Editores Argentinos S.A., pp. 25-26.
5). Emilio Bernini. "Found footage. Lo experimental
y lo documental", en: Leandro Listorti y Diego Trerotola (comps.), Cine
encontrado. ¿Qué es y adónde va el found footage?, Buenos Aires, Bafici, 2010,
p. 26.
6). Alberto Bejarano, “Notas sobre la trilogía
documental ‘Campo hablado’ (en curso), de Nicolás Rincón Guille”, disponible en
http://esferapublica.org/nfblog/notas-sobre-la-trilogia-documental-campo-hablado-en-curso-de-nicolas-rincon-gille/
(consultado el 30 de agosto de 2015).
7). Pablo Mora, “Lo propio y lo ajeno”, en:
Pablo Mora (editor e investigador), Poéticas de la resistencia. El video
indígena en Colombia, Bogotá, Idartes, 2015, p. 30.
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