martes, 1 de septiembre de 2015

Un asunto de tierras, de Patricia Ayala: El documental sin sus habitantes

Un asunto de tierras, de Patricia Ayala.

"Si tener la tierra es tenerlo todo, entonces perder la tierra es perderlo todo. Es perder la historia, la identidad y el sustento". Un asunto de tierras empieza con la voz en off, vehemente, de Patricia Ayala, la propia directora, haciendo esta declaración. Es fácil estar de acuerdo con lo que allí se suscribe. No obstante, de ahí en más, lo que la narrativa del documental va mostrando es una voluntad de llenar la realidad con un arsenal de premisas ideológicas que, no por bienintencionadas o políticamente correctas, dejan de ser discutibles.


Viendo el segundo largometraje documental de Patricia Ayala (el primero fue Don Ca, de 2013) recordé un viejo texto, "Del documental y sus habitantes", escrito por Víctor Gaviria. "Tanto el periodismo como el documental mismo y como los estudios antropológicos -escribió Gaviria- tienen un grave problema, el de aislar el objeto de conocimiento. En el periodismo se trata de cubrirlo, como ellos dicen, ponerlo en escena flagrantemente por el reportero que se pone en primer plano frente a la cámara y frente al espectador, mientras al fondo está la caótica realidad, organizada y encubierta en forma de noticia. Qué invento extraordinario esta conversión de los hechos sociales (o individuales) en noticias, sin otro rigor y otra verdad que la de la demanda y la oferta, es decir, sin otra pretensión que la de convertir los hechos en mercancías vendibles".

Un asunto de tierras, por el punto de vista "anti-oficial" de la directora, por el largo tiempo empleado en la investigación, por la manera de cotejar archivos y fuentes, parece ubicarse en las antípodas del cubrimiento periodístico de la realidad, aunque Patricia Ayala es periodista. Pero ante la película terminada, ante el montaje que nos propone (que supone recorte y selección de materiales) es difícil no hacerse algunas preguntas incómodas: ¿Se acercó Patricia Ayala a su objeto de conocimiento e investigación -para usar el florido lenguaje académico- con más respuestas que preguntas? ¿Le impuso a la realidad sus propias convicciones? ¿Quería hacer una declaración sobre el fracaso de la ley de tierras gestionada por el primer gobierno de Juan Manuel Santos y aprobada por el congreso, más que un documental sobre esa ley y su "caótica realidad"?

Hay que reconocer que la voz en off del comienzo, que propone un punto de vista cargado de "buenismo" pero impuesto a los hechos, no vuelve a aparecer. Pero no así la intervención decidida de la directora sobre el flujo de personajes, instituciones y acontecimientos que aparecen en el documental. Ayala sigue a una comunidad específica asociada a un lugar -Las Palmas en los Montes de María- en su intención de seguir la promesa gubernamental y recuperar las tierras al amparo de la recién aprobada ley. Al final del acompañamiento, como era previsible, la mayor parte de los esfuerzos han sido en vano y los personajes no han penetrado ni siquiera los misteriosos entresijos del lenguaje burocrático. En su acercamiento a la comunidad prevalece la idea de un sujeto colectivo, una decisión que, en mi opinión, si bien ayuda a no caer en tentaciones como el heroísmo o el sentimentalismo, vuelve intercambiables a los personajes, los recorta sobre un fondo ideológico y le impide a los espectadores una identificación, "desde abajo" o en un plano más horizontal, con sus sueños y luchas. 


Entonces el documental cae en dos sinsalidas que revelan sendas impotencias frente a lo que se está intentando contar. Primero, los repetidos y muy bellos planos de los personajes frente a sus casas en ruinas. Esta estilización de la ruina no representa ni la estética ni el punto de vista del documental, por lo cual la reiteración de estas imágenes crea más ruido que sentido. Y de otro lado, la representación carnavalizada del poder: los congresistas engullendo comida mientras se discute una de las leyes más importantes en la agenda del gobierno y en el destino de millones de colombianos, o el discurso que Santos no puede pronunciar bien porque ni siquiera funciona el sonido del micrófono. ¿En verdad la incompetencia del poder se reduce a esta fealdad exterior o a este accidente tecnológico? En esos momentos, el espectador se siente satisfactoriamente por encima de los poderosos, moralmente superior a ellos, con lo cual no llega a entender realmente nada sobre cómo funciona este poder y sus alcances devastadores.

El motivo kafkiano del hombre ante las puertas de la ley es dominante en el documental. La incomunicación entre el estado y los ciudadanos es un tema fundamental de la modernidad, un lugar común. En el documental colombiano, lo que directores como Jorge Caballero han logrado abordando esta relación "imposible" entre individuos e instituciones, es muy notable. La trilogía que conforman Bagatela (2008), Nacer, diario de maternidad (2012) y Paciente (2015) tiene momentos en donde, pese a todo, la grandeza del individuo prevalece. Esos momentos son todo un logro de observación; el director sabe desaparecer ante la lógica de los hechos y la fuerza interior de los personajes. Creo que Patricia Ayala hizo Un asunto de tierras con cuotas muy altas de valor e indignación. Lo que en principio es un mérito, termina por ir en contra del mismo documental. Por lo menos en cuanto a lo que uno (quiero decir yo) espera de un documental: justo aquello que el periodismo tradicional, con sus urgencias, no puede revelar o lo que a la ciencia, con su confianza "positivista" en la realidad, se le escapa. Las ambivalencias que las ideologismos duros no pueden reconocer y que son la entraña misma de la vida, de la "caótica realidad".  

Nota:

1). Víctor Gaviria, "Del documental y sus habitantes", en: revista Kinetoscopio Nro 26, julio-agosto 1994, pp. 87-91.

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