El siguiente artículo sobre Ilegal.co, el documental dirigido por Alessando Angulo y que se estrenó comercialmente este fin de semana, fue escrito originalmente para el portal www.razonpublica.com
El cine de ficción: retrato de los efectos
Pese a que el narcotráfico ocupa un lugar central, casi obsesivo, en las agendas pública y privada de los colombianos, al cine “Made in Colombia” le ha costado “coger el toro por los cuernos” en el caso de este monstruo de mil cabezas. Y esto aunque el cine nacional se ha caracterizado por construir discursos apegados a la realidad. El cine de ficción, casi siempre reacio a desplegar “la fuerza de los argumentos” –ya que lo suyo son por supuesto los relatos, el peso concreto de las acciones y los hechos–, ha preferido mostrar los efectos del narcotráfico a través de un corpus de películas que reitera tópicos como el gusto colombiano por los atajos y el dinero fácil, o las consecuencias de los flujos de capital en la cultura en su sentido más amplio, pero siempre ubicando estos asuntos en la deriva de sus personajes.
Ejemplo de esta modalidad de exposición son películas como la lejana Colombia Connection (Gustavo Nieto Roa, 1979) o las más recientes El Rey (Antonio Dorado, 2004), Sumas y restas (Víctor Gaviria, 2004), María llena eres de gracia (Joshua Marston, 2004), El colombian dream (Felipe Aljure, 2006), El trato (Francisco Norden, 2006) y Sin tetas no hay paraíso (Gustavo Bolívar, 2010). La lista está lejos de ser exhaustiva, pero en todos los títulos incluidos se insinúan conexiones de distinto orden entre lo público y lo privado, entre la macrohistoria y los pequeños relatos con acento individual. Sin embargo, la tras-escena del narcotráfico: el gran capital internacional, aunque se intuye y se muestran sus señales, permanece en la sombra.
El cine documental: más allá de Pablo
Afiche de Ilegal.co |
Cada uno de estos documentales se ocupa de una agenda particular y por lo tanto de un ángulo de visión sobre el capo. Y ojalá vengan más para rodear hasta la extinción ese cadáver insepulto y permitirle que descanse en paz. Aunque Escobar es un caso paradigmático, el narcotráfico después de su muerte ha mostrado su capacidad de camuflaje y mutabilidad, por lo que esclarecer los modus operandi de este “empresario del crimen” no equivale a entender el problema más global.
Siguiendo con la narrativa documental, Amapola, la flor maldita (1994-1998), de la incansable Marta Rodríguez, analiza el tema sugerido en el título desde sus resortes culturales y políticos y apunta a situarlo en el contexto más amplio de las luchas indígenas por su autodeterminación, mientras recientes documentales sobre el conflicto social y armado en Colombia como Impunity (Juan José Lozano y Hollman Morris, 2010) o Meandros (Héctor Ulloque y Manuel Ruiz, 2010) dejan clara la ascendencia del narcotráfico en el berenjenal de las violencias colombianas. No obstante, el discurso rector de estos acercamientos es el periodismo, así sea un periodismo “a la enemiga”.
Un antecedente valioso: Legalización
Pero un acercamiento con pretensiones académicas, que construya pensamiento crítico desde el audiovisual en torno al narcotráfico, es mucho más escaso. En Legalización (1998), un documental de Óscar Adrián Arango y Viviam Stella Unas, realizado por UV TV y la Escuela de Comunicación de la Universidad del Valle, hay un claro antecedente del tipo de abordaje que emprende Ilegal.co (Alessandro Angulo, 2012), la película que un restringidísimo circuito se estrenó el pasado viernes. Legalización es un documental de tesis –en el sentido de que se compromete con una idea y trata de persuadirnos sobre ella con todo un arsenal retórico– que construye una analogía a partir de la hipotética ilegalización del colesterol (cuyo consumo produce más muertes que el uso de drogas) para demostrar palmariamente como la ilegalidad dispara los precios de una mercancía y favorece a unas pocas instancias del capital internacional a expensas de un reguero de sangre y cuerpos.
El valor de este documental como antecedente es el carácter minoritario que entonces tenían esas tesis, justo al final del gobierno de Ernesto Samper y pocos años antes de que el país acordara el Plan Colombia con los Estados Unidos, punta de lanza de la lucha binacional contra las drogas. Por entonces, apenas unos pocos intelectuales en Colombia, como Antonio Caballero –justamente referenciado en el documental– suscribían públicamente la tesis sobre la doble moral y la ineficacia de la prohibición.
El productor Alessandro Angulo, director de Ilegal.co |
Ilegal.co, el nombre final de un proyecto que fue conocido durante mucho tiempo con el título de ¿Qué hay para la cabeza?, llega al debate en un escenario infinitamente menos hostil, aupado por la legitimidad de distintos poderes, sobre todo de procedencia académica y ex presidencial: ambas formas de poder protegidas de la contaminación de la realpolitik. Como ocurría en Legalización, no hay ninguna duda de la posición que el documental suscribe. Tanto que los “dinosaurios” que aún se oponen al pensamiento políticamente correcto de la despenalización, son presentados en el documental con evidente desdén, entre ellos un ex presidente de los colombianos.
El montaje y la selección de las fuentes en Ilegal.co acusa un franco desequilibrio, aunque por supuesto justificado por su intención persuasiva y la asertividad con que intenta convencernos de un error histórico:
–De un lado, en la barrera de los iluminados, intelectuales como Milton Friedman, Noam Chomsky, Rodrigo Uprimny, Alfredo Rangel y Daniel Mejía.
–Del otro lado, nadie. O bueno, una galería de tristes funcionarios atrapados en un discurso que no les pertenece.
Para alguien como yo, formado en las lides del periodismo, el debate intelectual supone confrontación y puesta a prueba de los argumentos, diversidad, “argumento va y argumento viene” como le gustaba decir a un pedagogo colombiano travestido en candidato presidencial.
Convengamos que Ilegal.co es un documental de tesis y que es transparente hasta la médula. Pero eso no justifica ciertas ligerezas como por ejemplo hablar de los millones de víctimas del narcotráfico en Colombia (¿?), o que mientras el narrador explica que los tentáculos de la mafia mataron, por lo menos durante un periodo, a todos los políticos que se les opusieron, en las imágenes aparezca Carlos Pizarro.
Unidireccional y reduccionista
Ilegal.co, además de un documental de tesis, o quizá por ello mismo, es una pieza pedagógica. Quizá esa voluntad explique una particularidad del dispositivo retórico del filme, que en lo personal me molesta, aunque logro entenderlo como una solución de compromiso con el deseo de ser explícito, transparente en los enunciados, poco o nada ambiguo y contradictorio. Me refiero a lo que percibo como un exceso de elementos para conducir el relato en una sola dirección (graficación, voz en off, cortinillas, bloques narrativos claramente diferenciados). No hay duda de que eso favorece la claridad del discurso argumentativo del documental, pero seguramente a costo de violentar la complejidad del problema expuesto.
Ilegal.co, además de un documental de tesis, o quizá por ello mismo, es una pieza pedagógica. Quizá esa voluntad explique una particularidad del dispositivo retórico del filme, que en lo personal me molesta, aunque logro entenderlo como una solución de compromiso con el deseo de ser explícito, transparente en los enunciados, poco o nada ambiguo y contradictorio. Me refiero a lo que percibo como un exceso de elementos para conducir el relato en una sola dirección (graficación, voz en off, cortinillas, bloques narrativos claramente diferenciados). No hay duda de que eso favorece la claridad del discurso argumentativo del documental, pero seguramente a costo de violentar la complejidad del problema expuesto.
Incluso el excepcional trabajo con el archivo visual, tanto de vieja data (películas educativas “gringas” de mediados del siglo pasado, por ejemplo, que permiten añorar una arqueología del origen del discurso prohibicionista) como reciente (imágenes de noticieros, o en cualquier caso de origen televisivo) pierde peso porque en el montaje de estos materiales se privilegia el chascarrillo y la caricatura. Así, los espectadores pierden la oportunidad de situar y entender la historicidad de los discursos.
Ilegal.co es un filme interesante y bien realizado, por encima de las diferencias personales respecto a ciertas decisiones narrativas, pero no es una documental que perturbe o revele nada nuevo. Llega cuando el tema de la legalización, o por lo menos la despenalización gradual, está domesticado por los medios. Uno de los entrevistados expresa claramente como se naturalizan los discursos y las “conquistas sociales”, poniendo dos ejemplos concretos: el matrimonio homosexual, aceptado en muchos países en el corto lapso de apenas dos décadas, y la llegada a la presidencia de Estados Unidos de un presidente negro, utopía impensable hace poquísimos años.
Sabemos además, que ni lo uno ni lo otro ha supuesto un mundo mejor. De todo el componente didáctico de Ilegal.co, me quedó con una idea, esa sí ambigua: “el problema de las drogas no es ni moral, ni de libre desarrollo de la personalidad: es económico”. El hecho de que no haya más remedio que aceptar que toda sociedad debe convivir con las drogas, bajo una u otra forma, parecería matizar la anterior afirmación. En mi opinión el problema de las drogas no puede descartar la mirada a otras capas, y quedarse en el puro economicismo. Considerarlo solo desde sus lógicas de producción y consumo, desde el punto de vista capitalista, es una reductio ad absurdum.
Yo creo que si necesitamos las drogas para escapar de la realidad eso lo que nos muestra es una carencia ontológica más honda. Pero los políticos –y muchos documentalistas– prefieren rehuir las discusiones existencialistas. Mejor parar aquí.
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