domingo, 13 de marzo de 2011

19º sur 65º oeste, de Juan Soto: la reinvención del yo (y de nosotros)

"Esta inminencia de una revelación que no se produce es, quizá, el hecho estético".
J.L.Borges

Bill Nichols y otros teóricos del documental y el filme-ensayo hablan desde hace un buen tiempo del giro subjetivo: el yo ha adquirido una carta de legitimación en el cine de no ficción, comúnmente asociado al mundo de los contenidos objetivos, distanciado, carente de implicación emocional. Este giro copernicano hacia un modo de exposición performativa, corresponde a un estado del mundo donde se impone la opacidad y la sospecha, y la subjetividad parece el único locus de sinceridad posible.

Buena parte de este nuevo cine de no ficción está fuertemente asentado en la memoria personal (que siempre es a su vez colectiva e intersubjetiva), con procedimientos ligados a la encuesta policial, al desván sicoanalítico, a la investigación periodística. El teórico y profesor Jordi Ballò, asociado al Master en Documental de Creación de la Universitat Pompeu Fabra (lugar de irradiación de muchos de estos filmes), define esta tendencia como un relevo de la  novela social, para afirmar su capacidad de comprender los mecanismos de funcionamiento del cuerpo social y el yo dentro de esa compleja estructura.

Ahora bien, sabemos que hablar en primera persona no protege del engaño ni blinda contra el error estético. El cine documental del yo y la memoria personal -también huidiza y engañosa- lucha con denuedo contra el peligro de la sobreexposición y en busca de la justa distancia frente a lo inescapable. El mundo privado, mucho más incluso que la esfera pública, se configura como un relato de ficción y los documentalistas del yo pueden devenir en grandes embaucadores. Sobre la diferencia entre un Michael Moore (1) y una Agnès Varda, siempre es poco lo que se diga.

Aunque la memoria sea común e intersubjetiva y a pesar de que el cine colombiano ha actuado frecuentemente como ilustrador social, muy pocas películas en el país se han arriesgado al yo autobiográfico, por lo menos en la dimensión elaborada por Nichols. Sólo recientemente, obras documentales como De(s)amparo Polifonía Familiar de Gustavo Fernández, o Migración de Marcela Gómez, pisan esos terrenos de por sí pantanosos.

Por eso sorprende aún más la perspectiva –ni artificialmente distanciada ni impúdicamente exhibicionista– con que Juan Soto, un joven realizador colombiano formado en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, aborda su documental 19º sur 65º oeste, trabajo de grado de la mencionada escuela cubana, y estrenado el 17 de febrero pasado en Mapa Teatro.

19º sur 65º oeste, de Juan Soto
El documental, de treinta minutos de duración, es un viaje audiovisual entre Colombia y Uruguay, país al que el realizador llega tras el fantasma del tío "Caliche", exiliado en Montevideo, y como portador de una video carta familiar. Pero el anterior resumen es una pálida traducción de lo que realmente ocurre en este documental, cuyo sentido reposa por entero en otra parte. Desde las primeras tomas de este trayecto contado en 20 días, las decisiones formales se imponen a la percepción del espectador, desafiando su necesidad de saber y frustrando cualquier anhelo de transparencia narrativa. Los planos cerrados, la cámara puesta siempre en lugares incómodos, la presencia apenas sugerida –pero nunca enmascarada– del realizador van sembrando las pistas de un misterio por resolver. Un misterio de dobla vía: quién filma y por qué, y quién es el filmado (2).

Pero así como cualquier sinopsis resulta insuficiente, la identidad de los sujetos que se buscan en este viaje de reconocimiento intersubjetivo –es decir, personal y colectivo a la vez–, cuando se revela al final de la película, nos deja por entero desarmados y con necesidad de desandar los pasos para entender el porqué de cada frase, de cada gesto, de cada movimiento. Saber que la persona que hemos estado espiando por treinta minutos fue uno de los protagonistas de la lucha armada en Colombia y que ahora es un mesoterapeuta que avista pájaros y vive una tranquila vida familiar en “el país más civilizado de Latinoamérica”, tampoco satisface nuestra natural necesidad de información. Reconocer al realizador fuera de cámara, haciendo comentarios de rutina, no aclara la lucha interior (expresión quizá de una aporía familiar) que moviliza su búsqueda. Ese es el triunfo cabal de este documental, ser íntegramente superior a su anécdota.

Es evidente que muy pocos trabajos del cine colombiano están tan fuertemente emplazados en unas decisiones estéticas. Pero 19º sur 65º oeste no es un documental de frío formalismo. Detrás de cada omisión deliberada, de cada incomodidad visual, se intuyen muchas capas, mucha emoción calculadamente reprimida, o gozosamente liberada como cuando el protagonista llora frente a las imágenes y las voves del mensaje familiar grabado en Colombia. Y una lección sobre cómo el arte (y el grado de autoconciencia creativa de esta película me permite ubicarla en ese nivel) puede conjurar fantasmagorías, obligándonos a otro nivel de comprensión, más allá del maniqueísmo político que ha arruinado al país y nos llevó al desperdicio que hoy somos.
 
19º sur 65º oeste, de Juan Soto
Juan Soto trabajó con esos restos de humanidad. El hermoso plano final del día 19, este sí abierto y de un horizonte potencialmente infinito, en contravía de los planos mayoritariamente cerrados que componen el montaje de este documental, nos muestra a dos personas que se pierden en un camino. Es como el final de El Vagabundo de Chaplin, pero donde la inocencia y la alegría se intuyen tremendamente costosas (o como lo sugiere el propio Soto, un homenaje a Kiarostami y sus planos donde los personajes se disuelven en el paisaje y el espectador los pierde para siempre).

Hay una frase de Ciorán que abre como epígrafe La gran cicatriz, el siguiente documental de Juan Soto también exhibido en Mapa Teatro y con el que 19º sur 65º oeste debe tener secretas correspondencias y afinidades: "Si no quieres sucumbir a la rabia deja la memoria tranquila. Renuncia a hurgar en ella". 19º sur 65º oeste cabalga justamente entre la inminencia de los recuerdos y la necesidad del olvido, y entre un yo y un nosotros que precisan reinventarse.


Notas:
(1). No me resisto a transcribir la descripción que el escritor inglés Christopher Hitchens hace de Fahrenheit 9/11: "ejercicio siniestro de frivolidad moral, disfrazado crudamente de ejercicio de seriedad. También es un espectáculo de abyecta cobardía política que se presenta a sí mismo como una demostración de valentía disidente". En: Amor, pobreza y guerra, Bogotá, Debate, 2010, p. 324.
(2). Por si las dudas, el documental fue grabado en HD.


Ficha técnica:
19º sur 65º oeste. Producción general: Daneri Gudiel. Producción Uruguay: Sergio Miranda. Guión: Chiara Marañón. Dirección, cámara y sonido directo: Juan Soto. Montaje: Rocio Gatinoni. Diseño sonoro: Olivia Hernández. Archivo: Federico Taborda. 30 min. 2010.

Otros trabajos de Juan Soto:

http://www.youtube.com/user/sinlazarillo#p/u
http://vimeo.com/user4939124/videos

Un diario de rodaje y más:
http://elbombillo.tumblr.com/

3 comentarios:

Yamid Galindo Cardona dijo...

Interesante, hacen falta trabajos documentales o de largometraje que nos acerquen a la propuesta española. Explotar otros "paisajes" dentro del
entorno nacional es posible.

Abrazos.

anDrea dijo...

Me encantaría ver el documental... conociendo a Juan debe ser un material inspirador y creativo. Una ventana de la historia propia para contar parte de la historia que compartimos. Una marca del movimiento y la necesidad constante de reinventar nuestra memoria.

Abrazos y admiración.

Anónimo dijo...

Gran documental, junto con su próximo trabajo LA GRAN CICATRIZ, una autoradiografía familiar sencilla y amorosa.