viernes, 9 de marzo de 2012

Porfirio: la película está en otra parte

Dos periodistas en un ensayo de prensa de The Iron Lady, se preguntaban esta mañana si Porfirio era tan buena película y tenía suficientes méritos como para haberse ganado el Festival de Cine de Cartagena (sic) (1). Sobre todo, decía uno de ellos, ¿qué necesidad había de mostrar el pene erecto del protagonista y ese sexo explícito que se ve en la película? Eso, según el interlocutor, debió haberse tratado de otra forma, más estética.

Porfirio Ramírez, protagonista de Porfirio
Yo había escuchado que, especialmente a muchos jóvenes, que piensan que el sexo es su derecho exclusivo, la frontalidad de la película les molestaba. Pero el señor periodista que rechazaba la representación "porfiriana" de la sexualidad (entre gente no sólo adulta sino de carnes abundantes, "esa peculiar concepción del amor del hombre subdesarrollado, ese cerdismo que resulta del trato con el barro, de la necesidad de dinero y carne", como escribiera Andrés Caicedo a propósito de Pasado el meridiano, de José María Arzauaga) debía tener una edad parecida a la de Porfirio Ramírez.

Con la infinita paciencia que me da mi entrada a la edad madura, tercié en la conversación: "Yo creo que sí había necesidad, porque Porfirio es una película sobre un cuerpo atrapado, pero también un cuerpo que se resiste a la inmovilidad, que no ha perdido la curiosidad y la angustia del mundo". El afiche mismo de la película (ver imagen abajo) sugiere el peso de lo físico en la definición y el carácter del personaje, sin que por eso se le animalice o se le muestre como alguien irracional o infantil, como es tradición en la representación que el cine colombiano ha hecho (Arzuaga incluido) de los que, incómodamente, se denominan en la reflexión académica como sujetos marginales o subalternos, excluidos de los proyectos racionales de la modernidad.

Todas las decisiones estéticas de la película (la duración de los planos, el montaje, el uso del cinemascope, la selección de las locaciones), la velocidad con que nos muestra las acciones, contribuyen a que sintamos la singularidad de Porfirio, su misterio, su tiempo interior: un tiempo que no es ni vacío ni muerto (como se volvió un lugar común decir), que al contrario, es profundamente intenso y lleno de motivaciones y desarrollos como en los personajes del cine clásico, aunque no esté expresado con énfasis dramáticos, ni mediante clímax argumentales.

Los supuestos momentos de acción (como el secuestro del avión por parte de Porfirio, la forma desesperada que él encuentra para buscar la atención del gobierno a su reclamo de una indemnización por una bala que lo ha sembrado en la inmovilidad) no le son mostrados al espectador, porque la película quiere que veamos otras cosas, que reencuadremos la mirada, que contemos los segundos y los minutos (tal como Porfirio ha llegado a saber, de tanto mirarlo, cómo es el techo de su casa en cada detalle), que percibamos matices, que hilemos las relaciones que se sugieren entre lo público (esa calle siempre visible, esa puerta de la casa de Porfirio siempre abierta) y lo privado: una vida familiar, una subjetividad desgarrada, aunque quizá por lo mismo fortalecida, por un absurdo accidente. La película está en otra parte.

Afiche de Porfirio, de Alejandro Landes
Porfirio desafía de muchas maneras la comodidad del espectador. Si en las películas de Víctor Gaviria, la familia bienpensante (quizá también la malpensante) nacional encontraba intolerable el lenguaje de los personajes, en la opera prima de Alejandro Landes resultan intolerables esos cuerpos sin glamour, y que para colmo de males "tiran". Eso puede llevar al malentendido de considerar que Porfirio le apuesta a una estética documental (al fin y al cabo solo en el documental parece legítima la presencia de la fealdad). Claro, en la película hay reenvíos entre la ficción y el documental (el más claro es que Porfirio Ramírez se interpreta a sí mismo), pero más en la manera como nos enfrenta a las huellas de lo real, para usar, justamente, la expresión de Luis Duno-Gottberg en torno a la obra fílmica de Gaviria, que en una estructura argumentativa propia del discurso documental. Se trata aquí de una confrontación con lo real, en términos lacanianos, esa instancia (intolerable) que se resiste a la simbolización y escapa al dominio imaginario del sujeto. Lo real es un trauma, y Porfirio no nos evita esa confrontación. La película registra, inscribe una serie de gestos traumáticos (en lo personal, la presencia del personaje paisa -el que le consigue a Porfirio una de esas "pepitas que explotan"- en la película me resultó intolerable, extraña, me llevó a un territorio familiar y a la vez tremendamente ajeno e imposible de racionalizar, a una zona de incomodidad muy distinta a la caricatura que ha terminado siendo Fabio Restrepo, el actor natural que se inauguró en Sumas y restas y que ha vuelto a representar a un paisa en la reciente Chocó). Porfirio es un cine adulto, desencantado, anti espectacular, que muestra vínculos rotos pero al mismo tiempo búsquedas desesperadas de sentido y unidad. Estamos ante un filme que no se complace en lo que muestra, pero que a la vez, no puede evitar mostrarlo.

En torno a la poca respuesta de público para una película antecedida de una exitosa participación en festivales, se han escuchado esta semana voces de frustración. Yo mismo eché fuego en una de esas discusiones para reclamar que tengamos calma: Porfirio será, a largo plazo, una película más perdurable que los actuales o recientes éxitos de taquilla del cine nacional. "Su tiempo de recepción -tanto como el de su narración- va a otras velocidades". Porque el tiempo premia la coherencia ética y estética, y esta película lo que sí tiene es integridad y compromiso con lo que se propone contar.

También se han escuchado voces -medio en broma, medio en serio- que resaltan los méritos de la película pero se lamentan de que "no sea colombiana", por el simple accidente de un director que se formó fuera del país, de un equipo técnico y artístico internacional, de una estética que dialoga con tendencias del cine contemporáneo (lo que llaman despectivamente película festivalera, sin reconocer en esta tendencia unos discusiones de estilo que son, al mismo tiempo, individuales, de época y geográficas). El debate es vergonzoso, o por lo menos irrelevante. Porfirio dice más del país que muchas películas 100% colombianas. Y las cosas que dice, insisto una vez más, las dice sin estridencias, con convicción, independencia y serenidad.

Nota: (1). En realidad Porfirio ganó el premio a mejor película y mejor director en la competencia Colombia al 100% y el premio a mejor director en la Competencia Oficial Ficción.

Dos reflexiones de Alejandro Landes:
 


Ver trailer:

4 comentarios:

Jenny dijo...

A mi me encanto la película, es una película que te cambia, que te deja inquieto, que al salir del cine no estas seguro de que estabas viendo.

Sencillamente es hermosa.

jack casablanca dijo...

Porfirio confronta modelos convencionales de la sexualidad o la belleza sin un ápice de virulencia. Es una de esas películas seguras de sí misma, alejada de cualquier atisbo de irreverencia adolescente, y es tal vez por eso que puede ser tan molesta, por su visión "adulta, desencantada y anti espectacular". El asunto es cómo luchar contra la tiranía del gusto, ese dispositivo que jerarquiza y reordena valores estéticos y que a través de los medios de comunicación permite sancionar lo que no es correcto, bonito o digno de disfrutar. Se llenan las salas donde se exhibe la cara oculta, un presumible thriller de impecable factura que en realidad no llega a ser más que que un insípido repertorio de trucos mal ejecutados, y nos creemos la historia de que se está haciendo buen cine nacional. Porfirio es como una puerta que a pocos les interesa abrir.

Pedro Adrián Zuluaga dijo...

Que oportuna la referencia a La cara oculta (ese sexy thriller como lo definió su director Andi Baiz). Sí, precisamente, ese sexo fino y glamuroso que muestra esta película está en las antipodas de los cuerpos "reales" de Porfirio. El público sabe esa diferencia. La cara ocuta es "nuestro" exito de taquilla, ¿pero a quién le pertenece ese éxito?

Anónimo dijo...

Sin duda alguna, Porfirio es, entre las pocas buenas películas colombianas, una de las mejores (podría ser la mejor). Sí, evidentemente no es un éxito taquillero. Desde que la vi en su estreno en el FICCI, supe que sería un "fracaso" en taquilla, pues no trata los típicos elementos que atrapan al espectador común. Es un filme que sólo es valorado por los amantes del cine.