La edición 58 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias -FICCI presentará en su sección Galas una versión restaurada de Cóndores no entierran todos los días (Francisco Norden, 1984). Esta restauración, posible gracias al trabajo conjunto de Proimágenes Colombia y las investigadoras y archivistas Juana Suárez y Pamela Vízner, reactiva el interés por un clásico indiscutible del cine colombiano. Con ocasión de este evento, se publica la siguiente entrevista -inédita- con Norden, realizada hace cinco años para un libro con el guion de la película, que nunca llegó a realizarse. Ese destino explica el acento puesto en los elementos narrativos y la transposición/adaptación de la novela de Álvarez Gardeazábal
En la historia del cine colombiano se
habrá de reservar para Francisco Norden un lugar entre los pioneros. En 1957 y
1958, Norden escribió sobre cine para Intermedio y El Tiempo y fue uno de los
impulsores de una crítica que asumía una perspectiva moderna frente a las películas.
También estuvo vinculado al teatro, que por entonces empezaba a ser una fuerza
cultural renovadora en el país.
En los sesenta, como uno de los primeros
directores nacionales con formación académica (adquirida en la parisina IDHEC),
le dio estatura técnica y narrativa al cine colombiano de la época. Pero en un
tiempo de combate ideológico como aquel, el rigor de Norden, empleado en el
documental turístico o institucional, fue tratado muy despectivamente por algún
sector de sus contemporáneos, que no sin ironía lo pusieron a encabezar la
generación de “los maestros”.
En los setenta su documental Camilo, el
Cura Guerrillero (1973) fue saludado por el crítico Hernando Valencia Goelkel
como “la primera obra importante que produce el cine nacional”, y en los ochenta se instaló en el canon de
esta tradición con Cóndores no entierran todos los días, una película precisa
en sus intenciones y clara en su exposición. En últimas, un clásico. La
adaptación de la celebrada novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, publicada en
1972, dividió en un antes y un después la representación cinematográfica del
conflicto bipartidista o para ser más exactos, de ese intervalo de horror que
asépticamente se ha llamado La Violencia. La película es de 1984 y ha
sobrevivido relativamente intacta casi tres décadas, a pesar de que muchos le
reprochen su academicismo o la aproximación muy cerebral y distanciada a un
tema orgánicamente vinculado a la historia del país.
Con estas preguntas en mente y con la
lectura fresca del guion y de la novela que lo inspiró, llegué al apartamento
de Norden en el norte de Bogotá, un lugar sobrio y tranquilo como el
temperamento de quien lo habita, el mismo apartamento donde según el director,
se sentó en varias jornadas a discutir con alguno de sus coguionistas (fueron
tres además de Norden: Dunav Kuzmanich, Antonio Montaña y Carlos José Reyes) la
mejor manera de adaptar un material incendiario como el de la novela del
escritor de Tuluá, para convertirlo en algo ajustado al credo estético del
director, a su necesidad de equilibrio, a su sospecha frente a toda forma de
aproximación ideológica o manipuladora. Esta es la transcripción de la
conversación.
PEDRO ADRIÁN ZULUAGA: Mi primera pregunta
y teniendo en cuenta que Cóndores no entierran todos los días es una adaptación
de una obra literaria muy valorada en la época, es si usted fue un lector
entusiasta de la novela de Álvarez Gardeazábal o por qué la escogió.
FRANCISCO NORDEN: Bueno, yo había leído o
por lo menos pretendía haber leído toda la literatura sobre La Violencia que
existía en esa época. Para mí La Violencia fue lo más importante que ocurrió en
la historia del siglo veinte en Colombia. Y yo quería enfocar el gran tema.
PAZ: Este ciclo de novelas sobre la
violencia fue muy prolífico.
FN: Sí, se escribieron muchas. Incluso
había novelas godas que tenían la versión contraria de La Violencia, es decir,
que le achacaban la mayor responsabilidad a los liberales.
PAZ: ¿En algún momento le interesó otra
novela sobre este periodo?
FN: No, yo estuve como dos años leyendo
esta literatura, y en general me parecía muy floja.
PAZ: La novela de Álvarez Gardeazábal
toma una posición muy clara frente a los actores de la violencia.
FN: Sí, pero sobre todo tenía un material
dramático muy interesante que se identificaba con lo que yo estaba buscando. Es
decir, fue una novela que me dio una serie de imágenes cinematográficas.
PAZ: Usted había hecho Camilo, el Cura
Guerrillero en 1973, con muchos comentarios entusiastas como los de Valencia
Goelkel, y otros severamente críticos, sobre todo por el uso de los
testimonios, o por privilegiar algunos testimonios por encima de otros.
¿Una novela le permitía liberarse de ese peso testimonial?
FN: No, realmente el documental es de una
completa imparcialidad porque los testimonios son por igual de la gente que
estaba a favor de Camilo como de la que estaba en contra, que era básicamente
la Curia. El problema con Camilo es que la gente de derecha dijo que yo era
comunista y la gente de izquierda que era una película que solamente le daba la
voz a la burguesía. Incluso una enciclopedia francesa le hizo eco a este último
reproche y entonces yo mandé una carta que fue publicada en Voz Proletaria,
explicando que ahí estaba Diego Montaña Cuellar, por ejemplo, y dirigentes del
Partido Comunista como su secretario general Gilberto Vieira.
Transposiciones y desplazamientos
Una de las muchas ediciones de la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal. |
PAZ: Cóndores no entierran todos los
días, la novela, ocurre en Tuluá, una zona muy específica de La Violencia en
Colombia, y el primer cambio que hace la película respecto al libro es
trasladar la acción a un pueblo de Cundinamarca. ¿Esto se hizo por qué razones?
FN: Sobre todo por razones de producción
y por afinidad cultural. Yo no dominó el ambiente del Valle del Cauca, la
fisonomía de sus gentes, la forma como se visten, el paisaje rural y el paisaje
urbano; es una serie de elementos plásticos que no hacen parte de mi patrimonio
visual. El hecho de trasponer esa novela a la sabana de Bogotá me permitía una
mayor seguridad y sobre todo mucho tiempo para localizar exteriores. De haber
filmado esa novela en el Valle yo hubiera tenido que ir allá dos o tres meses a
buscar estas locaciones.
PAZ: Además, por tratarse de una película
de época, se conservan más los pueblos de Cundinamarca que los del Valle del Cauca.
FN: No, yo creo que se conservan
idénticos. Lo que pasa es que los pueblos de Cundinamarca en primer lugar
tienen una fisonomía mucho más auténtica que los del Valle, porque los del
Valle son recientes mientras los pueblos de Cundinamarca pueden responder a una
herencia si se quiere colonial. Entonces hay mucha más autenticidad en una
película filmada por mí en Cundinamarca que en el Valle del Cauca. Y también
por supuesto los costos influyeron en la decisión.
PAZ: Se filmó en varios pueblos.
FN: Sí, son varios. Tabio, Tenjo,
Zipaquirá, Subachoque.
PAZ: Pero nunca hay en la película una
indicación espacial precisa.
FN: No, yo no pretendía contar la
historia de Álvarez Gardeazábal sino explicar el mecanismo de la violencia que
puede ocurrir lo mismo en el Perú o en Ecuador. Era un poco mi intención
original.
PAZ: Álvarez Gardeazábal, un hombre con
intereses tan vinculados a Tuluá, ¿estuvo de acuerdo con esa transposición?
FN: Él jamás intervino en nada, desde el
momento en que firmamos en una notaría la compra de los derechos, fue de una
discreción maravillosa que yo siempre le agradecí. Él entró en conocimiento de
la película cuando ya estaba terminada.
PAZ: La novela tiene mucha complejidad
narrativa, con una serie de tiempos que se cruzan. Y no hay diálogos. Me
gustaría saber cuáles fueron esas imágenes que le llamaron la atención.
FN: La imagen que más me impactó a mí fue
la del jinete en llamas; esa imagen me hizo adoptar inmediatamente el libro.
Funcionaba además como una revelación para el personaje.
PAZ: ¿Le impactó esa idea de León María
Lozano como un personaje trágico, cuya muerte está anunciada desde el
principio, con un destino marcado de antemano?
FN: Eso vino a medida que se trabajaba el
guion y la estructura de la película.
PAZ: Hay una complejidad adicional en la
novela y es el tiempo en el que transcurre la narración: tal vez siete u ocho
años. ¿Cómo resumir un tiempo tan largo y sobre algo que implica tantas
sensibilidades como es la historia de la violencia bipartidista? ¿Cómo se hizo
la selección de acciones de la novela para contar esa historia, pues a pesar de
que usted diga que los mecanismos de la violencia son universales también hay
aspectos muy localizados?
FN: Claro, pero la parte sustantiva de la
novela es sobre el mecanismo de la violencia, cómo un tipo buena persona puede
ser llevado por circunstancias políticas a convertirse en un sangriento
asesino; eso también pasa en las religiones.
PAZ: Pero ¿cómo se seleccionaron esos
momentos? Habían pasado por lo menos treinta años desde que ocurrieron los
hechos, y bueno, el cine es un medio de expresión popular que a veces exigen
cierto didactismo, para que el público entendiera no sólo el mecanismo
sicológico de la violencia sino sus resortes históricos.
FN: Yo creo que ambas cosas están
explicadas en la película.
PAZ: Sí, pero puede ocurrir que haya
mucha acumulación de datos históricos (los conservadores en el poder, el
gaitanismo, el 9 de abril, el ascenso de León María, la caída del gobierno conservador). ¿Ustedes se cuidaron de que todo eso tuviera un arco dramático
coherente?
FN: Eso vino automáticamente por la
historia misma, eso no fue creado. Fue la historia la que estableció esos
mojones de la violencia. No hubo ningún artificio, ni ninguna elipsis. La cosa
se sucede históricamente.
PAZ: La película es lineal, la novela no.
La novela tiene una estructura narrativa más sinuosa: empieza justo el día
antes del entierro de León María y da muchas idas y vueltas temporales. En la
película el espectador va con el desarrollo de los acontecimientos. ¿Eso lo
hicieron para que fuera más clara la transformación del personaje?
FN: Sí, me pareció más pertinente. El
universo de Álvarez Gardeazábal, con esos juegos temporales, es más puramente
literario. Yo estaba obligado a contar una historia.
Los personajes
PAZ: Es común decir que al cine
colombiano le cuesta construir personajes con peso sicológico, pero León María
tiene ese peso sicológico, sufre una transformación. ¿Cómo se construyó este
personaje? ¿Lo pensaron siempre con Frank Ramírez en la mente?
FN: El actor surgió y le dio cuerpo al
personaje. Al escoger a un actor que en ese momento estaba en boga y que tenía
fama de ser el mejor, automáticamente el actor revistió al personaje. De haber
sido otro actor hubiese metamorfoseado completamente al personaje.
PAZ: El crítico Oswaldo Osorio escribió que León María es un
personaje inolvidable, a pesar de lo ambiguo y contradictorio en términos
morales, pero que tal vez el peso de la responsabilidad de la violencia cae
demasiado sobre él, como si la película no lograra mostrar las circunstancias
que lo rodearon, la estructura social y política que lo apoyaba.
FN: Sí, como por qué un tipo tan buena
persona se metió en eso. Pero bueno, ese argumento puede ser cuestionable. León
María Lozano que era un buen padre, un buen católico, un buen hombre, sufre un
choque brutal al enterarse de la matanza de La Resolana y ese impacto que él
tiene lo sacude completamente. Cuando oye hablar de los jinetes del apocalipsis
ocurre en él una conversión como la de Paul Claudel que se convirtió frente a
un pilar de Notredame, o como la de un San Pablo. Fue una conversión como
también hubiese podido ser un proceso más lento. Pero en principio la sacudida
de León María es provocada por el sermón del cura.
PAZ: Que es antes del 9 de abril y es lo
que le permite a León María asumir esa actuación valiente el día de la muerte
de Gaitán, lo que lo consolida como héroe.
FN: Sí, además León María era un godo. Y
los godos eran muy godos y los liberales muy liberales. Salían a gritar “Viva
el partido liberal”, y se hacían matar por eso. E igual con los conservadores.
PAZ: El
guion es una colaboración de cuatro personas. Carlos José Reyes, Dunav
Kuzmanich, Antonio Montaña y usted.
FN: Primero trabajé un mes con Dunav Kuzmanich.
FN: Primero trabajé un mes con Dunav Kuzmanich.
PAZ: Que ya había hecho Canaguaro con un
acercamiento muy distinto a la violencia, con un trabajo sobre la cultura
popular, la oralidad, el mito, las canciones sobre las guerrillas de los
llanos. Esa no es la perspectiva de Cóndores.
FN: No, definitivamente no. Dunav me
ayudó a construir el primer esqueleto de la película que desde luego se
transformó mucho. Hubo un primer guion. No recuerdo bien si era muy dialogado o
no. Yo creo que no, era más bien un esqueleto dramático. Pero fue muy
importante el aporte de Dunav en ese sentido. Los diálogos fueron sobre todo
obra mía.
PAZ: Por cierto es una ventaja que el
libro no tenga diálogos porque eso le permite mucha libertad al adaptador. Y
los diálogos en la película son muy informativos y movilizan la acción. Pasando
a los otros colaboradores, ¿cuál fue el aporte de Carlos José Reyes y de
Montaña?
FN: Carlos José fue la segunda persona
que entró al proceso y su aporte fue fundamental porque él es un tipo lleno de
información cultural y de ideas; es una enciclopedia. Y además es un
dramaturgo. Cuando trabajé con Carlos José creo que ya quedó armado el guion de
la película, aunque probablemente con muchas fallas.
PAZ: Fallas en qué sentido.
FN: En que yo sentía muchos huecos
narrativos, una desigualdad en el balance de la participación de los personajes
a lo largo de la película. Cuando yo terminé de trabajar con Carlos José,
sentía que doña Gertrudis Potes había desaparecido y yo no sabía muy bien cómo
hacerla intervenir en la situación. Y fue Antonio Montaña quien me resolvió el
problema. Yo lo llamé y le expliqué que quería que doña Gertrudis apareciera
más, y le pedí que examinara el guion para saber su opinión sobre si otros
personajes estaban igualmente desaparecidos, y Antonio, que era mi amigo
personal, reescribió completamente el guion, e incluyó una escena maravillosa
que es cuando doña Gertrudis llega en la noche a tocar en la puerta de León
María. Eso fue una creación de Antonio y es una escena muy buena porque muestra
el carácter de esta mujer que desafía el toque de queda y se enfrenta a León
María. Y hubo otros aportes de Antonio, aunque el guion que él reescribió yo lo
descarté, pero usé algunos elementos.
PAZ: Justamente le iba a preguntar por el
riesgo de que en una película con tal cantidad de personajes se puedan
desdibujar algunos de ellos. Y la novela tiene incluso más personajes, pues hay
como esa dimensión de una violencia contada colectivamente.
FN: Sí, era complicado meter tanto
personaje y darle a cada uno una definición. Por eso lo que le cuento de doña
Gertrudis. En todo caso yo logré borrar mucho la novela desde el momento en que
empecé a trabajar el guion y creo que eso fue una cosa muy positiva
Las huellas de los cóndores
Francisco Norden fue uno de los primeros directores colombianos formados en el exterior. Aquí, en París, la ciudad donde estudió y a la cual siempre regresa. Foto de la revista Arcadia. |
PAZ: ¿Cuántas versiones del guion hubo?
FN: Hubo una sola que progresó.
PAZ: Hay algunas cosas respecto al libro
que en la película quedan un poco desdibujadas. Por ejemplo el tema de las
hijas extramatrimoniales de León María, que en la novela son dos, las cuales
lleva a vivir con Agripina, su nueva esposa. En la película es una sola pero me
da la impresión de que salvo el comentario aislado en la salida de una misa, no
queda muy clara la procedencia de esta niña.
FN: Es la hija de los dos. ¿Hay alguna
duda?
PAZ: En el guion de la película hay un
momento en que Agripina se aplica sahumerios para la fertilidad, se presume que
es estéril. Y en la novela las niñas son hijas de León María pero no de
Agripina, lo cual es un dato interesante dado el férreo catolicismo del
personaje, eso en el libro resulta un punto de contradicción.
FN: Sí, no lo recordaba bien, pero aclaro
que yo nunca pretendí reconstruir la vida de León María Lozano.
PAZ: ¿El rodaje de la película se hace
siguiendo estrictamente el guion?
FN: Sí, estrictamente y el montaje igual.
PAZ: Leyendo el guion identifico muy
sutiles diferencias, como frases que pasan de un personaje a otro.
FN: Bueno, eso ocurre porque los
personajes tienen que tener un bómper, un margen de acción. Pero en realidad es
un guion de hierro que me daba mucha seguridad. Finalmente era mi película más
ambiciosa y mi primera experiencia en el largometraje de ficción, entonces
tenía que estar sujeto a un guión.
PAZ: Para la financiación de las
películas de Focine en ese momento ¿se presentaba un guion o un esquema de
producción?
FN: Era un guion.
PAZ: ¿Y quién lo evaluaba?
FN: Nadie, eso era la manigua en esa
época.
PAZ: ¿Había autocensura o la idea aunque
fuera fantasmal de que los guiones pudieran ser rechazados por su contenido?
FN: Jamás pensé en eso. Nunca hubo
interferencias ni morales ni políticas. Recuerdo que hubo una presentación de
la película en el Palacio presidencial y Belisario Betancur estaba un poquito
descompuesto, pero él tiene muchos recursos retóricos y lo supo manejar.
PAZ: Pero era una época de procesos de
paz y el tema de la memoria histórica era muy delicado. Y el cine colombiano de
esa época fue en muchos casos un cine que activó esas memorias.
FN: El cine colombiano de esa época era
un cine que hacía panfletos políticos, sobre todo en los documentales. Todos
decían exactamente lo mismo y se vendía muy bien en Suecia, o iban al Festival
de Oberhausen. Esa modalidad tenía mucho éxito pero afortunadamente ya pasó.
PAZ: Cóndores luce muy equilibrada en
términos históricos, no es partidista ni panfletaria.
FN: Me esmeré mucho en que no lo fuera.
No quería hacer una película para condenar la violencia goda y poniendo a los
liberales como víctimas. Ese jamás fue mi interés. Pude eludir ese enfoque
porque le tengo cierta repugnancia al compromiso ideológico. Soy muy escéptico.
Y nunca hice nada para vendérselo a la televisión sueca.
PAZ: Pero es justamente esa neutralidad
la que le critican muchas personas, porque se pierde un poco, según ellas, la
oportunidad de mostrar quiénes mediaban en la violencia: los partidos, sus
directorios, los gamonales, los terratenientes locales. Como si el personaje
asumiera la violencia por sí mismo. Es la opinión de algunos, aunque yo no la
comparta.
FN: Es que se puede decir cualquier cosa.
Es lo usual, es la manera de conseguir determinados objetivos. ¿Cómo pueden
decir que están desdibujadas las fuerzas locales? Están muy marcadas: el
alcalde, los jefes de los directorios conservadores; más marcados era
imposible. Si hasta le llevan las armas a León María, ¿cómo que no están
marcados?
PAZ: Lo que pasa tal vez es que en el
libro hay nombres, personajes históricos como Augusto Ramírez Moreno, que es
quien tiene la primera reunión con León María.
FN: ¿Pero eso tiene bases históricas? Yo
conocí a Augusto Ramírez en París cuando él era embajador y era un buen tipo,
era un poco provinciano en su retórica, con frases muy cultas, y al hijo
Augusto Ramírez Ocampo también lo conocí bien y fuimos muy amigos. Pero es que
la violencia lo que provoca es un desbarajuste moral que impide distinguir el
bien del mal. Por eso hasta los curas podían ser asesinos.
PAZ: Bueno, y hacer señalamientos
directos lo que logra es desviar la atención.
FN: Exactamente y la película es muy
sutil en eso. Muestra más las fuerzas en juego que las personas involucradas.
PAZ: Asimismo la película es bastante
pudorosa en términos visuales, mucha parte de la violencia es más bien relatada
que mostrada, es la reacción a la violencia –su huella– más que la violencia
misma.
FN: Bueno es que de lo contrario habría
tenido que mostrar chorros de sangre y yo no quería caer en eso. Me parecía muy
facilista, y estaba seguro que eso podía debilitar la película.
PAZ: Dos películas sobre algunos aspectos
de la violencia, El río de las tumbas de Julio Luzardo y Pisingaña de Leopoldo
Pinzón, muestran el lado más fuerte de esta violencia a través de flashbacks e
insertos, insinúan la violación de las mujeres, el fuego que arrasa las casas,
entre otros hechos.
FN: Esas cosas hay que hacerlas con
grandes medios técnicos y dominando mucho el arte del cine. De lo contrario
queda como un cine subdesarrollado. Por eso yo no lo hice, eso se lo dejo a
Tarantino.
PAZ: Otra película sobre la violencia
bipartidista, En la tormenta de Fernando Vallejo, en cambio es mucho más
gráfica y además señala a los bandoleros liberales como los agentes de la
violencia.
FN: En la violencia participaron todos, y
creo que además esa violencia sigue latente en Colombia. Es una cosa de acción
y reacción como siempre han sido las guerras de religión, como fueron las
guerras en Francia en el siglo XVI, por ejemplo.
PAZ: ¿Y por eso es que lo de León María
Lozano está planteado como una conversión en términos religiosos?
FN: Sí, quería mostrar que tenemos una
propensión natural a abrazar el credo de la violencia.
PAZ: De hecho el leit-motiv del personaje
es la frase: “Es cuestión de principios”.
FN: Claro, él no se enriquece con la
violencia, sigue siendo un hombre honrado.
PAZ: Pero se vuelve un monstruo y ejerce
una violencia con unos niveles de gratuidad que superan el “cumplimiento del
deber”.
FN: Pero por ejemplo él se aterra en
algún momento de que sus hombres hayan matado a mujeres y niños. Él solo quería
matar liberales.
PAZ: Hay un momento que impresiona mucho
en la película y es cuando matan a los perros. Ahí uno siente que a León María
su propio comportamiento y el de los suyos se le está escapando de las manos. Y
eso también está en el libro.
FN: Sí, es que el libro me ayudó
muchísimo, fue como la voz del cielo. Me dio muchísimos elementos dramáticos.
PAZ: Hay un uso de las velas o las teas
ardiendo que no sé si usted lo haya tomado también como un elemento religioso.
FN: No, lo usé más como un elemento
dramático.
PAZ: Hablemos un poco de la recepción de
la película, que fue quizá la primera aproximación a la violencia bipartidista
por parte del cine que tuvo amplia aceptación, teniendo en cuenta que otras
como Canaguaro, El hermano Caín (Mario López, 1962) o En la tormenta, tuvieron
diferentes dificultades para llegar al público.
FN: Cóndores fue un rotundo éxito en el
estrato cinco y seis. Yo habría preferido que la película tuviera un gran éxito
en los estratos dos y tres, porque eso me hubiera permitido pagar la deuda de
Focine. Los estratos cinco y seis me dieron 250 mil espectadores, que era una cifra
buena pero que no me permitió pagar la película, y por eso yo tuve unos
tremendos problemas económicos para pagarle a Focine. Yo invertí todos mis
ahorros y eso fue un desastre económico.
PAZ: ¿250 mil fue el total de
espectadores?
FN: Sí, eso es mucha gente pero para
pagar una película se necesitaba un millón, o por lo menos 700 mil.
PAZ: ¿En qué sección de Cannes estuvo la
película?
FN: En “Una cierta mirada”. Fue la
primera película colombiana que estuvo en una selección oficial de ese
festival.
PAZ: ¿Qué reacciones recogió?
FN: Mucha prensa aunque no diría que muy
elogiosa. Yo tuve la impresión de que la película desconcertó un poquito, que
no la entendían bien. Era muy difícil presentarle a un público francés una
problemática latinoamericana. No entendían nada, y siguen sin entender nada.
PAZ: ¿No habrá pasado al mismo tiempo que
ese transcurso de ocho años en los que pasaron tantas cosas era difícil de
asimilar por un público extranjero?
FN: Sí, claro, en esos ocho años hubo
muchos tiempos fuertes: el 9 de abril, la forma como se desencadenó la
violencia, la caída del gobierno, todo está muy comprimido.
PAZ: Todo ocurre muy rápido, por ejemplo
el final cuando León María es traicionado y se cumple el vaticinio sobre su
muerte.
FN: Está muy comprimido, había que meter
muchas cosas en una hora y media.
PAZ: ¿Quisiera preguntarle con qué
atención sigue el cine colombiano actual?
FN: Vi una película que me impactó mucho:
La Sirga. Sobre todo porque es un cine moderno, es el cine que se está haciendo
en Europa.
PAZ: El cine colombiano ha llegado a una
suerte de especialización en los oficios. Por ejemplo hay guionistas
profesionales. Mientras tanto usted en Cóndores cumplió un triple rol:
guionista, director y productor. Eso es casi impensable con los desafíos
actuales del cine colombiano.
FN: Era muy complicado hacer una película
en esa época, aunque yo siempre tuve un muy buen personal. El director de
fotografía de Cóndores (Carlos Suárez), por ejemplo, fue decisivo para la
calidad de la película, porque él galvanizó todo el equipo de rodaje.
PAZ: Y tuvo un equipo de actores muy
profesionales.
FN: Sí, extraordinario, hubo una gran
mística en el rodaje.
PAZ: ¿Qué pasó con su productora
Procinor?
FN: Ahí sigue, aunque ya no produzca
películas. Nació en 1970 como una empresa para poder firmar los contratos. Por
ejemplo, Camilo, el Cura Guerrillero duré muchos años haciéndola porque la
financiaba con la plata que ganaba haciendo los documentales por encargo. Cada
vez que tenía veinte o treinta mil pesos llamaba a Gustavo Nieto Roa y le
decía: “tenemos que ir a filmar a Diego Montaña”. Y así quince días después o
dos meses. Por eso tardé tanto haciéndola. Y después los lapsos entre película
y película se fueron haciendo muy largos.
En efecto, entre Cóndores y El trato (2005) hay más de veinte años de distancia. Un tiempo
muerto que le impidió a Norden acertar y equivocarse haciendo películas,
acumular experiencia, el don más preciado para un hombre que, es lo más seguro,
cree más en el trabajo que en la genialidad.
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