En días en que el documental colombiano araña trabajosamente un lugar en las salas de cine del país, como acaba de ocurrir con La eterna noche de las doce lunas, de Priscila Padilla, y como pasará desde el 13 de septiembre con Don Ca, de Patricia Ayala (además del estreno de Buscando a Sugar Man), es útil preguntarse qué filtros y prejuicios debe superar el cine de no ficción para que los exhibidores consideren ponerlo en cartelera. La siguiente reseña se ocupa de un documental que apenas ha tenido unas pocas proyecciones aisladas en Colombia (la última en el reciente Festival de Cine Colombiano de Medellín), a pesar de lo "atractivo" de su tema y de la legitimidad de su director, el artista plástico antioqueño Juan Manuel Echavarría.
"¡Ánimo! Tú vives, mientras que mi alma hace rato que ha fallecido por ayudar a los muertos"
Antígona, Sófocles
¿De qué hablamos cuando hablamos de un
documental de artista? ¿Del registro audiovisual de un proceso de creación? ¿De
la ansiedad por experimentar y llevar un lenguaje a sus límites expresivos? No
por lo menos en el caso de Réquiem NN
(2012), el último eslabón de una larga investigación del artista Juan Manuel
Echavarría entre la gente de Puerto Berrío, antigua joya del río Magdalena y,
en años recientes, o tal vez aún, “un pueblo de espantos”.
A través de notas de prensa que han dado cuenta
del fenómeno y de un libro de periodismo íntimo escrito por Patricia Nieto (1), los
colombianos hemos sabido que en ese pueblo antioqueño, sus habitantes han hecho
suya la extraña costumbre de adoptar a los muertos que el río arrastra en su impunidad. Adoptar
quiere decir aquí, cuidar como propio lo que nadie reclama, hacer suyos unos
cadáveres que son ajenos y de todos, cumplir con el deber humano de darles
sepultura a los difuntos.
Echavarría, respetuoso y atento a esos
incomprensibles mecanismos de duelo, registra en su documental algunas claves
secretas de cómo ocurre este milagro ético, este duelo por transferencia.
Quienes adoptan a los muertos anónimos, buscan superar con este gesto, algunos
dolores no clausurados en sus propias vidas. La cámara de Echavarría se acerca
a sus sujetos y les permite hablar. Por cierto, lo suyo, siempre ha sido dar
voz, como en aquel pequeño video, Bocas
de ceniza, donde apenas veíamos los rostros de los personajes y su reclamo cantado.
Bocas de ceniza: http://vimeo.com/31130555
Por supuesto, se puede argumentar que ese dar
la voz, es el gesto asimétrico de un artista que tiene los medios para garantizar,
precisamente, esa visibilidad. Y que su trabajo de artista pone en evidencia
esas aporías de la representación del otro. Pero no estaríamos hablando de nada
nuevo.
Lo llamativo es la contradicción que salta a la
vista en la demanda que se le ha hecho a Réquiem
NN por parte de algunos de los pocos espectadores que la han visto. Escuché
tras la proyección en el Festival de Cine de Cartagena, el comentario de que,
para tratarse del documental de un artista, la película de Echavarría
defraudaba por la precariedad de su lenguaje documental. Por el contrario, me parece que las decisiones narrativas que el
documental hace propias, el tiempo de los testimonios, el coro de voces que se
va entrelazando, es acertado y se ajusta a la vida propia del material. Que no
se exponga en el documental el contexto ni se haga un señalamiento directo de
los actores de la violencia, es más acertado aún.
De esta manera se impide que el documental
tenga una recepción partidista e ideológica, a la manera de un Impunity o en general del valioso trabajo
periodístico y documental de Hollman Morris. Réquiem NN se abre, en cambio, a lo universal: la muerte, la
ausencia, el duelo, que no tienen, ay, color político. Y además, tratamiento
plástico de las imágenes, sí que lo hay. Sirva el solo ejemplo de las tumbas o
sus fotografías –para ser exactos–, separadas, aisladas en un fondo negro, que
puntúan el ritmo de las imágenes y los testimonios. Lo propio se podría decir
de la recurrencia de imágenes del agua, de aves, de postes de la luz. La muerte
aparece no solo en su realidad espiritual, sino en sus evidencias físicas.
Los testimonios del documental hilan un
discurso sobre la violencia que no es institucional y que permite pensar en la
construcción de memorias desde abajo (2), aquellos recuerdos del conflicto que no
son beligerantes, sino que apuntan a reconstruir una unidad psíquica o social
rota por la violencia. Los habitantes de Puerto Berrío resisten a la violencia,
pero no desde la rabia o el resentimiento, sino desde el mito, la fe, y por qué no, el sentido de lo práctico
(como cuando hacen “chances” con los números de las tumbas), la confianza en la
continuidad de la vida, a pesar de todo. El documental se permite escuchar a
sus testimoniantes con serenidad y calma.
Ha sido difícil la ruta de Réquiem NN, entre el escepticismo de los de aquí y el horizonte de
expectativas de los de afuera: estos últimos, casi siempre buscando un tipo de
discurso más explicativo y abarcador. Réquiem
NN no es un documental sobre desaparecidos; es un cuento de aparecidos,
soldado a una tradición oral que resiste a la muerte con la palabra, y que vive
la vida con una escandalosa fe.
Ver: http://www.requiemnnfilm.com/
Trailer:
Notas:
1). El libro de Patricia Nieto lleva el título de Los escogidos, y fue publicado en 2012 por Sílaba Editores.
2). Para una ampliación de este tema recomiendo el excelente libro Geografías de la memoria. Posiciones de las víctimas en Colombia en el periodo de justicia transicional (2005-2010), de Óscar Fernando Acevedo, publicado por la Editorial Pontificia Universidad Javeriana.