domingo, 1 de noviembre de 2015

¡Que viva la música!, de Carlos Moreno: Sin sangre en las venas

¡Que viva la música! se estrenó este jueves 29 de octubre en las salas de cine de Colombia.

Para tolerar mejor ¡Que viva la música! es recomendable olvidar el referente literario, que no solo es una gran novela sino un mito generacional, y cuya presencia fantasmal se siente por todos lados amenazando la autonomía de la película. Sin embargo, ni los productores ni el director facilitan ese paso al costado de la obra de Andrés Caicedo. Por un lado hacen un gesto de soltar amarras al hablar de inspiración y no de adaptación. Por otro, quedan soldados a la novela no solo por el título homólogo que funciona como un gancho comercial, sino porque vistos en aprietos para darle estructura a la narración y "explicar" a los personajes, no encuentran nada mejor que acudir a una voz en off con los textos caicedianos intactos.

Y ahí empieza Cristo a padecer. ¡Que viva la música!, libro y película, son narraciones de iniciación que muestran el aprendizaje de María del Carmen Huerta, una niña bien -rubia rubísima- que vive en los barrios del Norte de Cali, americanizados y aspiracionales. Katia González Martínez (1) ha descrito en detalle el significado, no solo cultural sino también socio-económico, del desplazamiento del Norte al Sur que es la columna vertebral de la narración caicediana. El Grupo de Cali, nacido en el seno de las clases medias altas y altas de esa ciudad, descubrió la otra urbe que estaba creciendo en los márgenes y reivindicó su potencial cultural. Fue un desclasamiento, un intento de burlarse del enano fascista que históricamente ha gobernado las relaciones de clase en Colombia. El valor político de esa desmarcación, que se expresa en el paso del rock a la salsa, corresponde a un contexto muy específico -los años setenta- que es imposible de trasladar y a una música única e intransferible que no se puede reemplazar (como ocurre parcialmente en la banda sonora del film), sin que se sacrifique su sentido y su función narrativa.

La atemporalidad que Carlos Moreno propone como alternativa, no pasa de ser una intención. ¡Que viva la música! es una película del presente, con jóvenes lisérgicos -y letárgicos- levemente confundidos en materia existencial y sexual, pero básicamente ansiosos e inseguros, con esa urgencia de emociones nuevas que es la herencia del sombrío neoliberalismo en el que han crecido. La "desadaptación" que Moreno y sus guionistas Alberto Ferreras y Alonso Torres nos proponen, capta quizá algo del espíritu de nuestros días pero entra en abierta contradicción con la vehemencia autodestructiva de los textos en off, donde la María del Carmen literaria, se afirma, gozosa, en su tiempo y su destino. 

Ni el personaje ni los gestos ni la voz con los cuales Paulina Dávila dota a su María del Carmen pueden transmitir vivacidad y potencia. Su presencia es siempre igual y así, disminuida emocionalmente, lesiona el centro de una narrativa de transformación como la de toda bildungsroman. En los referentes literarios de esta tradición, desde el Werther de Goethe hasta ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo, el mundo es filtrado por la conciencia adolescente y la fractura e inadecuación entre el individuo y el afuera, pueden ser eficazmente transmitidas en un flujo de palabras. Pero en el cine solo tenemos cuerpos -el mundo material incluido el sonido de cada idioma- y ante una actriz con un registro tan limitado en la expresión de sentimientos, tonos de voz y gestos, la película entera se desmorona, y la voz en off aparece como un recurso desesperado por salvar lo que, en verdad, no tiene salvación.



Moreno le imprime fuerza plástica a cada plano. Para eso, ya sabemos, es un director muy bien dotado. Pero esa cosmética de las imágenes no hace más que reforzar la superficialidad de los caracteres. Queda en evidencia lo poco que se invirtió en construir una dramaturgia que no dependa del contenido anecdótico del libro. La manera de resolver cinematográficamente -o en algunos casos de agregar con cosecha propia- el material que proviene de la novela, es de una ligereza que desconsuela y entristece. 

Bastarían unos ejemplos: la manera como la película se contorsiona para lograr un equivalente visual del viaje de hongos, que es uno de los fragmentos más impresionantes del libro y de toda la literatura colombiana, el acercamiento sexual entre María del Carmen y Mariangela y el intempestivo suicidio de esta última o el encuentro de la protagonista con el cuerpo de los hombres del sur.  En estos tres casos, y en muchos otros, lo que salta a la vista es el alarde técnico y estético que quiere cubrir la incompetencia para entrar en el mundo del personaje, para entender su asombro, su desesperación y su energía: esa feliz autodestrucción que nos marcó a todos. María del Carmen queda reducida a una erotómana con uno que otro mohín existencial en el lapso que separa la aventura anterior de la siguiente. 

Al decir que esta película expresa cosas de este tiempo y del desamparo y desubicación de los jóvenes de hoy en día, cabría preguntarse si entonces se convertirá en un manifiesto, en una compañera de ruta de las nuevas generaciones. La respuesta vendrá del público joven al que parece estar dirigida. Sospecho que para lograr esa adhesión le falta el conservadurismo que es la otra cara del miedo que lo domina todo. ¡Que viva la música! está construida entre dos mundos, dos músicas, dos épocas, dos lenguajes -el cine y la literatura- pero con una gran ausencia de centro y corazón.

Nota:

1). La sugerencia sobre ese sentido último de la obra de Caicedo la ha expresado Katia González Martínez en distintas ponencias. Su investigación sobre el arte en Cali en la década de 1970 está recogida en Cali, ciudad abierta. Arte y cinefilia en los años setenta, Cali, Ministerio de Cultura, 2014.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cambiar los 70's por los 90' por presupuesto o por lo que sea no puede ser más desafortunado en una historia que va tan íntimamente ligada a la revolución musical del la época. Es como si el director no hubiera leído el título. Metáfora desafortunada de esto es escoger a una "actriz" a la que hay que teñirle el pelo para que parezca una rubia rubísima.

ivan Quiroga dijo...

Una película dirigida a la juventud actual; pero si tan solo se hubiera tomado la decisión de dejar un pensamiento positivo en la mente de cada espectador.
La ultima escena sólo nos deja una idea de destrucción sin horizonte.