Con unas pocas modificaciones, esta fue la ponencia presentada el pasado 22 de agosto en el auditorio Jaime Hoyos de la Universidad Javeriana, en la jornada inaugural del Ciclo Rosa Académico 2012 "Representaciones rosa: imágenes, narrativas y performatividades".
La esfera pública que nos rodea, aquí y ahora, y en la que medramos con distintos grados de adecuación o rechazo, está invadida como un cuerpo afectado por el cáncer por la proliferación de relatos del yo. ¿Se trata del “espacio biográfico” nombrado por teóricos como Lejeune o Leonor Arfuch? ¿O de un nuevo contrato o pacto social -un pacto autobiográfico- que legitima los enunciados en primera persona, o incluso, en casos extremos, los considera como la única inscripción posible (y sincera) en la trama de los discursos?
Para Daniel Rodríguez-Vidosevich, porque pasan los años y sigues ahí
La esfera pública que nos rodea, aquí y ahora, y en la que medramos con distintos grados de adecuación o rechazo, está invadida como un cuerpo afectado por el cáncer por la proliferación de relatos del yo. ¿Se trata del “espacio biográfico” nombrado por teóricos como Lejeune o Leonor Arfuch? ¿O de un nuevo contrato o pacto social -un pacto autobiográfico- que legitima los enunciados en primera persona, o incluso, en casos extremos, los considera como la única inscripción posible (y sincera) en la trama de los discursos?
En las múltiples intervenciones
de lo subjetivo en lo público, algo parece tratar de afirmarse y hacerse
sólido: gestos que intentan no desvanecerse en el aire. Como si a la fugacidad
de la experiencia opusiéramos lo permanente de las palabras y las imágenes.
Como si la “ilusión de eternidad” (Lejeune) no contará más que con la
universalidad del relato (Barthes), en ausencia ya asumida de otras ideas trascendentes.
Diarios, entrevistas, perfiles, retratos, historias de vida, Facebook, realities, talk shows, cartas, literatura testimonial de la alta y la baja cultura, revelan una obsesión colectiva por no perderse en lo indeterminado, por delinear el afecto y la intimidad. No importa si, al decir de Hanna Arendt, “lo único que (ahora) tenemos en común son los intereses privados” (1).
“Not in my name. Un viaje personal por películas, eventos y momentos de la cultura LGBT” es,
en este sentido, un intento más de relato biográfico a tono con los tiempos,
donde trato de que el cine y la cultura encajen en mi propia vida, y en
concreto, en la aceptación personal de una diferencia, de esa diversità amenazada por el peso ciego de la tradición, por
la homologación vertical o por el fascismo, de los que tanto hablaba el gran
Pasolini, como marca de su propia vida, pero que están lejos de quedarse
solo “allá lejos y hace tiempos”.
Contrario a un cinismo
demasiado extendido para no ser sospechoso, yo creo que la cultura, el arte, la
creación, son los únicos espacios posibles donde se concretan las formas de la
libertad humana. Puede que lo que sigue sea más lo que ahora se suele llamar
una biografía intelectual, y si así fuera, estoy dispuesto a creer que estamos
hechos de lecturas y trabajados por los discursos, y que las ideas –o incluso
la ideología con su traza de falsa conciencia- tienen soberanía sobre el mundo.
Y ya no opongo resistencia. En el caso concreto de las películas, es visible
como se robustecen actualmente los estudios
de recepción. Ya no importa solo que las películas existan. Tan importante como
ese hecho es comprender qué hacemos como espectadores con el cine, con qué
lecturas normativas o perversas nos apropiamos de las películas y con qué
estrategias de identificación o rechazo nos relacionamos con ellas.
Pier Paolo Pasolini, asesinado por el culo |
La imagen de un espejo retrovisor (Serge Daney)
Voy a aplicar pues un espejo
retrovisor para buscar saber y explicarme a mí mismo, cómo me afectaron ciertas
películas, eventos y momentos que hacen parte del autorreconocimiento de las
personas elegebeté en el corto tránsito de dos décadas, especialmente de una,
los noventa, con sus hechos fundacionales, y cómo encontré en ese repertorio
cultural los indicios de mi propio destino.
Crecí, para empezar, en un
pueblo que como tantos otros que hacen parte del reguero de la colonización
antioqueña, tiene las tres efes, de las que se burlaba don Tomás Carrasquilla,
soldadas a su espalda. Un Santuario feo, frío y faldudo, reciamente
conservador, conventual y mojigato, con sexo en sordina y mucho amor que no se
atrevía a decir su nombre. Como si una edad media de los tiempos se hubiera
instalado allí para siempre. Así que a los 18 años yo tomé como Dorothy el
camino de baldosas amarillas hacia mi propia idea de liberación, en busca de la
ciudad esmeralda del mago de Oz.
Pero en cambio fui a dar una ciudad verde y roja, del verde de los árboles y las montañas, del rojo del ladrillo y de la sangre. Era 1991 y esta ciudad, Medellín, era sacudida por grandes oleadas y movimientos, por los efectos de nuevas colonizaciones y modernizaciones, violentas y a destajo. Apenas unos meses antes, alguna parte de la ciudad institucionalizada se había enfrentado a un asombro ético y estético de grandes proporciones: una película apenas audible dirigida por un joven director de poco más de treinta años, que mostraba un mundo nuevo de desprecio a la vida y amor al instante, y que reveló como la música –casera, rudimentaria, aunque influida por la cultura internacional de masas– era un único punto de encuentro antes de la cita ineludible con la muerte.
Hablo de Rodrigo D., de Víctor Gaviria, la opera prima de un poeta sensible
a las palabras menores y a las voces de la tradición, y atento como pocos a sus
trampas. En Rodrigo D. estaban las
señales vivas de una cultura patriarcal en crisis y mutación, y cualquiera
podía leer en ella como el oro de la tradición se había convertido en los
detritus del ahora.
15 años antes, el pequeño libro
de un artista y poeta había nombrado por primera vez y sin disimulo el amor
entre hombres, poniéndole cara y rostro
a lo que otros escritores de la villa como Porfirio Barba Jacob en sus
poemas o Jota Restrepo en un insólito relato llamado La novela de los tres, habían delineado herméticamente, camuflando
la agonía erótica en la tradición de la amistad masculina o el amor griego.
Te quiero mucho poquito
nada, historieta, de Félix Ángel es, como lo
escribí para el reciente especial de Arcadia
que la sacó de su virtual olvido: “(una) novela de formación y (una)
declaración de amor y odio. Amor a Pipe Vallejo: 'Hombrecito-niña-niño-cacorro…
Monstruo entero niñomediobello'. Odio a Medellín y su gazmoñería. Se publicó en
1975, ilustrada con dibujos del propio Félix Ángel y con un tiraje de mil
ejemplares firmados por el autor. Por escandalosa, fue retirada de todas las
librerías de la Villa, menos de la librería Aguirre. Desapacible, experimental,
armada a retazos y con un narrador que prueba todos los puntos de vista. La
novelita de Ángel se atrevió, de forma pionera, a nombrar un deseo que no tenía
voz” (2).
Vituperado por la parroquia
paisa, Ángel tomó el camino del exilio y se refugió en un desprecio altanero a su ciudad, en el áspero odio donde
se encierran el amor y la nostalgia. Sí, el exilio, el consabido exilio que antes
de él le correspondió a Barba Jacob, el destierro no por voluntario menos
sufrido que en los mismos tiempos eligió Fernando Vallejo para escribir, en la
distancia y la evocación, su Fuego
secreto. Ya lo decía Alberto Aguirre, en Medellín no hay inteligencia que
no se desarrolle en Otraparte, como bien lo supo Fernando González, a la
enemiga, de espaldas al lucro, el ahorro, la acumulación, el capital que rigen
esas existencias tan primorosamente descritas por don Tomás Carrasquilla. Valor
de cambio, reificación, fetichismo del dinero y de la mercancía, capitalismo
anómalo si es que alguno no lo es. El oro de la tradición que se transmuta en
la mierda de hoy.
Serge Daney, muerto de sida |
El don de la vida (de Pipe Vallejo a Fernando Vallejo)
Y ahora voy a hablar del don de
la vida, y empiezo como Vallejo a borrar de una libreta los muertos que me dan
vida, en los que crezco y me afirmo, porque “¿qué es un individuo sino un
usurpador? ¿Qué significa el advenimiento de la conciencia sino el
descubrimiento de los cadáveres a mi lado y mi terror de existir asesinando?”
(3). Y hablo de muertos porque es claro que esto no es color de rosa.
Hablo de los que se fueron,
pero empiezo por quienes se quedaron. En los años setenta y ochenta, algunos
decidieron permanecer y pulsar con fuegos
incandescentes las buenas conciencias de
Medellín. Uno de ellos, León Zuleta, practicó una extraña mezcla de
freudomarxismo, más bizarra aún que la del otro Zuleta, Estanislao, y propugnó
por una revolución sexual-política. En libelos como El cocodrilo insurgente,
del cual se publicaron cuatro números, La
carreta libertaria o el periódico El
otro (1977-1979), o en las búsquedas de la otra conciencia a través de los
hongos, la marihuana o la amanita muscaria, cuyas visiones se concretaron en
libros como Bazuco street. La calle de
los juegos artificiales, Zuleta practicó una escritura experimental y
barroca, siempre conectada con la invención de nuevas formas de vivir y amar.
La escritura no estaba separada de la propia existencia. Zuleta escribió para
vivir, vivió para dejarse marcar y matar. Y lo mataron en la madrugada del 22
de agosto de 1993, hoy hace 19 años.
También mataron al dramaturgo y escritor José Manuel Freidel, otro huracán, otra borrasca que se extenuó en una intensa escritura teatral y dramatúrgica con su grupo de la ex Fanfarria. El 28 de septiembre de 1990, Freidel salió del bar Catrú en la Avenida La Playa entre carreras 42 y 43 y subió a un carro desconocido. “Horas después lo encontraron muerto. Nadie se atribuyó el crimen. En su prolífica obra teatral, esa muerte estaba prefigurada. ¡Ay! ¡días Chiqui! es el monólogo de un travesti que teme salir en las noches: intuye que puede ser objeto de la limpieza social. Pero el señuelo del amor lo lleva a la cita con su destino. Esta pieza de Freidel es teatro urgente, denuncia, acusación por la muerte de más de doscientos travestis en la Medellín de mediados de los ochenta. La obra ha seguido vigente con nuevos montajes y el odio y la violencia también” (4).
Y cito el blog “Una hoguera
para que arda Goya”:
La Medellín del teatro de Freidel se corresponde con aquella que alude
los ensayos de María Victoria Uribe: ‘en 1990 el 17% de los jóvenes que tenían
entre 12 y 19 años, es decir, unos 64.000, ni estudiaba, ni trabajaba, ni
buscaba empleo. Medellín presentaba el índice de escolaridad más bajo. El nivel
de escolaridad era del 100% para el estrato alto-alto, del 88% para el
alto-medio, del 53% para el bajo-medio y del 38.3 % para el bajo-bajo. En los
exámenes de estado se encontró que Medellín estaba por debajo de la mayoría de
las capitales de departamento. La baja escolaridad y el desempleo propiciaron
que gran cantidad de jóvenes permanecieran sin oficio y sin estudio, dispuestos
a salirle al paso a cualquier oportunidad de ganarse unos pesos. El sector más
golpeado por la violencia fueron los jóvenes’.
En ‘Informe por la vida (Medellín 1993)’ leo que cuarenta mil fueron
asesinados en diez años. Entre 1990-1991 la guerra se ensañó especialmente
contra jóvenes que pertenecían a grupos culturales, teatreros y líderes
sociales. Cuerpos civiles de seguridad (el F2, el DAS, la Sijin, la Dijin, el
Únase, el Bloque de búsqueda) fueron acusados de dichos crímenes. Algunos altos
oficiales, ante micrófonos, como un coronel de apellido Bahamón, declararon: ‘la
retaliación por la muerte de policías fueron las matanzas colectivas’. Otros
suboficiales, lejos de micrófonos, justificaron las muertes: ‘es que a través
de los líderes y de los teatreros se adoctrinaba, se organizaba y se
coordinaban las oficinas de sicarios y las milicias urbanas’ (5).
¿Alguien se sorprende de que hoy pasen cosas
parecidas en la bella villa y que maten líderes culturales y músicos de hip
hop? Solo que en aquella época, “allá lejos y hace tiempo”, aquello se aceptaba,
mientras hoy se tapa con millones de pesos en publicidad empeñada en defender
el buen nombre.
A Freidel lo mataron en 1990, a
León Zuleta en 1993. ¿Crímenes sexuales o pasionales? ¿Crímenes de odio?
¿Delitos políticos? Los tiempos de la muerte de Pasolini revivían aquí y ahora.
Cito un texto de Juan Camilo Rengifo, publicado en el periódico universitario De la Urbe y que se llama “¿Por qué a
usted señor Zuleta?”:
Del puñal
que lo despojó de su vida aún no se sabe nada; de las manos que lo empuñaron,
menos; del odio con que lo hicieron, sí. De ese se sabe que sigue proliferando
en la sociedad. Su muerte fue imprevista pero predecible por las constantes
amenazas que lo acechaban. A usted le propiciaron más de veinte puñaladas la
madrugada del 22 de agosto de 1993 en su apartamento, su asesino quería matar y
volver a matar su cuerpo (“Matar, rematar y contramatar”, como diría María
Victoria Uribe en uno de sus ensayos donde trata de explicarse la tanatomanía
nacional).
¿Por qué a usted, señor Zuleta? ¿Por ser homosexual? ¿Por ser de
izquierda? ¿Por sus borracheras? ¿Por su consumo de marihuana? ¿Por qué a
usted, señor Zuleta? ¿Acaso por ser fundador del Movimiento de Liberación
Homosexual de Colombia, o por promover la primera marcha gay del país en 1983,
o por haber hecho parte de la Juventud Comunista (JUCO), o por haber trabajado
en el Instituto Popular de Capacitación y en la Escuela Nacional Sindical?
Usted que fue filósofo, profesor, intelectual, poeta; que llegó a ser ángel,
demonio, luz, sombra, se convirtió en un referente político y académico,
empecinado en los Derechos Humanos y fiel amigo de los sectores sociales.
Usted, un hombre de “noches intensas”, que comenzaban en el bar Serenata o en
cualquier otro ubicado en las calles del centro de Medellín, lejos de la
farándula y con la compañía de Piedad Morales. Frecuentes borracheras que
iniciaban después de las seis de la tarde y que al igual que Piedad se
esfumaban a media noche para dar paso a los consumos de marihuana, al disfrute
de lo erótico, a la libertad total del cuerpo.
Usted que quién sabe cuántas veces escuchó las palabras marica, cacorro, dañado, torcido, anormal, pirobo, pecador, roscón, galleta; usted mismo que quién sabe cuántas veces contestó con besos, risas pícaras, sensuales caricias y descarados coqueteos; usted, que somos todos, que quién sabe cuántas veces fue callado, cuántas veces fue golpeado, burlado, insultado, negado, olvidado, asesinado.
Usted que amó al hombre hambriento, a la lesbiana, al policía, al
transgenerista, a la mujer vulnerada, al marica, al prisionero de la calle, al
homosexual, a la prostituta, al de altos ingresos, al hombre corrupto, al
individuo ignorante, al marihuanero, al obrero, al borracho; que caminó con los
sindicalistas, las feministas, los comunistas, las juventudes; que respetó al
otro, al que le era diferente, lo escuchó, lo entendió, lo amó; que se empecinó
con los Derechos Humanos; que se condenó al amor y lo condenaron al rechazo;
que se convirtió en un demonio por no comulgar con el patriarcado, con el
sistema, con el autoritarismo y la exclusión; fue entonces el hereje al que
odiaron, expulsaron, desterraron, exiliaron, asesinaron, silenciaron (6).
A Zuleta lo mataron en 1993,
cuando ya otro poeta maldito se vivía muriendo en una Medellín de noches
interminables que desafiaban el toque de queda tácito y las mil y una formas
del miedo. Ahí lo encontraba a veces, a Raúl Gómez Jattin, aterrorizando jovencitas y seduciendo efebos,
en el bar La Arteria –que digo bar, un parqueadero con acera en la Avenida La
Playa, entre carreras 42 y 43, muy cerca de donde Freidel tomó el carro de su
muerte–. ¿Cómo pudo alguien tan feo y desgreñado, como Gómez Jattin,
convertirse en un símbolo de la cultura gay en Colombia, ser citado en los
cocteles de la aristocracia cultural y ocupar un lugar de privilegio en sus
bibliotecas, y escribir elaborados
poemas de amor a los muchachos? Solo muerto, remuerto y recontramuerto,
arrasado por un bus en la noche, tirado en la calle, solo. Ay Cartagena, Ay
Medellín, Ay Días Chiqui, Ay León, Ay Freidel, Ay Raúl, arde Raúl en el
infierno de tu fuego, pues solo los muertos tienen paz.
Paul Bardwell, muerto de cáncer |
Para oponerse a una cultura de la homologación, estandarizada y monótona, Paul Bardwell masticó con insistencia, dentro del Colombo, una flor exótica: el multiculturalismo. Nunca supo definir muy bien de qué se trataba porque no fue un hombre de conceptos. También en esto iba en contravía. Jamás una discusión ideológica, nunca el pantano de la demagogia. Siempre la acción que transformaba todo a su alrededor.
En las salas del Colombo
Americano se vivieron momentos fundacionales de convocatoria cultural, que
congregaron al círculo elegebeté, antes incluso de que osáramos llamarlo con
tan incluyentes siglas. Voy a detenerme en tres de ellos para ponerle una pausa
al trabajo de la muerte.
En 1993 o 94, un ciclo de
Rainer Werner Fassbinder mostró gran parte de la obra angustiada y abstrusa y
la “difícil ternura” de este genio del Nuevo Cine alemán. Los atormentados
héroes de Fassbinder pagan caro el amor y reciben desprecio y traición como
moneda de cambio del afecto que entregan. Erwin-Elvira, el personaje de Un año con trece lunas, se ha hecho una
operación de cambio de sexo por amor a un cínico especulador de construcción
que después la desprecia. Convertida en un bulto de carne gorda y deleznable,
para ella misma y para los demás, Elvira recorre parques y descampados en busca
de una caricia que le devuelva su humanidad perdida, y hace un viaje hacia la
recuperación de sus afectos pero solo recibe golpes y humillación. Su única
salida es el suicidio. Esta sinfonía del sufrimiento no es únicamente una
película sobre un transexual sino la inmersión en las entrañas de un dolor
universal. Pero también es un filme capaz de mostrar las formas particulares de
traición que definen el amor entre hombres, la violencia erótica, el deseo que
se transforma en odio en una misteriosa línea de continuidad. Esta y otras
películas de Fassbinder con su regodeo en el melodrama, sus excesos de sangre,
sudor y lágrimas fueron también una educación sentimental para toda una
generación de gays, lesbianas, transgeneristas y transexuales. Llegaron a su
tiempo, cuando los referentes más frecuentes eran filmes finalmente
conciliadores como Las cosas del querer
de Jaime Chavarri, o las películas de Almodóvar en las que se reconoció toda
una generación. y apenas han sido
superadas
En el 94 o 95, un ciclo del
británico Derek Jarman, traído al país por el British Council, no poco tiempo
después de su muerte, convocó enormes filas al ingreso de la sala 1 del tercer
piso del Colombo Americano. ¿Qué imagen proyectada de nuestro infortunio
reconocíamos en la imaginería desbordada de Jarman, la misma que termina en el
monocromático y melancólico azul technicolor de Blue, su testamento cinematográfico? ¿Por qué tanta necesidad
acumulada de releer la cultura occidental y algunos de sus íconos –Jesús,
Shakespeare, Wittgenstein, San Sebastián- en una perspectiva maricona? En mi
memoria siempre aquella letanía que se escucha en The Garden, esa mezcla de misticismo cristiano en clave de opresión
gay y de lucha contra el sida:
Quiero
compartir
este
vacío con ustedes.
No
llenar el silencio con notas falsas.
Quiero
compartir
esta
desolación del fracaso.
Los
otros les construirán expresamente
carreteras
en ambas direcciones.
Yo
ofrezco un viaje
sin
dirección,
incierto
y
sin una conclusión dulce.
Cuando
la luz se desvaneció,
fui
en busca de mí mismo.
Había
muchos caminos
y
muchos destinos.
Poco
después, algunos hombres
que
estudiaban las estrellas
vinieron
de oriente a Jerusalén
y
preguntaron:
¿Dónde
está el bebé
nacido
para ser rey de los Judíos?”
Hola
a todos.
Hoy
es el día de la tarjeta de crédito.
Todos
sus sueños
se
llevarán a cabo.
Aquel
hermoso Ferrari, el adorable
apartamento
en la ciudad y chicas guapas.
Así
como Judas.
¡Judas
es hermoso!
¡Oh,
mira, todos sus sueños se harán
realidad
con las bellas tarjetas!
Gracias,
gracias,
Judas,
gracias...
Gracias,
gracias...
¡Desterrar
el negro, quemar el azul
y
enterrar el beige!
A
partir de ahora, chicas...
Piensen
en rosa, piensen en rosa
al
hacer las compras de verano.
Piensen
en rosa, piensen en rosa cuando
busquen
alguna cosa.
El
rojo está muerto, el azul pasado,
el
verde es obsceno y el marrón un tabú.
Y no
hay la menor excusa
para
el púrpura o el vino,
o el
chartreuse.
¡Piensen
en rosa! Olviden el Dior,
es un color negruzco y oxidado.
¡Piensen
en rosa!
¡Piensen
en rosa, piensen en rosa en
el
largo camino que tienen por delante!
¡Piensen
en rosa! ¡Piensen en rosa
y el
mundo quedará rosado!
Me
paseo por este jardín
de
la mano de amigos muertos.
La
vejez llegó rápido para
mi
congelada generación.
Frío,
frío, frío,
murieron
tan silenciosamente.
La
generación olvidada gritó,
¿o
iba llena de resignación,
protestando
en voz baja con inocencia?
Frío,
frío, frío,
murieron
tan silenciosamente.
No
tengo palabras, mi mano temblorosa
no
puede expresar mi furia.
La
tristeza es todo lo que tengo,
sin
palabras.
Frío,
frío, frío,
moristeis
tan silenciosamente.
Manos
unidas a las 4 de la mañana, en la ciudad profundamente
dormida
nunca
oíste la dulce canción
de
la carne
Frío,
frío, frío,
murieron
tan silenciosamente.
Mateo
se folló a Marcos, que
Se
folló a Lucas, que se folló a Juan
que
yace en la cama
en
la que yo yazco.
Tócame
otra vez
mientras
cantan esa canción.
Frío,
frío, frío,
morimos
tan silenciosamente.
Mis
claveles, rosas, violetas azules...
Dulce
jardín de placeres desvanecidos.
Por
favor,
vuelvan
el año que viene.
Frío,
frío, frío,
morí
tan silenciosamente.
Buenas
noches, muchachos. Buenas noches, Johnny.
Buenas
noches, buenas noches (7).
Ah, Jarman murió de Sida, como tantos otros
menos célebres que él que murieron más silenciosamente, en horribles mazmorras
de vergüenza y soledad. (Como murió de sida Fernando Molano, imprecando a la muerte en un humilde volumen de poemas Todas mis cosas en tus bolsillos, sobre el obstinado deseo de vivir y de amar: "¿Qué quiere conmigo esa señora?"). De la reinvención de la amistad masculina, del amor sin
ataduras y exclusivismos, del rompimiento de los vínculos con la familia y la
pareja burguesa se llegó a una última
forma de romanticismo y camaradería, pero en la desgracia. “Libertad, igualdad
y fraternidad…en la muerte”, como agregaría Dostoievski.
"Es el fascismo, ¿terminamos aquí?" (Serge Daney)
Sí, quizá el sida fue el precio de una
ciudadanía más cara, para citar las palabras de Susan Sontag sobre la aureola
de iniciación y genialidad que rodeó a algunos muertos de tuberculosis. Pero
Hollywood tomó nota y de forma oportunista convocó a uno de sus grandes íconos,
Tom Hanks, para darle cuerpo a un enfermo de sida en Filadelfia, la tierra de
los padres de la independencia americana. Y después empezó a vender en bandeja
el mito de la pareja gay. Del amor entre personas del mismo sexo como una forma
exasperada de la contracultura, visible en los filmes de Andy Warhol o Todd
Haynes, se pasó a la trivialización del personaje homosexual, del closet se
pasó al decorado neutralizando toda la posible potencia política del
homoerotismo o el poliamor.
Y estamos ya en julio de 2001, otra vez con
filas enormes en la sala 1 del Colombo (y también aquí en la Cinemateca
Distrital que por entonces como ahora dirige el colega y amigo Julián David Correa)
para ver los filmes militantes y autorreferentes de Rosa von Praunheim, que
fueron seguidos en años posteriores, por todo un inventario de producción al
margen de la gran industria. Pero ya eran otros tiempos, muy lejanos de esos
ciclos con copias piratas de la gloriosa videoteca del Colombo Americano, con
los cuales hicimos un ciclo de películas gay en uno de los templos del
conservadurismo paisa: la Caja de Compensación Familiar Comfama, quizá en el 97
o 98. Ni siquiera se pudo mencionar la palabra gay u homosexual en el título
del ciclo, que presentó Manuel Bermúdez, un compañero de la Facultad de
Comunicación de la U. de Antioquia, que después se lanzó como candidato al concejo
de la ciudad y perdió, y protagonizó una de las primeras bodas simbólicas de
carácter público entre personas del mismo sexo en Colombia.
Hacia finales de los noventa, como todos saben, se volvieron frecuentes las marchas del orgullo gay o de ciudadanía plena o como quiera que se llamen o se hayan llamado y el activismo encontró un nicho en la institucionalidad política, y en esa a veces terrible forma de territorialidad que es la Academia. El periodismo reaccionó y hoy desde muchas tribunas se le da a las luchas LGBTI una visibilidad que ya quisieran otras agendas reivindicativas menos glamurosas. Y el Ciclo Rosa es expresión de estos cambios.
Me resulta difícil encontrar
una razón que explique por qué, a pesar de los logros y los triunfos jurídicos,
culturales y políticos, la sensación que percibo es de insatisfacción y
derrota, de hostilidad y cansancio. ¿Hay hoy más o menos miedo que antes? Es
posible que se sufra más por las plegarias atendidas que por las no atendidas,
como lo dijo Teresa de Ávila y lo repitió Capote, y que sea difícil no dejarse
vencer por la nostalgia de lo clandestino.
Derek Jarman, muerto de sida |
Notas:
(1). Hanna Arendt, “La esfera pública
y la privada”, en: La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 2009.
(2).“Especial: 25 joyas de la cultura
gay”, Revista Arcadia, núm. 81, junio de 2012, disponible en: http://www.revistaarcadia.com/especiales/25_joyas_cultura_gay/index.html
(3). Emmanuel Levinas, Difícil
Libertad: ensayos sobre el judaísmo, Madrid, Caparrós, 2004, p.
130.
(4). “Especial: 25 joyas de la
cultura gay”, Revista Arcadia, núm. 81, junio de 2012, disponible en: http://www.revistaarcadia.com/especiales/25_joyas_cultura_gay/index.html
(5). Disponible en: http://unahogueraparaqueardagoya.blogspot.com/2011/03/jose-manuel-freidel-asesinado.html
(6). Juan
Camilo Rengifo, “¿Por qué a usted señor Zuleta”, Periódico De La Urbe,
núm. 41, Universidad de Antioquia, disponible en: http://www.colectivoleonzuleta.org/bioleonz/bioleon2.html
(7). Del guión de The Garden, Dir.
Derek Jarman, Reino Unido, 1990.
3 comentarios:
Increíble y demoledora mirada que reafirma una vez más el planteamiento Queer.
¿Potencia política del poliamor? Paradójicamente, creo que esa afirmación resume el fracaso de los proyectos de transgresión fundados en la diferencia.
La política de la diferencia es un fracaso relativo. Tuvo logros heroicos como la lucha común contra el sida en la época más dura de la epidemia. Una lucha que ha retrocedido. Veremos que logra, al menos en Colombia, la política de la asimilación.
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