El primer largometraje bajo la dirección del libretista y escritor Andrés Burgos se estrena este viernes 3 de agosto en las salas del país, precedido de una ola de aprobación de público y crítica. La siguiente reseña, publicada originalmente en el último número de la revista Kinetoscopio, busca ubicar algunas claves de la "visión del mundo" de Burgos, y cómo se concretan en su opera prima.
Por Pedro Adrián Zuluaga
"Esta es la puritita Colombia", le dijo Carmen Maura a El Tiempo, cuando atendía medios en los días previos al rodaje de Sofía y el terco. Se refería a la mirada sobre el país del director, escritor y libretista antioqueño Andrés Burgos, ya perceptible en el guión de la película. Cansados de la las narrativas de la "dura realidad", a las que parece aludir por contraste la magnífica Maura, en la opera prima de Burgos tendríamos una respuesta: estaríamos por fin ante una Colombia largamente ignorada por sus cineastas, un país en clave menor.
Lo peligroso de esta idea (“la puritita Colombia”) es que se cambia un lugar común por otro. Afirmaciones de tal calado se sostienen en una visión reduccionista, en un vacío cultural, en un olvido de la tradición. Ni Colombia es solo “explosiones, monstruos y otros follones” (Maura dixit), ni es el país bucólico que muestra Sofía y el terco. Ni lo primero está agotado, ni lo segundo es inédito
Lo peligroso de esta idea (“la puritita Colombia”) es que se cambia un lugar común por otro. Afirmaciones de tal calado se sostienen en una visión reduccionista, en un vacío cultural, en un olvido de la tradición. Ni Colombia es solo “explosiones, monstruos y otros follones” (Maura dixit), ni es el país bucólico que muestra Sofía y el terco. Ni lo primero está agotado, ni lo segundo es inédito
Carmen Maura en Sofía y el terco |
Sin una voluntad explícita de realismo y declinando la tentación de hacer cuadros de costumbres, Sofía y el terco muestra al personaje principal en relación con un entorno y con otros personajes construidos de forma muy artificial (y no me refiero al innecesario recurso del colorido mar de papel que representa la fantasía del personaje), como algo puramente funcional para los propósitos de un guión que sabe siempre a dónde quiere llegar.
Quien quiera
encontrar aquí datos de observación social, denuncia política
(como en el road movie de una pareja de primos que también parte del
interior del país hacia el mar: Retratos en un mar de mentiras)
o una poética del paisaje como en los cortos de Rubén Mendoza (La
cerca y La casa por la ventana), Martín Mejía (Od El
Camino) o Frank Benítez (Xpectativa), filmados en esta
misma región de Cundinamarca, verá frustrado su deseo. Burgos,
autor de las novelas Mudanza, Manual de pelea y Nunca
en cines, y libretista de telenovelas como Hasta que la plata
nos separe, tiene una sensibilidad ajena a estas exigencias.
Sus trabajos anteriores en cine, concretamente el cortometraje Gajes del oficio (2000), codirigido con Camilo Uribe (Q.E.P.D.), y los documentales Retrato porno (1999) y Un héroe se hace a patadas (1995), muestran una mirada sobre el mundo en la que siempre son determinantes el humor y el escepticismo. Esa saludable falta de solemnidad es, creo yo, su voz particular y la que tendría que seguir elaborando, cuidándose del riesgo de caer en la frivolidad.
Después de ver la
película en su estreno mundial en el Festival de Cine de Cartagena,
donde participó en la selección de Colombia al 100%, pensé con la
lógica twittera de nuestros días que “esta es la película de una
Diosa en un universo demasiado humano”. Con ello quiero resaltar el
ostensible peso que en filme tiene la actuación de la diva Carmen
Maura. Ella se echa esta película a cuestas y la saca al otro lado.
Sus trabajos anteriores en cine, concretamente el cortometraje Gajes del oficio (2000), codirigido con Camilo Uribe (Q.E.P.D.), y los documentales Retrato porno (1999) y Un héroe se hace a patadas (1995), muestran una mirada sobre el mundo en la que siempre son determinantes el humor y el escepticismo. Esa saludable falta de solemnidad es, creo yo, su voz particular y la que tendría que seguir elaborando, cuidándose del riesgo de caer en la frivolidad.
Andrés Burgos, director |
Por los mismos días
en que la actriz de Volver y La comunidad atendía
medios en Bogotá, le pregunté en una rueda de prensa cómo iba a
hacer para darle verosimilitud a un personaje de 75 años y para
hablar con el acento de los campesinos colombianos. Fue ahí que
contó que el personaje no tendría ni una línea de diálogo en la
película. La decisión es bastante afortunada y nos evita
incomodidades como la de soportar a Unax Ugalde tratando de hablar
paisa en Rosario Tijeras o, aunque está por verse, a Luis
Tosar forzado a ser el campesino de San José del Guaviare que cuidó
a Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, en la película sobre el tema que
está produciendo Juan Pablo Tamayo.
Maura se mete en la
piel del personaje de otra manera, no forzando un acento, ni
maquillándose de anciana, sino construyéndolo desde adentro, por
medio de gestos mínimos, miradas sutiles y un magnífico dominio de
su cuerpo. En Cartagena, al lado mío, la actriz argentina Patricia
Carbonari me hacía notar en una de las escenas que Constanza Duque,
la amiga “librepensadora” de Maura con quien la protagonista
planea escaparse al mar después de los intentos fallidos de ir con
su marido, como la colombiana se esfuerza haciendo mohines para
despertar simpatía por su personaje, mientras Maura no precisa de
ningún exceso, es pura contención.
Lo mismo se podría decir del dúo que en la parte final de la película Maura compone con Jair Romero, el celebrado actor que encarnó al Joe Arroyo, y que en Sofía y el terco le da vida a uno de los personajes que acompañan la llegada al mar de la protagonista. Maura es superior a cualquier otra cosa de la película. “Me sentía frente al talento puro”, me confesó Burgos en Cartagena. “El puritito talento”, se podría agregar.
Lo mismo se podría decir del dúo que en la parte final de la película Maura compone con Jair Romero, el celebrado actor que encarnó al Joe Arroyo, y que en Sofía y el terco le da vida a uno de los personajes que acompañan la llegada al mar de la protagonista. Maura es superior a cualquier otra cosa de la película. “Me sentía frente al talento puro”, me confesó Burgos en Cartagena. “El puritito talento”, se podría agregar.
Es más fácil pues
definir a Sofía y el terco por lo que no es. No es un road
movie convencional donde asistamos a la “educación sentimental”
de un personaje. No es una declaración de nada distinto a ese deseo
que siempre ha tenido Burgos de avanzar hacia un cada vez mayor
profesionalismo en el oficio de contar historias, más allá del
fetichismo de los formatos (de ahí su flexibilidad para ir del cine
a la televisión pasando por la literatura). “Yo intento narrar lo
que puedo y estoy aprendiendo a narrar, eso lo tengo claro” (1),
declaró en una “vieja” entrevista para Kinetoscopio.
En Sofía y el
terco, Burgos ha construido un personaje entrañable en
cooperación con una actriz en la plena madurez de sus facultades.
Aún es posible que en el camino de su maduración como narrador,
Burgos deba aprender a deshacerse de ciertos excesos que siempre
tienen sus historias, hasta el día en que llegue a ser más que él
mismo. Como el personaje de Carmen Maura cuando regresa del mar a la
cotidianidad de su matrimonio. Ella siempre fue ella. Pero después
de cumplir su sueño, el personaje es algo más.
Ver trailer:
NOTA:
(1). Oswaldo Osorio.
“Entrevista con Andrés Burgos. Un realizador no se hace a
patadas”, disponible en:
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