Anoche, en la Fundación Proa del barrio La Boca empezó una serie de 4 exhibiciones de Nuremberg. Its Lesson for Today, versión restaurada del documental comisionado por el gobierno estadounidense al final de la Segunda Gran Guerra como parte del plan para desnazificar a Alemania y ganar su propia batalla por la memoria a nombre de "los valores democráticos de Occidente".
Nuremberg. Its Lesson for Today, documental dirigido por Stuart Schulberg. |
El documental incluye registros del emblemático juicio en la ciudad del título y material tomado de filmes alemanes filmados durante el nazismo. Estos filmes sirvieron de material probatorio al fiscal Jackson, quien lideró el proceso de cuatro cargos contra 24 acusados, a nombre de los cuatro países aliados: Estados Unidos, Francia, Unión Soviética y Gran Bretaña, y aún hoy son irrebatibles frente a cualquier intento de revisionismo o negacionismo del Holocausto, la Solución Final y la guerra de agresión de Alemania y el Eje.
No quiere decir, sin embargo, que Nuremberg no sea también un documental propagandístico, y por cierto ingenuo en su declaración de que este juicio era un hito en la historia de la humanidad y serviría para evitar en el futuro las guerras de agresión, los crímenes contra la paz y los crímenes contra la humanidad (que no han hecho más que repetirse y multiplicarse).
A pesar de esa condición, aparentemente degenerada –y contradicha por la historia–, sobrevive en las imágenes un aura, algo que interpela al espectador y que lo enfrenta a los límites de la representación del dolor y la maldad. Es el poder de las imágenes, pese a todo, para usar la expresión contenida en el título del libro de Didi-Huberman (Images malgré tout), quien hizo referencia en su estudio sobre la memoria visual del holocausto a las poquísimas imágenes fotográficas robadas en los campos de concentración por los prisioneros judíos, también como una prueba de resistencia y de que la abyección –pese a todo– nunca fue completa. Es la inevitable postura ante el dolor de los demás, que para Susan Sontag justifica la persistencia de las imágenes a despecho de su posible efecto anestésico o banalizador.
A pesar de esa condición, aparentemente degenerada –y contradicha por la historia–, sobrevive en las imágenes un aura, algo que interpela al espectador y que lo enfrenta a los límites de la representación del dolor y la maldad. Es el poder de las imágenes, pese a todo, para usar la expresión contenida en el título del libro de Didi-Huberman (Images malgré tout), quien hizo referencia en su estudio sobre la memoria visual del holocausto a las poquísimas imágenes fotográficas robadas en los campos de concentración por los prisioneros judíos, también como una prueba de resistencia y de que la abyección –pese a todo– nunca fue completa. Es la inevitable postura ante el dolor de los demás, que para Susan Sontag justifica la persistencia de las imágenes a despecho de su posible efecto anestésico o banalizador.
Beatriz Sarlo, la intelectual argentina largamente enfrascada en las cuestiones de la memoria y del tiempo pasado, moderó un pequeño pero significativo foro con Sandra Schulberg, hija del director de la película y responsable de su restauración, después de seis décadas de censura –o supresión– por parte del mismo gobierno que las comisiónó. ¿Qué quería el gobierno de Estados Unidos que sus gobernados no vieran y que consideraba necesario que vieran los alemanes? ¿Las pilas de cadáveres, la implacable economía de la guerra, los límites morales? Son preguntas inciertas aún hoy día y que ni el documental ni los encargados de su restauración alcanzan a absolver.
Sarlo acentuó las cicatrices inevitables de la memoria presentes en el filme, visto ahora en un horizonte histórico de mayor amplitud, las medias verdades que correspondían a una estrategia para ganar simbólicamente la guerra, sin humillar a Alemania, ni generar las condiciones para un nuevo revanchismo como el que, precisamente, catapultó al nazismo. Terminaba una guerra y empezaba otra: la guerra fría y el anticomunismo. Y después otras y hasta hoy.
Nuremberg no es un pues un filme antibélico: es una pieza de implacable pragmatismo político que termina con la mayoría de los implicados condenados en la horca por crímenes contra la humanidad, en un momento en que se empezaba a vislumbrar un destino común de las naciones, o en que había, por lo menos, que creer que tal utopía era posible. Nadie castigó sin embargo a Estados Unidos o los aliados por la bombas de Hiroshima y Nagasaki, crímenes igualmente monstruosos a pesar de que probablemente salvaron a la "humanidad" de una catástrofe peor. "Se trata de hacer la guerra para hacer la paz", bajo la adminición de Von Clausewitz, y en eso andamos.
Es curioso, por decir lo menos, que el cine haya servido para "sellar" el triunfo de los vencedores mediante esta puesta en escena de la victoria moral. Aunque se trate de un relato con profundos huecos que progresivamente se han ido llenando: ver aquí en el BAFICI los atormentados filmes del japonés Kiju Yoshida, ver el otro lado que los triunfadores no querían mostrar, demuestra la dimensión política de un festival de cine: multiplicar los relatos. Pero a su vez el gran riesgo: que cualquier cosa se pueda decir y entre a competir en un plano de equivalencia, en la universal intercambiabilidad del horror.
¿Habrá ganado la memoria, al menos, alguna batalla? Me lo pregunto camino a una charla de Patricio Guzmán. ¿Él con su memoria obstinada ganó al menos La batalla de Chile?
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