Porque sin duda existe la sincronicidad, terminé viendo anoche Good for Nothing, la opera prima de indudable aliento godardiano de Kiju Yoshida, un director japonés al que BAFICI le rinde uno de sus focos de este año. Leo que comenzó haciendo cine en la época, los años sesenta, en que los estudios Shôchiku, preocupados por el avance de la televisión, le dieron la oportunidad a una nueva generación de directores que formarían la Nouvelle Vague japonesa (él, Oshima et al).
Y con qué fuerza logra Yoshida expresar el mundo nuevo de la juventud de aquellos años, el sentimiento, al parecer universal, de fractura con el mundo de los padres. Con qué libertad viven en la película las lecciones de Pavese y Rimbaud, el verano que se extingue, el final de una estación después de la cual este grupo de jóvenes no volverá a ser igual.
El tema de la Nouvella Vague francesa, la relación hombre-mujer que ha de reinventarse, está aquí plenamente. Pero nada se reinventa. Hombres y mujeres se buscan torpemente para redimirse en las muecas del amor y perderse en un amargo abrazo final. ¡Qué extraño camino me ha llevado hasta tí!, podría decirle el hombre a la mujer, y en el eco reverberan voces antiguas y planos nuevos: la alquimia de las influencias, la pantalla universal.
El 13 Bafici publica además un libro sobre Yoshida: "El cine como destrucción". Nunca mejor dicho.
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