Buen Ayre Visual de Argentina y Pajarera del Medio de Colombia, inician una serie de diálogos con escritores sobre sus relaciones con el cine. Un vínculo que ha fecundado a ambas artes con un repertorio de temas, personajes y modos de mirar y narrar. La serie comienza con el escritor colombiano Pablo Montoya Campuzano, ganador en 2015 del Premio Rómulo Gallegos por su novela Tríptico de la infamia.
Por G. Jaramillo Rojas*
G. JARAMILLO ROJAS: ¿Cómo ha sido tu
relación con el cine a lo largo de los años?
PABLO MONTOYA CAMPUZANO: Soy un cinéfilo
desde que era adolescente. Me formé en el buen cine, típico rasgo de mi
generación, en los cineclubes colombianos de las décadas de 1970 y 1980. En Tunja fui integrante del cine club Escena, el
único que existía entonces en esa ciudad. Así como escribí muchos textos para
los programas de mano de los conciertos que a la sazón se dieron en Tunja,
escribí también comentarios para los programas de cine. Desde esta experiencia
no solamente vi muchas películas selectas, sino que comencé a leer sobre cine.
Pero fue en París en donde me sumergí con mayor intensidad tanto en la historia
del cine como en los panoramas siempre ricos y abigarrados del cine que se
presentan allí. Algunos de los mejores recuerdos que me ofrece esa ciudad son
los ciclos de director o actor que pude ver en los pequeños teatros del Barrio
Latino. Fui durante años un asiduo lector de los Cahiers du Cinéma y estaba al
tanto de las novedades del cine no solamente francés, sino de otras partes del
mundo. Siempre he pensado que una ciudad como París obsequia esta magnífica
posibilidad de educarse sensorial e intelectualmente desde el cine. Cuando
regresé a Medellín, en 2002, estos itinerarios cineastas disminuyeron
ostensiblemente, pues vivo en una ciudad en donde es arduo movilizarse y las
salas de buen cine son casi que inexistentes.
GJR: ¿Crees que lo cinematográfico y lo
literario están profundamente hermanados y condenados a encontrarse o hay
caminos propios de cada uno donde el otro lenguaje no tiene cabida?
PMC: Ambos lenguajes se aproximan mucho
porque trabajan con el tiempo y la imagen. Se hermanan, particularmente, cuando
se hace una película a partir de una obra literaria. Aunque el resultado,
muchas veces, no sea el mejor. Creo que cuando la película o el cuento o la
novela logran imponerse por su calidad es porque cada una de estas formas de
representación artística aprovecha al máximo sus propias herramientas. En
realidad, durante un tiempo me interesaron mucho las películas basadas en obras
literarias. Pero casi siempre salía decepcionado de estos cruces. Creo que el
error del cineasta que trabaja esta relación está en el hecho de que se deja
manipular por la base literaria. Ser fiel, en este sentido, es lo peor. Y lo mejor,
alejarse de la férula del texto literario. Recuérdese que cuando Tarkovski hizo
Solaris, basado en la extraordinaria novela homónima de Lem, el mismo escritor
se sintió decepcionado al verla. Lo cual no significa que la película no sea una
obra cimera del cine del siglo XX. Pero miremos, en un contexto más cercano a
nosotros, el caso de las películas que se han hecho sobre las obras de García
Márquez. Casi todas, a mi juicio, han sido experiencias fallidas porque el
director respectivo intenta reproducir fielmente un imaginario literario que,
aparentemente, se ve muy próximo a su representación cinematográfica. Ahora
bien, se sabe que son pocos los grandes directores que han enfrentado a las
obras de García Márquez. La mayor parte de ellos son directores menores
atraídos por las virtudes comerciales y exóticas que ofrece el universo
garciamarquiano.
Solaris, de Andrei Tarkovski, adaptación de la novela del polaco Stanislaw Lem. |
GJR: Hay quienes consideran que el cine
es un modo de expresión tan nuevo que, necesariamente, debe ser completamente
diferente de la literatura. ¿Lo crees así? ¿Qué opinas?
PMC: Es el último gran arte en aparecer.
Es el más espectacular, el más costoso y el más masivo. Hay quienes creen que
por ser dueño de estas características es el más importante. Pero su aparición,
vinculado al nacimiento y al desarrollo de la fotografía, se debe no solamente
a ella y, en este sentido, a la pintura, sino que también uno de sus
progenitores es el relato literario. Pero esto no quiere decir que el cine no
tenga sus propios terrenos. El ritual cinematográfico de la oscuridad
enigmática que se ilumina por unas horas con la luminosidad de las imágenes es
maravilloso. Y sin duda su poder, ante la sensibilidad humana, puede ser más
encantador, o tal vez más completo, que el que ofrece la pintura y la
literatura.
GJR: ¿Consideras que el cine es un
producto estricto de la literatura o sólo una expresión de ella?
PMC: Comenzó siendo un producto de la
literatura y la fotografía, pero terminó siendo, y lo es ahora, una expresión
más o menos autónoma de ambas artes.
GJR: El cine ha recibido de la literatura
relatos, argumentos, formas y cualidades. La literatura, en todo el último
siglo, ha venido recibiendo del cine diferentes modos de narrar, concertando
nuevas miradas y objetivos ficcionales e incluso estilos. Teniendo en cuenta todo
esto. ¿Ha influido el cine en tu carrera como escritor?
PMC: Mi obra ha estado más abierta a las
influencias de la fotografía, la pintura y la música. Y ahí están para
demostrarlo mis novelas La sed del ojo, que es un policial erótico sobre los
inicios de la fotografía pornográfica en el París del segundo imperio; Los
derrotados, que se apoya en el reportaje fotográfico de guerra; y Tríptico de
la infamia, que cuenta los avatares de tres pintores renacentistas flamencos
del siglo XVI y su relación con las guerras de religión y la conquista de
América. Aunque mis libros se basan en la imagen, mi literatura no es
audiovisual, como lo es el cine, y jamás he escrito un cuento o un novela
pensando en su posible versión cinematográfica. Pero sí me he ocupado de autores
y películas en algunos de mis ensayos. Y el cine es parte esencial de mi
formación literaria. Con todo, sé que muchos escritores de mi generación
escriben sujetos a ciertos moldes del cine. El caso más notable, para hablar de Colombia, es el de Jorge Franco, cuyas novelas están muy afianzadas en el
relato audiovisual. De tal manera que su escritura termina siendo más
guionística que literaria.
GJR: Para muchos el cine ha dejado de ser
un arte y se ha convertido explícitamente en un espectáculo. ¿Algo así pasó
alguna vez en la literatura o crees que pueda llegar a pasar?
PMC: Uno de los primeros en advertir y
analizar el fenómeno de la masificación y comercialización de la cultura fue
Adorno. Aunque él lo trabaja más desde la perspectiva de la música, clásica y
popular, moderna. Pero la masificación del arte empezó a manifestarse desde el
siglo XIX, cuando la literatura se enlazó con el periodismo y la música se
proyectó en la conformación de orquestas para convocar al pueblo desde el
espectáculo de los grandes conciertos. Cuando llegó el cine el terreno estaba
más que abonado. No hay que olvidar, además, que el nacimiento del cine se da
cuando el capitalismo europeo se transforma en imperios. El cine, bajo estas
perspectivas, como lo es la fotografía, es el arte de los imperios capitalistas
y comunistas. Y si el cine no nació como espectáculo, su evolución mostró sin
ambages su ansia de fundirse con él. Recuérdese que el cine es, en gran parte,
técnica y que esta técnica en sí misma es proclive a lo espectacular. Pero en
la medida en que el cine pretende ser arte, su objetivo es develar los grandes
problemas de la condición humana. Y para ello a veces no es necesario tanto
despliegue de lo técnico, ni tanto estropicio comercial. Solo basta un paisaje
visual, un diálogo actuado, una secuencia de imágenes sostenida en una música,
que tengan la capacidad de tocar los núcleos ígneos de la emoción humana. En
este sentido, es decir, teniendo en cuenta el papel que ocupan los actores,
debe reconocerse lo mucho que el cine le debe al teatro. Ahora bien, si se ve
el panorama del cine comercial actual, sobre todo el que hace un país como
Estados Unidos, los lazos que establece con la sociedad de consumo son tan
evidentes como grotescos. El cine de Hollywood desde hace años es un cine
espectáculo y lo que premian en sus Oscar es, por lo general, ese tipo de
cine. Pero hay festivales que buscan premiar otros valores, lo que los
hace tal vez más respetables y creíbles.
GJR: Fernando Vallejo asegura que el cine
es un lenguaje muy menor al lado de la literatura, así como la literatura es
infinitamente inferior a la música ¿Qué piensas de esta afirmación?
PMC: Las comparaciones son siempre
complicadas. Pero cuando se da el caso de un escritor como Vallejo que ha indagado
en esas tres artes, es casi normal que se den. Yo fui músico, ahora soy
escritor, y estoy de acuerdo con Vallejo en la segunda parte de su opinión. El
gran arte humano, el supremo, el que lleva una tremenda ventaja sobre los
demás, es la música. Su poder encantatorio, sea este positivo o negativo, es
inigualable. Su capacidad de involucrar lo más oscuro o luminoso de lo humano
es única. Y creo que lo que hace la literatura, incluso la poesía, frente al
poder expresivo de la música, son meros balbuceos semánticos. Si me pusieran a
escoger, por sus niveles de profundidad, entre la música pianística del
romanticismo y la poesía que se escribió en este mismo periodo, no vacilaría en
señalar la música. Pero no sabría decir si la literatura es mayor que el cine.
En esta comparación mejor me avengo a establecer parentescos o lejanías. El
proceso de la factura de una película asume lo colectivo, mientras que la
creación literaria es un fenómeno individual. Esto no minimiza o engrandece a
ninguna de estas dos manifestaciones artísticas. Solo las diferencia. A veces
cuando veo una buena película siento envidia desde mi condición de escritor. El
poder de lo visual, asociado a la palabra y al sonido que caracterizan al cine,
todo ese montón de gente trabajando en una misma dirección, es un asunto que la
literatura jamás podrá lograr. Lo que se podría plantear es que el cine, en la
medida en que lo pensaba Wagner con sus dramas musicales, es un arte
totalizante. Y en esto es quizás más ambicioso que la música y la literatura.
GJR: La palabra es la unidad fundamental
de la literatura y sin ella es difícil imaginar el cine. ¿Sin imagen (que es la unidad
elemental del cine) crees que podría haber literatura?
PMC: El procedimiento cognitivo, hasta
donde llegan mis conocimientos de la psicología y la lingüística, comprende un
singular abrazo entre palabra e imagen. La escritura literaria se apoya en la
palabra pero su aspiración es acomodarse en el ámbito de la imagen.
Antígona, adaptación de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet. |
GJR: Hay adaptaciones e inspiraciones de
todo a todo: del teatro al teatro (Antígona de Sófocles y la versión
diferenciada de Bertolt Brecht), de la poesía a la escultura (Las flores del mal
de Baudelaire y El pensador de Rodin), de la música a la literatura (La consagración de la primavera de Igor Stravinsky y la novela homónima de Alejo
Carpentier), de la literatura a la música (los amores de Paolo y Francesca de
La Divina Comedia de Dante recreados en Francesca de Rimini de Tchaikowsky) de
la arquitectura al cine (Metrópolis de Fritz Lang) y tal vez la más explotada de
todas las adaptaciones entre otras muchísimas: de la literatura al cine (Muerte
en Venecia de Tomas Mann recreada por Luchino Visconti). Con todo esto y en
todos los sentidos y tránsitos omitidos más por espacio que por otra cosa, ¿consideras que existen las adaptaciones perfectas o fidedignas o más bien todo
se reduce al universo de la inspiración? Y, ¿los lenguajes, además de ser
diferentes, pueden resultar incompatibles?
PMC: Uno de los asuntos que más me ha
interesado son los abrazos que se dan entre las artes. Realicé una tesis
doctoral en París en la que trabajé los vínculos entre literatura y música en
la obra de Alejo Carpentier y he escrito varios ensayos sobre música y
literatura (Hoffmann, Cortázar, Mann, Felisberto Hernández, etc.). Siempre he
visto en estos abrazos una fuente de fascinación que, en lo que a mí respecta,
ha nutrido mi escritura. Ahora bien, a lo largo de la historia han aparecido
consideraciones y valoraciones. En el caso de la música y la literatura, por
ejemplo, ha habido quienes consideran que lo mejor es no unirlas porque en esta
unión se desvirtúan ambas artes. Pero otros piensan que, justamente, en estos
puentes hay un gran tesoro. Yo pertenezco, en efecto, al grupo de los segundos.
Se sabe que cada quien tiene sus ejemplos predilectos. Yo no sabría decirte si
son perfectas las adaptaciones que a mí me ha conmovido, pero aquí va una lista
de ellas: En el caso de la ópera, el ballet y el poema sinfónico hay muchos
ejemplos notables, desde el Mozart de Las bodas de Figaro y Don Giovanny hasta
lo que hicieron Liszt y Tchaikovsky basados en poemas de Victor Hugo y cuentos
de Hoffmann. Frente a las novelas musicales hay tres libros que me parecen
memorables a la hora de ver cómo se trabaja en la literatura la relación con la
música: Juan Cristóbal de Romain Rolland, Doktor Faustus de Thomas Mann y Los
pasos perdidos de Alejo Carpentier. En el caso del cine y la literatura hay tres
películas que me marcaron mucho en aquellos años de aprendizaje, fuera Muerte en Venecia que mencionas, Hamlet de Kozintsev, El proceso de Wells y
Solaris de Tarkovski.
GJR: Riccioto Canudo, es el responsable
de que desde 1914 el cine sea considerado el Séptimo Arte cuando escribió su
Manifiesto de las Siete Artes; allí él abordó y definió al cine como una
síntesis de las artes en donde se ve y se oye, y que con su capacidad de
rememoración también hace posible que se huela, se deguste, se palpe y, en
definitiva, se sienta. ¿Con respecto a la literatura y en general para con el
mundo del arte, estás de acuerdo con esta afirmación o crees que las cosas han
cambiado o nunca fueron así?
PMC: Entiendo el entusiasmo de Canudo con
respecto al cine, pero la imaginación humana es tan portentosa que creo, y yo
mismo lo he sentido así, en la gente cuando lee un libro y confiesa sentir todo lo que Canudo enumera.
De todas maneras, como lo expliqué atrás, la ambición del cine, en la medida en
que pretende reunir todas las artes, tomó la dirección que Wagner señaló para
sus dramas musicales que, de hecho, utilizaban mucho los efectos visuales en
escena. Lo que pasa es que Wagner basó su credo estético en la ópera, que es un
tipo de arte fundamentalmente musical y literario. Y el cine parte, como
sabemos, de la fotografía.
GJR: ¿Qué tipo de conocimientos o
sentimientos es incapaz de aglutinar el cine en relación a la literatura o qué
tiene el cine que no tenga la literatura?
PMC: El cine, con su poder visual, somete
la representación imaginativa. Mientras que la literatura, es decir, la lectura
de un libro, abre un espacio en el que cada lector es libre de imaginar. Aunque
en la perspectiva de estas supuestas manipulaciones o libertades, la música,
cuando no está acompañada de un texto, abre los más inmensos espacios de
imaginación humana. Creo que tanto la literatura como el cine tienen iguales
capacidades para aglutinar sentimientos y conocimientos. Cada una desde su
dominio educa, perturba, recrea, pone a soñar, ejerce aquella catarsis
maravillosa, aunque dolorosa, que hace miles de años prodigaban las tragedias
griegas.
GJR: El polifacético Howard Hawks dijo en
alguna ocasión que para hacer cine hacen falta tres cosas: Una buena historia,
una buena historia y una buena historia. ¿Se aplica para la creación literaria?
PMC: En absoluto. Lo crucial en
literatura y creo que en todo arte, me parece a mí, es la confabulación entre
contenido y forma. Puedo tener una extraordinaria historia pero si no la sé
tratar nada pasará. Soy de aquellos que piensan que todos los temas ya están
dichos, y en este sentido nuestra posibilidad de originalidad es cada vez más
mínima. Por ello el gran reto de ahora es cómo contar eso que ya se nos ha
formulado de tantas maneras.
GJR: ¿Lo bello, lo feo, lo horroroso y lo
sublime en cine es igual a lo bello, lo feo, lo horroroso y lo sublime en
literatura?
PMC: Creo que sí. La condición humana no
ha cambiado mayor cosa desde hace siglos. Solo han evolucionado algunas
técnicas y algunas ciencias y algunas costumbres. Pero, en el fondo, el ser
humano sigue siendo el mismo territorio frágil que se cree poderoso que nos
mostraron los hombres antiguos. Frente al amor, a la muerte, al dolor, al poder
seguimos siendo iguales a como éramos hace siglos. Por ello me parece que esas
cualidades límites a las que te refieres no cambian mayor cosa en un arte y en
otro. Otra cosa son los modus vivendi. Estos sí se han transformado. Pero lo
que sucede es que adornan, atavían un poco de forma pintoresca, las permanentes
categorías de lo bello y lo feo, de lo horroroso y lo sublime.
GJR: Cuéntanos un poco sobre tus libros
en los que has comentado películas y directores: motivaciones para escribirlos,
etc.
PMC: No he escrito ningún libro de este
tipo. Lo que mejor he hecho sobre mis incursiones en el campo del cine fue un
ensayo que escribí sobre Tarkovski. En
él sigo cuatro de sus películas: La infancia de Iván, Andréi Rubliov, Solaris y
Stalker.
GJR: ¿Nunca te surgió la posibilidad o la
idea de escribir un guión?
PMC: Nunca.
GJR: ¿Recuerdas especialmente alguna
adaptación cinematográfica?
PMC: Ya te dije algunas arriba. En el
caso de cine colombiano recuerdo con afecto la versión de Cóndores no entierran
todos los días de Francisco Norden sobre la novela homónima de Gustavo Álvarez
Gardeazábal. Pero valga la pena aclarar que nunca he pensado que esa película y
esa novela sean obras maestras.
Cóndores no entierran todos los días, adaptación dirigida por Francisco Norden de la novela homónima de Gustavo Álvarez Gardeazábal. |
GJR: ¿Cuál o cuáles de tus obras te
gustaría ver representada en la gran pantalla? ¿Por qué?
PMC: Algunos cuentos quizás. Tengo unos
muy nocturnos y oníricos, y creo que se podrían hacer cosas llamativas desde lo
visual. Sobre todo hay un cuento que se llama “El salto” que narra las
peripecias de un fotógrafo enfermo de cáncer que vive fascinado por el agua. Es
un hombre obsesionado con ella y la ama en su diversas formas. Y la fotografía.
Y cree que el agua podría, si no salvarlo, al menos ayudarlo a enfrentar la
muerte. En ese cuento hay unos juegos con el agua que creo que podrían dar una
adaptación cinematográfica interesante.
GJR: ¿Sigues el cine colombiano? ¿Qué
piensas de lo cosechado en los últimos años?
PMC: Me alegran los premios que obtiene
el cine colombiano porque ellos estimulan y dan energías para hacer más y más
cine a quienes los reciben y a las nuevas generaciones. Durante años nos
consolamos con la presencia de dos películas de Víctor Gaviria en Cannes. Hoy
ya el cine colombiano ha ganado varios premios en ese festival y en otros. Pero
no me hago ilusiones. La verdad es que el cine colombiano es mediocre. No
tenemos un gran cine. Todavía no hemos tenido grandes directores ni grandes
actores. Frente a este último tópico, siempre he dicho que una de las grandes
falencias de nuestro cine es la ausencia de un cine de actor. El asunto de los
actores naturales funciona a veces, pero no puede convertirse en la constante
de nuestro cine. Creo que con películas como La tierra y la sombra de César
Acevedo y El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra hemos dado un gran paso
adelante. Ya hemos superado los problemas de una fotografía endeble. Ambas
películas son magistrales en ese sentido. Y creo que estos directores tienen un
futuro más que promisorio. En ambos predomina una mirada poética de la realidad
y eso sí que es digno de celebrar. Pero se debe fortalecer, repito, el trabajo
con los actores. Ese, por ejemplo, es la debilidad de una película como El
abrazo de la serpiente. Hay en ella un formidable trabajo por parte de los
actores indígenas, pero los actores digamos occidentales son patéticos y nada
convincentes.
GJR: Las tres películas colombianas que
más te gustan.
PMC: Confesión a Laura de Jaime Osorio es
mi preferida. A pesar de los problemas técnicos, Rodrigo D. No futuro de Víctor
Gaviria es una película que aprecio entrañablemente. La tierra y la sombra de
Acevedo me parece una excelente y genuina película. Y hay una cuarta que
también me gusta mucho y que es una lección de cómo tratar el tema de nuestra
violencia: La Sirga de William Vega.
GJR: Un puñado de películas y/o
directores inolvidables para ti.
PMC: Películas: Andréi Rubliov, Cuidadano
Kane, Apocalipsis Now, Blade runner, El acorazado Potemkin, El padrino (la
primera parte), Luces de la ciudad, Ladrón de bicicletas, Los siete
samuráis, Novecento, Los olvidados, Toro salvaje. Y los directores:
Eisenstein, Tarkovski, Wells, Coppola, Chaplin, Buñuel, Scorsese.
*Estudió Sociología en el Externado de
Colombia y, posteriormente, una maestría en Sociología de la Cultura en alguna
universidad argentina. Actualmente trabaja como editor y redactor para revistas
digitales y programas de radio independientes de arte, cultura y sociedad en
Buenos Aires y Montevideo.
1 comentario:
Hola.
Te escribe Carlos López, un placer saludarte.
Quería hacerte una propuesta de beneficio mutuo con el blog que manejas http://pajareradelmedio.blogspot.com/ , si estas interesado y quieres te informe un poco más sobre dicha propuesta, esperamos una respuesta de tu parte confirmándonos para así poder enviarte toda la información necesaria con respecto a lo mencionado.
Quedo a tu disposición y a la espera.
Puedes contactarme a través de marketingdigitalg@gmail.com o indicarme un email de contacto y con gusto te envío la información.
Saludos cordiales.
Carlos López
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