A propósito de lo planteado por Jerónimo Rivera y Julio Luzardo en el blog de Pajarera del medio (entrada del lunes 31 de enero), yo sí considero que el rompimiento generacional en el cine colombiano es importante y necesario. De lo contrario las cosas se estancan en un respeto reverencial y paralizante por el pasado. Por supuesto que reconozco la importancia de conocer el pasado, pero en el caso del pasado de nuestro cine, sobre todo para tomar distancia de él. El cine y el arte en general -ni hablar de la vida en su conjunto- no evolucionarían sin esas tomas de posición fuertes en el seno de una tradición, que la sacudan y movilicen.
¿Por qué y para qué tanta corrección política? Pongo aquí, y guardando las proporciones para no ser acusado de trasponer discusiones ajenas, lo que ocurrió en el cine francés de los cincuenta. La posición de Truffaut respecto al "cine de calidad" de su país en los cuarenta y cincuenta fue un detonante para la renovación de la Nouvelle Vague, y no fue equivalente a un rechazo al pasado por sí mismo (pues al mismo tiempo Truffaut demostraba su admiración por Vigo, etc.). O sin ir muy lejos, en Argentina, la famosa caratula de la revista El amante, "Lo viejo y lo nuevo", fue toda una declaración a favor de un grupo de directores que representaba lo más vital en términos creativos del cine argentino en los años noventa, y en contra de las películas anquilosadas y literarias de Aristaraín et al. El Nuevo Cine argentino reconoció igualmente su deuda con figuras anteriores como Leonardo Favio.
Una discusión de ese talante hace falta en Colombia, ¿qué es lo viejo y qué es lo nuevo en nuestro cine? (que no es lo mismo que los directores con trayectoria y los directores jóvenes). Para mí, y lo he dicho en otras ocasiones, películas como La pasión de Gabriel de Luis Alberto Restrepo o Los actores del conflicto de Lisandro Duque son cine viejo, sembrado en una estética conservadora aunque se trata de directores que se reconocen y afirman como políticamente progresistas. El vuelco del cangrejo es un cine nuevo, que toma caminos indirectos y deja el campo abierto para un nuevo espectador. Si antes se hablaba de una política de los autores quizá ha llegado la hora de una política de los espectadores. Pero no serán El jefe, El paseo, o Retratos en un mar de mentiras las películas colombianas que más contribuyan a esa expansión cualitativa del público.
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