martes, 3 de diciembre de 2019

En el cine colombiano también hay cadáveres


Por Luis Felipe Angulo*

El siguiente texto fue escrito para la clase Cine colombiano, de la Universidad de los Andes, y recoge la coyuntura de la muerte de Dilan Cruz, víctima del ESMAD durante el Paro Nacional que se vive en Colombia, relacionándola con otros cuerpos (y cadáveres) en dos películas colombianas: El río de las tumbas de Julio Luzardo y Pura Sangre de Luis Ospina.


En la trilla de un tren que nunca se detiene
En la estela de un barco que naufraga
En una olilla, que se desvanece
En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones
Hay Cadáveres, Néstor Perlongher


Dilan Cruz, asesinado por el ESMAD en las manifestaciones del Paro Nacional (Colombia, 2019)

Veintitrés de noviembre del dos mil diecinueve: en el centro de Bogotá cae el cuerpo de un joven de 18 años al asfalto; tenía una bolsa con balines insertada en su cráneo, el disparo fue efectuado por un agente del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) a diez metros de él. Dilan Cruz fallece dos días después. La imagen del joven se inscribe en paredes, carteles, televisores, computadores, celulares, etc. Fotos y videos lo muestran sonriente, también hay los que lo muestren tendido en el suelo, inconsciente. Este cadáver fue comprendido velozmente; en él se conjuga el exceso de violencia ejercida contra el pueblo colombiano durante las manifestaciones de 2019, la indiferencia del presidente y su gabinete, y la fragilidad de la vida de un colombiano. Los cadáveres abundan, su exceso impide particularizarlos y reconocer sus variopintas situaciones. El cadáver de Dilan es coyuntural, la experiencia de este cuerpo es compartida por un gran número de personas que desde distintos rincones del país se adolecen por el que pudo haber sido cualquiera, pero precisamente no fue cualquiera. 

En el cine colombiano hay una particular inclinación por la representación de la violencia, películas como El río de las tumbas (1964) y Pura Sangre (1982) proporcionan perspectivas históricas y culturales distintas y formas de articular la violencia. En estas obras los cadáveres funcionan como el de Dilan, en ellos se manifiesta la complejidad del fenómeno que se ha bautizado como La Violencia, nombre que unifica ciegamente y poco deja entender las distintas experiencias que acompañan la historia de Colombia. El presente escrito pretende aproximarse a la manera en la que los cadáveres, en estas películas, se vuelven la manifestación de violencias particulares, y propone al cadáver como la materialización inmediata de ellas.

Juana Suárez reflexiona acerca de El río de las tumbas (El río en adelante); en su texto “Cine y violencia en Colombia: claves para la construcción de un discurso fílmico” afirma que el motivo del cadáver flotante es característico de esta obra. El río resulta en elemento que une a los cadáveres (la violencia) con el pueblo. La corriente deja cadáveres en la orilla, estos son ignorados y escondidos, hasta devueltos al río para que sean “problema del pueblo siguiente”. El pueblo se niega constantemente a entender qué hay detrás de los cadáveres, se limita a entenderlos como meros cuerpos que trae el agua; si bien hay una investigación, esta nunca se concluye y su proceder se ve obstaculizado constantemente. En El río los cadáveres claramente son símbolo de otra cosa, lo problemático es que no hay quien interprete ese símbolo, aquí se queda en la superficie (el cuerpo) y no se entiende como materialización de algo más. Por este motivo, esta película dialoga con el cadáver que no es particularizado debido a la abundancia de cuerpos.

El exceso hace que sea invisible lo que realmente significan los cadáveres; este exceso abre el espacio a las celebraciones del pueblo, las cuales solo ratifican el intento por dejar los cadáveres como un tema menor, como algo que pasa normalmente y no debe detener el curso del tiempo. Suárez afirma que Luzardo “Defiende una posición personal antes que 'política' o de 'entretenimiento' para justificar su aproximación al cine” (93). En palabras de Luzardo: “me inventaba las cosas, aunque no me tocaba inventar mucho, porque la violencia era algo que se veía por todas partes, así la gente tratara de taparla como si no existiera.” (93). En su discurso queda claro que Luzardo fue consciente de la representación de los cadáveres ignorados como parte de la representación de país.

La ruptura en esta representación se da al final de la película. La muerte de uno de los personajes principales convierte a los demás cadáveres en síntoma de los problemas entre sujetos particulares con un grupo que reacciona con asesinatos. Al morir, este personaje revela al espectador el sentido de los demás cadáveres, su muerte resulta entonces una invitación a volver la mirada a los cadáveres que flotan a lo largo de la película.

El río de las tumbas (Dir. Julio Luzardo, 1964)

El río se puede enmarcar en el poema de Santiago Rodas “la espalda del río”. En este poema se pone en manifiesto el río como escenario donde se colocan los cadáveres; en la última estrofa se alude directamente a la relación entre los cadáveres y el pueblo: “El pueblo ya tiene suficientes muertos/ como para que el río/ traiga más, como si nada/ en su espalda”. Como se expuso anteriormente, el pueblo siempre adopta en estas representaciones una posición de cansancio frente a los cuerpos que trae el río y de acumulador en el que se pierde el sentido de los cadáveres, dando cabida únicamente a entenderlos como meros cuerpos sin contexto y sin consecuencias.

Pura Sangre trae consigo una nueva mirada de los cadáveres, el aspecto principal de esta película resulta el consumo de los cuerpos. La relación entre el viejo que sobrevive consumiendo, inconscientemente, sangre y los jóvenes que son asesinados complejiza la representación de la violencia. En contraste con El río, Pura Sangre pone en escena el contexto en que se efectúan los asesinatos, de cierta manera justifica los cuerpos y los particulariza.

La particularización de los cuerpos en la película se da en el desarrollo de los personajes que son asesinados. Por un lado, un par de supuestos homosexuales revela la vulnerabilidad de una población que ha encontrado ciertos lugares, como los bares, para habitar. Los personajes se comienzan a desarrollar desde el bar, allí se revela que son consumidores de cocaína y con este pretexto son llevados a una finca por los asesinos. Cuando sus cuerpos son dopados no se procede a sacar su sangre directamente, son violados por uno de los hombres que compone la triada de asesinos; el acto de la violación deja en evidencia una característica de la violencia no representada con anterioridad, la toma sexual del cuerpo del otro pone a los homosexuales y a sus cadáveres en una posición distinta a los demás, ya que se apela a un acto violento que va más allá del asesinato. Los cuerpos de estos jóvenes son dejados desnudos en un espacio en el que abunda la naturaleza, para ser encontrados horas más tarde. 

Por otro lado, los niños asesinados son contextualizados con sus disfraces y pólvora en las celebraciones, se los ve correteando y riendo, haciendo mandados a sus padres y reunidos en las calles sin compañía de los adultos. En este momento se pone en escena su vulnerabilidad, mostrando la facilidad con la que un niño es raptada por los asesinos, acto que se repite ya que su sangre no cumple con las características requeridas para la transfusión; la repetición del rapto reafirma la situación de vulnerabilidad de esta población y hace evidente la manera en que son un blanco fácil.

El viejo que recibe la sangre de los jóvenes y niños es dueño de un ingenio azucarero, y los asesinatos de los jóvenes dialogan con la relación que hay entre los trabajadores y el viejo. En su "Manifiesto antropófago" Oswald de Andrade hace énfasis en el consumo de los cuerpos dentro del sistema capitalista. De Andrade escribe: “El amor cotidiano y el modus vivendi capitalista. Antropofagia. Absorción del enemigo sacro. Para transformarlo en tótem. La humana aventura. La terrenal finalidad. Pero, sólo las puras élites consiguieron realizar la antropofagia carnal, que trae en sí el más alto sentido de la vida y evita todos los males identificados por Freud, males catequistas.” En este fragmento se resalta una de las cosas que diferencia la relación de los cadáveres en El río y en Pura Sangre: el consumo de los cuerpos dentro de un sistema capitalista. 

Se propuso que los cadáveres de los jóvenes dialogan con los trabajadores, esto funciona en tanto la explotación de su sangre es un símbolo de la explotación de su mano de obra; se habla de los trabajadores como piezas de un juego que es posible mover sin entender su condición humana de la misma manera en que se piensan los cuerpos y la sangre de los jóvenes como inagotable. Este fenómeno es nombrado por Juana Suárez en su texto como “capitalismo vampírico”, lo cual resulta una forma de representar la aparición del sicariato y la violencia urbana en los años ochenta y noventa (113).

De afiche de Pura Sangre (Dir. Luis Ospina, 1982), diseñado por Carlos Duque.

La relación de los asesinatos con un cuerpo policial se articula de manera distinta en las dos obras. Si por un lado los cadáveres eran ignorados y la investigación alrededor de uno de ellos se realiza de manera precaria, por parte de Pura Sangre hay un exceso de atención a la serie de muertes. El cuerpo policial se mueve afanosamente intentando darle sentido a la serie de jóvenes y niños muertos que aparecen diariamente en el paisaje. Esta diferencia marca, también, la diferencia entre lo rural y lo urbano, mientras en el pueblo hay una ausencia de vigilancia y protección, en la ciudad esta abunda. Las dos representaciones convergen en la imposibilidad de este cuerpo policial e investigativo de prevenir, capturar y evitar los asesinatos. En ambos casos se sale de las manos lo que hay detrás de los cadáveres.

El poema de Néstor Perlongher que encabeza este texto hace lo mismo que las películas de Luzardo y Ospina; en este poema se pone en evidencia el exceso de cuerpos: la acumulación que hace aparentemente imposible su particularización, pero trabaja desde allí para mostrar que detrás de un cadáver no solo hay un individuo, sino que existe toda una estructura que da sentido a ese cuerpo flotante en un río o dejado sin sangre en un puente. Las películas analizadas abordan de diferentes maneras y desde distintas miradas la violencia, el punto en común es que en ambas el cadáver es el constante recordatorio de algo más grande, la materialización de un orden en el que la muerte de ciertos individuos tiene un sentido irreductible. En el sentido del poema de Perlongher:

en el río
en las calles
en el cine
en nuestra pantalla
hay cadáveres

Bibliografía


-De Andrade, Oswald. “Manifiesto antropófago”. Revista de Antropofagia, Año 1, No .1, mayo 1928. Recuperado en: http://fama2.us.es/earq/pdf/manifiesto.pdf
-Perlongher, Néstor. Cadáveres.1987. Recuperado en:
http://laboratoriopoetico.blogspot.com/2008/05/cadveres-nstor-perlongher.html
-Roda, Santiago. “La espalda del río”. Trompas tropicales. Medellín: Atarraya editores. 2015. Impreso
-Suárez, Juana. “Cine y violencia en Colombia: claves para la construcción de un discurso fílmico”. XII Cátedra de historia: Memorias. Bogotá. 2008. Impreso.

*Estudiante de la carrera de Literatura de la Universidad de los Andes.

No hay comentarios: