Cuenca vista de la colina de Turi. |
He recordado dos textos escritos en los años ochenta en el cine colombiano que con el tiempo han alcanzado la dimensión de manifiestos: "Universo de provincia, provincia universal", de Carlos Mayolo, publicado en el único número de la revista Caligari, de Cali, y "Las latas en el fondo del río: el cine colombiano visto desde la provincia", de Víctor Gaviria y Luis Alberto Álvarez, publicado en la revista Cine, de Focine. En ambos textos se sentaban las bases para una expresión de lo regional y provinciano que impugnaba la mirada homogenizadora del centro, representado en el cine industrial y la televisión. Esas ideas movieron, en la medida en que es posible que a un hecho lo anteceda una reflexión, el cine de Cali y Medellín que "salvó" al cine colombiano de los años ochenta.
Una década después, sin saber muy bien lo que decía o presintiéndolo muy brumosamente, yo escribí en alguna parte que el cine debía reinventarse desde la provincia. Aunque lo dije pensando en las miradas oblicuas de films como Gummo, y ante la imposibilidad de imaginar siquiera un cine colombiano, es claro que en el interín entre esa afirmación y la actual explosión de voluntarismo regional, que es político y estético al mismo tiempo, la provincia se ha afirmado como nuestra manera "latinoamericana" de estar en el mundo. Latinoamérica es excéntrica, no exótica.
Los filmes de Lucrecia Martel en Salta, la deshinibida expresión de la complejidad lingüística latinoamericana que se ve en ciertas películas que van desde Hamaca Paraguaya hasta Gasolina pasando por Luz silenciosa, films que se resisten a la profilaxis del lenguaje y no negocian en el rango de las cien palabras estándar que se entiendan desde Miami hasta la Patagonia, el retorno a lo rural, entre otros, son gestos de un movimiento por un cine que hable en nuestros propios términos.
La estandarización siempre ha sido la amenaza que acecha, y los centros parecen voceros de esa voluntad homogeneizadora, al proponer un cine que negocie las maneras de entrar en el diálogo transnacional. ¿Pero cuál diálogo? ¿El de los mercados, el de los festivales, el de la atención crítica? Además, hay distintas maneras de plegarse a las exigencias del centro. Y hoy por hoy, mucho cine latinoamericano parece haber caído en las garras de un estilo internacional de autor que en su mejor expresión da films poderosos como Verano y El cielo, la tierra y la lluvia de José Luis Torres Leiva o El verano de Goliat de Nicolás Pereda y en su versión más manierista y apegada a la fórmula películas como Wadley de Matías Meyer. En este nuevo esperanto del cine latinoamericano estamos ante una serie de códigos -y el cine siempre se ha hecho con un alto porcentaje de redundancia y un poco de innovación- como la mirada contemplativa, la glaciación emocional, las narraciones elípticas y anticlimáticas, la mezcla de actores profesionales y no profesionales dirigidos en registros bajos, la inserción de una mirada documental, entre otros rasgos distintivos.
La pregunta es si esto sigue siendo una expresión de un universo de provincia que se vuelve universal, en el sentido de que muchos de estos films, además, se empeñan en descubrir esos lugares olvidados por las agendas políticas y mediáticas; si hay, como decía Angel Rama a propósito de las primeras novelas de García Marquez, "una americanización del contenido y una universalización de la forma". O si este es simplemente un cine estratégico, el cine que se puede y se debe hacer aquí y ahora.
Lejos de los grandes centros, en la provincia, con su capacidad de mirar irónica y distanciadamente, este cine es afrontado y consumido con alguna bien fundada sospecha. Porque quizá estemos llegando a un nueva forma de academicismo paralizador, con instancias legitimadoras como los festivales de cine o los críticos, que han venido a reemplazar a esa vieja prostituta que es la academia.
Si este cine en su momento quiso expresar la provincia, hoy probablemente sea desde la provincia que necesite ser reinventado. Y la provincia es más que una idea; es Cali, Medellín, Santa Marta, Bucaramanga, Pereira o Manizales en Colombia, Cuenca o Portoviejo en Ecuador, Trujillo o Arequipa en Perú, Rosario o Córdoba en Argentina, Valdivia en Chile, Monterrey en México. Es la posibilidad de unos focos de producción regional que por cierto siempre existieron como expresión de un empresariado y un liderazgo regional interesado en plantarle cara a la arrogancia metropolitana, como bien lo señala Paulo Antonio Paranagua en Tradición y modernidad en el cine de América Latina. La fuerza irónica y pícara de la provincia es quizá algo que debe ser recuperado.
2 comentarios:
A propósito, este texto sobre un cine ecuatoriano hecho al margen de los circuitos y centros tradicionales: http://www.ochoymedio.net/ecuador-bajo-tierra-el-otro-cine-ecuatoriano/
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