El director y montajista Felipe Guerrero estrenó el jueves pasado, en un circuito nacional de diez salas, su primer largometraje de ficción, Oscuro animal. Después de un tránsito por el cine documental, donde perfiló un estilo vanguardista asociado a las posibilidades expresivas y poéticas del montaje y a la reflexión sobre el propio material fílmico, en Oscuro animal Guerrero filma un guion de estructura clásica sobre tres mujeres que huyen de la guerra y llegan, transformadas, a un nuevo lugar. En este diálogo, el director, que vive la mayor parte del tiempo en Buenos Aires, habla de los temas que más se han asociado a su película: la representación del conflicto, el acento puesto en los cuerpos de las protagonistas, la decisión de no usar diálogos, la presencia en festivales. También de los críticos y de viejos debates que han revivido, entre ellos la pornomiseria.
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Oscuro animal, de Felipe Guerrero, se estrenó en Rotterdam a principios del año y ha seguido una carrera exitosa en festivales de muchos lugares del mundo. |
PEDRO ADRIÁN ZULUAGA: Hablemos de los festivales que, en todo
caso, sí son un actor determinante en la circulación de películas como Oscuro
animal. ¿Qué responde usted a quienes dicen que la película fue hecha para ganar premios en ese
circuito?
FELIPE GUERRERO: Yo como autor en ningún momento me pongo
a pensar en eso. Hay críticas que atacan al realizador en su ética y que
suponen intenciones oscuras en él. Nos acusan de hacer cine para Cannes o Rotterdam y de llegar
a través de esos festivales a un lugar de reconocimiento que fortalezca el ego.
Es una idea atropelladora de la persona y tengo que rechazarla; si bien considero que mis películas tienen su nicho
fuerte en los festivales, tendríamos que hablar de muchas más cosas, entre ellas cómo los festivales
se comportan tal cual dráculas que van buscando sangre fresca.
Las expectativas de estos espacios, la
necesidad de los directores de ser legitimados por ciertos centros, ¿cómo estandarizan las
películas?
No es programático, por el contrario, los festivales se comportan de manera caprichosa, precisamente por esa necesidad de novedades. A mí me han rechazado en muchísimos. Sería interesante comparar el circuito de festivales de mis primeras películas, Paraíso y Corta, ambos documentales, y el de Oscuro animal. Son circuitos diferentes,
que ni siquiera se tocan o que son hasta antagónicos. Críticos que a la
vez son programadores de festivales donde no ha entrado Oscuro animal, dicen que es
una película hecha para festivales y la rechazan por eso. Pero yo les preguntaría cómo, si he estado en sus
festivales con otras obras. Es imposible razonar así.
Esa diferencia en el recorrido de sus películas, ¿tiene que ver con la polaridad
documental-ficción?
No creo. Me parece que hay un repudio, en
ciertos festivales a los que yo accedí con Corta y Paraíso, a cierto “vestido” de Oscuro animal. Como si privilegiaran una búsqueda un poco más rústica e
imperfecta. ¿Por qué Oscuro animal no entró al Bafici, por ejemplo, según la
lectura que yo hago? Porque están buscando películas como Inmortal, también colombiana, más ingenuas
e irregulares, hechas con menos “pomposidad”. Oscuro animal es una
coproducción, con recursos, con una técnica quizá preciosista. De entrada eso
ya genera rechazo, porque supuestamente ese tipo de películas son para
festivales grandes –como Rotterdam– que escogen cierto tipo de cine acartonado.
Y nada que ver; Bafici es hijo de Rotterdam. Lo que creo es que los festivales
hacen uso de las películas para apropiárselas y decir algo sobre el estado
actual, según ellos, del cine. Pero sin ninguna pretensión de borrar ese otro
cine del cual yo también hago parte, un cine imperfecto, de búsqueda. Yo vengo
de ahí y no quiere decir que no vaya a volver.
Entonces, ¿se puede decir que hay un movimiento de algunos festivales
en dirección a devolver las películas latinoamericanas a una idea de
autenticidad –o salvajismo– en contraposición a lo europeo civilizado?
Creo que eso es culpa de la crisis del
cine europeo. Cuando ves cierto tipo de cine europeo te das cuenta que también es
sobre los márgenes. No es sino pensar en Pedro Costa o en los hermanos Dardenne. Pero
cuando somos nosotros los que hacemos un cine sobre nuestros bordes o nuestros
límites más oscuros, sobre los despojados, entonces nos acusan de hacerlo para
una mirada extranjera. La pregunta está en por qué no hacemos una comedia como Toni Erdmann y pensamos que siempre tenemos que hacer un cine sobre el dolor y la
tragedia o por qué no hacemos un cine sobre la felicidad. En ese sentido valoro
mucho las películas de Matías Piñeiro, un cine fresco, vivaz, que sienta sus
intereses desde un principio y que se ocupa de relaciones de chicos de clase
media. Y me gusta porque más allá de las historias que cuenta, Piñeiro es una persona
que está llevando el lenguaje cinematográfico a unos niveles formales interesantes, y a preguntarse cómo esa forma afecta el contenido. Nunca me pongo a pensar que él es un
niño rico que filma a sus conocidos. Entonces tampoco creo que se me pueda
juzgar como alguien que filma a víctimas de la guerra para la mirada
extranjera. Lo que más se debe valorar en la película, porque yo razonó así, es
justamente el lenguaje cinematográfico. Sobre eso se basa todo, para mí.
Esos reclamos que menciona, ¿son al contenido o a una
cierta manera de mirar?
A lo uno y a lo otro; es como si nos
estuvieran diciendo, “no filmen más a los despojados, ya está bien de eso, no
queremos saber más del dolor”. Hay críticos que tienen roles
importantes en el circuito de festivales que por ejemplo han acusado a cierto
tipo de cine latinoamericano de filmar el dolor de los despojados; ahí podría
estar Amat Escalante. Le ponen la etiqueta de pornomiseria, totalmente mal
puesta. Es un un cine que el crítico argentino Roger Koza llama, creo, “miserabilismo del explotado”, un cine que retrata el dolor de una manera que busca afectar al espectador.
Y esas categorías se nos vuelven, mea
culpa, caballitos de batalla para no ver lo que hay en las películas.
Y además obviamente tocan cuestiones
éticas del realizador, como si uno se estuviera aprovechando de eso.
También son reclamos sobre la
representación, qué agencia darle al personaje, la distancia de la cámara. Y
una decisión que atraviesa a Oscuro animal, permitir –o no– que los personajes
hablen. Justamente Koza habló alguna vez del cine de cine de los campesinos sin habla.
No quiero centrar la discusión en Koza,
que además es un crítico que yo considero a veces muy obtuso, que agarra una
idea y no permite términos medios, como un barrabrava, de expresiones
radicales.
Y que, por cierto, nunca se considera como parte de
los problemas que diagnostica, por ejemplo el poder omnímodo de los festivales,
siendo él programador de varios de ellos.
Tengo mucha curiosidad de lo que pase con
el estreno de la película en Argentina, donde Koza tiene tanta hinchada.
Pero a propósito, ¿nunca hubo diálogos en el guion?
Nunca, yo me acerqué a Oscuro animal
tratando de llegar a ese punto preciso donde las víctimas están afectadas
corporalmente, y donde ese lugar es un lugar de fortaleza. Esa es la tesis
conceptual de la película. En el proceso de escritura de Oscuro animal, más que
guion siempre hubo un argumento, un tratamiento. Tuve muchas discusiones con
los tutores de guion, aunque afortunadamente encontré a Paz Alicia Garciadiego
que valoró más el poder de la escritura, la poesía que había adentro. Yo
escribo así, no puedo hacerlo de otra manera. Vengo de la poesía y del
ensayo, no de la novela. En mi biblioteca esos dos géneros son el ochenta
por cierto y el otro veinte son Mario Bellatín, Mario Levrero, Fernando
Vallejo, personas que rompen la escritura y donde no importa cómo están
contadas las acciones sino como las dispones. Cuestionar el lenguaje,
experimentar. Para llegar a ese punto tuve que pasar por una investigación que
estaba llena de sangre, de tripas, de la reciente historia paraca de Colombia y
tuve que hacer una composición tratando de quitar y de lavar hasta llegar a lo
que hoy es la película, donde se siente un vacío. Ese hoyo negro sitúa al
espectador en un temblereque, que siente adentro, en el pecho, y que es efecto de las
imágenes. Eso es lo más preciado que tiene el cine.
¿Es un proceso de identificación?
Sí, pero con elementos totalmente
novedosos. Por ejemplo a través del sonido, que es algo difícil de describir.
De hecho Koza es un crítico sordo. A su blog, que se llama “Con los ojos
abiertos” habría que agregarle “Y con las orejas tapadas”. Es muy difícil
escribir sobre el sonido porque como la música, este sigue un camino de no
entendimiento que afecta al espectador de una manera impredecible. Yo vengo de
ahí, de la investigación de cómo la imagen y el sonido, separada o
sincrónicamente, ayudan al entendimiento de cosas que no solamente son
narración sino también emoción. Oscuro animal es una continuación de mi
investigación rupturista del sincronismo, de cómo el sonido se dispone
espacialmente a través de una planimetría que viene, por ejemplo, de la manera de
encuadrar en Corta. La imagen es el espacio y el sonido es el tiempo. Con esa
conjugación se puede llegar a contar una historia tan básica, de un guion clásico como el de Oscuro animal: una fuga, una
huida, unas adversidades. Tuve que apelar a construir un guion simple sobre
mujeres golpeadas que deben escapar, enfrentar obstáculos y finalmente llegar a
un lugar donde están a salvo. Lo que pasa es que la película empieza después
del golpe y termina antes de que efectivamente uno sepa si están a salvo. Eso
es lo novedoso, como si le hubiera quitado la cabeza y la cola.
Empieza in media res y termina en un
suspenso.
Exacto, ese es el fundamento. Cuando yo
estaba consiguiendo los recursos económicos, utilicé mucho la figura de la apnea dramática.
No sabemos cómo las protagonistas llegaron a esa situación, eso está off the
frame. La construcción que tiene la película –planimetría, tiempo, espacio– es una vinculación entre la simplicidad del relato y la
propuesta discursiva, la puesta en escena, la arquitectura sonora, el montaje. Yo considero que el éxito de la película en festivales grandes,
totalmente inesperado para mí, radica en esa mezcla entre un espíritu radical
en su puesta en escena, y que por otro lado funcione como una película de
acción, donde siempre están pasando cosas. No existe ese espacio que las películas ocupan con
el diálogo, esa palabra que expresa intenciones narrativas y que te permite
saber cosas de la trama o del interior de los personajes. Para eso sirve la
palabra en el cine. Si quitas eso te queda toda una franja disponible para
provocar inquietud o curiosidad en el espectador. Yo quise ocupar ese espacio
liberado con narración sonora, que también estaba en Corta. El
sonido evoluciona en el plano de una manera en que el espectador se pueda
enganchar como si estuviera enganchado con una acción.
La palabra parece introducir lo racional, mientras que el fuera de campo sonoro puede remitir directamente a lo emotivo e
irracional.
Es emotivo pero puede llegar a generar
entendimiento. En Oscuro animal la música está puesta de una
manera totalmente violentadora. Las primeras músicas, que son esas champetas,
son supuestamente alegres, pero con subir el volumen o con ver de dónde viene
el personaje, se produce una eclosión en la cual tu entiendes que esa mujer
está siendo agredida sin siquiera haber visto un maltrato directo. En vez de
hacer una puesta en escena donde el tipo la maltratara a través de la voz,
quise anular ese costumbrismo y sugerir la violencia a través de la música. Hay
elementos de la disposición del sonido en el plano, que producen en el
espectador emoción pero también entendimiento. Y también según donde pongas el
sonido alrededor de la sala. Como si la sala de cine fuera un lugar
instalativo. Desde Corta, concibo el sonido de esa manera. Ofrece una carta
blanca circular, no plana, genera una tercera dimensión. Cuando tu ves las
partituras de Xenakis te das cuenta que él, que era arquitecto, hacía
planteamientos matemáticos (axiomas, rayas). Hay algo en la película que por
ejemplo no está en el guion, pero que puse en el montaje, y es la música del
final, una canción que se llama Cumbia en la sabana; está en el último
plano, donde se cambia de música diegética a extradiegética. En el sentimiento
que esa música produce hay una señal: hay alegría pero también desazón. Siempre
pensé que hacía falta algo en el final que no quedara tan matemático, que se
fuera a negro y que durante 40-50 segundos el espectador escuchara esta
canción, sobre la pantalla a oscuras.
Hay un cambio entre sus documentales y
las ficciones (Nelsa y Oscuro animal). ¿Tiene que ver con que en algunos
documentales trabaja con material pre-existente y aquí filma usted mismo?
Era algo orgánico en mí. Quería hacer una
película donde se contara una historia; un cine con otro traje,
con actores. No quería seguir experimentando con el documental, si bien
considero que el documental es el lugar del cine donde siempre hay que volver,
justamente porque nos pertenece a quienes pensamos que el cine es poesía. El
desafío en Oscuro animal –y en Nelsa– era ir también metiendo un poco al actor.
Sin embargo, lo que más disfruté fue la composición de los
planos, porque tenía que ver con ese placer pictórico. Y dentro de ese placer
plástico meter un ser que es el actor, que navega por ese rectángulo de luz y
brillo, y ver cómo vibra en relación con ese espacio. Eso que tu decías en la
reseña de Arcadia sobre que los planos parecían instalaciones.
Sí, porque ese actor está puesto en el
plano como un objeto más, y de ahí se derivan, creo yo, los reclamos éticos,
qué tanto se objetualiza ese actor que representa a un despojado.
Para llegar a eso hubo una investigación
que no son tanto las historias sino ese lugar dentro de las personas que viene
violentado, roto, pero que al mismo tiempo es su máxima fuerza. Las tres
protagonistas tienen eso, con sus diferentes matices. Cuando se trabajó con
esas actrices se trajeron situaciones personales. Y eso es verdadero. Sus actuaciones son honestas justamente porque
no están interpretando un rol sino recordando un estado. Eso hay que trabajarlo
con dinámica porque si no queda rígido.
¿Hubo algún método para encontrar esa
memoria corporal?
Me fue muy útil trabajar con Fernando Lockett, director de fotografía, que ha estado en todas
las películas de Matías Piñeiro con una atención exquisita, y con actores que
actúan de actores, además. Él me advertía cuando le parecía
que alguna de las tres actrices estaba actuando.
Me parece que, por momentos, Marleyda
Soto rompe ese código.
Lo que pasó con ella fue lo siguiente: es
una actriz que conoce la técnica de una manera sorprendente, y tan precisa que
parecía un poco peligroso. Y con Lockett lo pensábamos siempre que hacíamos el
plano. Era demasiado actriz y había que pedirle que ensuciara un poco su
trabajo. Las otras dos chicas eran un poco más arcaicas en su actuación. El
personaje de Marleyda es el centro de una historia un poco neorrealista:
encuentra a una niña, se salvan juntas. Eso genera en el espectador lugares
comunes donde se siente a salvo en comparación con los otros momentos y personajes donde
la actuación es menos precisa, más bestial. Es bueno que haya eso. Uno ve la
actuación de Marleyda y te lleva a todo el cine que has visto. Es una
actuación más clásica.
A veces lo sentí como un cortocircuito.
Creo que es como una ensalada con varias
hojas verdes, que se conjuga con los otros registros de las otras actrices.
¿Cómo cree usted que el tiempo histórico se introduce en las obras artísticas?
Pues yo soy ese país resquebrajado, esa ruina, esa violencia que hay en Oscuro animal.
No sé cómo se me puede pedir a mí, como joven cineasta de 41 años, que no hable de eso. Es fundamento y es raíz. ¿Qué vamos a hacer con esa herida que es Colombia y que mostró
Doris Salcedo en Shibboleth? ¿La vamos a empezar a curar? Hay un ADN evidente que heredamos.
Se me pregunta mucho sobre la memoria, una palabra muy trillada, y sí creo que
esta película hace memoria de un proyecto sistemático de aniquilación, que fue el
paramilitarismo. Cuando se hable de paramilitarismo, se tendrá que hablar de
Oscuro animal, esos vejámenes, esa maquinaria de destrucción están ahí, yo me
nutrí de eso para poder hacer la película.
Esa estilización de la película, los
planos instalativos de los que habla, ¿pueden generar una zona de confort en el
espectador? ¿Lo protegen del horror?
Inmediatamente se me viene a la cabeza
Caravaggio. La precisión de la composición, la disposición de los elementos.
Pero esas imágenes vibran adentro.
Hay un escena en la película que es la
violación de una de las protagonistas. En una película donde la violencia está
fuera de cuadro, ¿por qué traer esa violencia sexual?
Pero no se ve. Cuando Amat Escalante, en Heli, muestra el fuego en los testículos de un personaje, vemos
ese fuego y esos testículos. Yo dejó el cuadro del manoseo que el hombre hace
de la mujer, pero no dura más de 30 segundos y después corto. Hay una
lucha. Y funciona en la mente del espectador sin que lo muestre. Es el poder
del cine. Creo que había que poner algo de violencia literal para que el hilo
quedara bien atado. Tenía que poner un cimbronazo de violencia.
Sobre el debate de la
pornomiseria, ¿qué piensa de que se haya reactivado ahora con todas estas películas recientes sobre los despojados?
Yo quisiera ir a la historia. Luis Ospina
se debe estar riendo debajo de los bigotes de todo lo que ha pasado alrededor
de esa palabra. La pornomiseria nació en el contexto de dos niños ricos de Cali (Mayolo y
Ospina), que de repente empiezan a decir que los europeos condicionan cierto
tipo de obras para que se “vendan” allá. Ese cine for export es pobre como
idea, hace parte de la locura de Mayolo y de la agilidad de Ospina para colocar
chapas ingeniosas. Fue un chiste simpático que empezó a tomar auge. Pero veamos el contexto.
Había un contexto que no solo era el de
Gamín sino el de los cortos de sobreprecio, pero es cierto que lo de
exportación es bastante discutible, a no ser que se consideré el exotismo
interno.
Alguien debería poner las cosas en su sitio en esta discusión, y debería ser el
propio Ospina.
Oscuro animal se estrenó con diez copias y en su primer fin de semana tuvo 1.000 espectadores. ¿Cómo recibe esto?
Yo me hago cuestionamientos como distribuidor
de la película. No sé, si en el caso de que la película la hubiera agarrado Cine Colombia, hubiera
tenido más espectadores.
¿Lo intentó?
Claro, pero sabes que yo tengo mi
empresa, Mutokino, desde donde he intentado distribuir un grupo de obras de directores
“chiflados”, que cada vez somos más. Cuando decidí distribuir Oscuro animal, fui donde esos distribuidores grandes, que resulta que también son exhibidores, pero quería quedarme con una parte de la distribución,
quería defender ideales que solo podían ser respetados si compartía la torta
con alguien. Se lo ofrecí a Cine Colombia, y al principio les pareció bien,
pero en un momento ellos dijeron que querían todo o nada. Y claro, hay una cosa
económica. Si yo daba mi película a Cine Colombia y ellos obtusamente decidían
sacarla en 20 salas, el precio del lanzamiento se incrementaba al doble o más (en afiches, dcp’s, publicidad, los vpf’s) . Me
hubiera tenido que endeudar, tener más músculo en el lanzamiento para un
resultado totalmente inesperado, y
además de eso, siendo ellos distribuidores, se quedaban con más del setenta por
cierto. Yo me hubiera quedado con apenas un 20 por ciento, una pérdida total. ¡Es un
negocio macabro! Sí, el resultado ha sido de 1.000 espectadores en cuatro días que
para mí es muy valioso. Esos 1.000 espectadores fueron porque
querían ver la película. Y los colombianos, de alguna u otra manera, apostando
a tiempos más largos, la van a terminar viendo.