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Valentina Abril y Marlon Moreno. |
En el caso colombiano, ese ejercicio de "mostrar el paisaje" es, si se quiere, más complejo que en otras cinematografías. En primer lugar por el peso que tiene en nuestro cine la referencialidad, el caracter del cine como índice y registro, o para decirlo a secas, la tendencia a unir la realidad y su representación en un todo indiferenciado. Por otro lado, y seguramente en relación con lo anterior, por el peso de la historia reciente del conflicto que ha dejado una huella diferenciada y dolorosa en los campos colombianos, en el paisaje y las gentes que lo habitan.
Cazando luciérnagas, el largometraje de ficción de Roberto Flores Prieto (Heridas), se inscribe, problemáticamente, en esa naciente tradición. Se trata de un argumento en torno a dos personajes de cara a un paisaje al mismo tiempo bello y hostil: un lugar de explotación salina al cuidado de un hombre que está en fuga de algo que lentamente vamos intuyendo. La relación de la adolescente que llega al sitio, con el cuidador, se revela de a poco: con parcos diálogos y gracias a la insistencia de la joven, el rompecabezas se va armando.
La película rehúye grandes picos emocionales y dramáticos, lo que resulta a fin de cuestas su apuesta más arriesgada y la que la mantiene, en buena parte, al borde de la instrascendencia y el vacío. Pero la intención de inventar un lenguaje, muy ajeno al cine colombiano, un idioma de gestos cotidianos y tiempos del presentimiento y la intuición, hace que, por lo menos esta vez, la película despierte mi solidaridad y empatía.
Los problemas que arrastra esta sugerente propuesta realizada a partir de un cuento del guionista y escritor Carlos Franco, el mismo de El faro (Pacho Bottía) y Edificio Royal (Ivan Wild), son más de puesta en escena y de decisiones de dirección. Por ejemplo la obstinación en mostrar bellamente el paisaje, estetizándolo en algunos casos hasta convertirlo en postal. Y la lamentable escogencia de Marlon Moreno como protagonista. El registro de este famoso actor es tan parco en recursos (y no se trata del estancamiento emocional del personaje), que la película en sus manos amenaza irse por un desbarrancadero sin fondo. Y se trata a fin de cuentas de una película de personajes y de sus transformaciones. Para quienes lo vimos y lo admiramos en Perro come perro (Carlos Moreno), es difícil creer la manera como después de este logrado papel, Marlon Moreno no ha hecho más que repetirse de película en película, o de novela en serie. En contraste, su coprotagonista, Valentina Abril, luce fresca y vital.
Pero antes me aventuré a calificar como problemática la adhesión de Cazando luciérnagas al cine rural y del paisaje. Y es que por lo general, este tipo de películas han sido, como algunas apuestas del argentino Lisandro Alonso o el chileno José Luis Torres Leiva, mucho más radicales, menos dispuestas a establecer compromisos con las demandas de la industria (como la inclusión de actores famosos) o las comodidades del espectador (como la tendencia a exotizar). En el caso de Cazando luciérnagas los riesgos que se asumen son altos; no obstante los modera la timidez. Como si tras matar al tigre se hubiesen asustado con su piel.
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