¿Drogas, sexo y cine? Hay, claro, eso y mucho más en la trayectoria creativa, personal e intelectual de Luis Ospina, uno de los invitados especiales en la edición quince de los Encuentros del Otro Cine-EDOC, el festival internacional de cine documental de Quito. Esta entrevista, en la que Ospina recorre una "historia cultural", se publica para acompañar la presencia del cineasta colombiano en un evento que se realiza cada año, con la ya conocida terquedad y heroísmo de estas iniciativas. La conversación tuvo lugar en el BAFICI, cuando Ospina presentaba en el festival argentino su último documental, Todo comenzó por el fin. Son los trazos de un director que hoy, más allá de las fronteras nacionales, el cine latinoamericano reivindica como uno de sus maestros.
Luis Ospina. Foto: Juan Cristóbal Cobo. |
Por G Jaramillo Rojas*
G Jaramillo Rojas: ¿Qué significado e
influencia tuvo el Mayo Francés en usted y en el Grupo de Cali?
Luis Ospina: Yo terminé el colegio en
Boston y me gradué en mayo del 68. Fui a Colombia ese verano y mis amigos y la
gente en general estaba politizándose. La realidad es que a Colombia todo llega
tarde y mayo del 68 llegó en el 71, año en el que se consolidó el hipismo y
hubo importantes revueltas estudiantiles en el país. Después me devolví pero
para California y ahí sí encontré un
centro de ebullición importantísimo, aunque no tan político como lo fue en Francia.
Allí había vertientes libertarias y propiamente anti sistémicas. Por un lado
estaban los hippies, las Panteras Negras y el movimiento chicano y por el otro
los yippies. Estos últimos eran como anarquistas y hippies al mismo tiempo. Hoy
nadie se acuerda de ellos. Su líder era el excéntrico Abbie Hoffman, el famoso
activista social que tenía muy buena relación con gente como los beatniks, en
especial con Allen Ginsberg. Los yippies eran como dadaístas. Por ejemplo, uno
de ellos sacó un libro que se llamaba Róbese este libro, en el que uno podía
leer artículos sobre cómo vivir gratis, ya fuera con las tarjetas de crédito de
otras personas o aprovechando los lugares y eventos en los que daban buena
comida. Ese movimiento tuvo un final trágico porque Abbie Hoffman estuvo
prófugo de la justicia y cuando lo agarraron el tipo se suicidó. De todo eso
que yo viví por mi estancia en Estados Unidos, la gente en Cali no tenía ni
idea. Aunque el hipismo se había desarrollado fuertemente todavía era visto
como algo loco y juvenil pero imposibilitado para cambiar algo. Fue en el año
71, en el Festival de Ancón (Antioquia), que se hizo un Woodstcok a lo
colombiano, en el que se visibilizó formalmente el hipismo a la par que se
desarrollaban movimientos políticos, sobre todo de izquierda, como el
hegemónico Partido Comunista, en el que nacieron los famosos mamertos, que
ahora la gente cree que son otra cosa, cuando la realidad es que se les llamó
así porque los grandes líderes de la línea soviética de ese partido se llamaban extrañamente
Filiberto, Gilberto, Alberto, etc. Ahí también surgió el movimiento trotskista,
el maoísta y el MOIR. Surgieron básicamente para polarizar a la juventud entre
esas tres tendencias ideológicas. Más específicamente en Cali, existía el café de Los Turcos cuya demolición
sale al principio de Todo Comenzó por el Fin. Ahí coincidían las tres líneas
mencionadas y otras tantas contradictorias y era frecuentado por artistas y
personajes de la cultura caleña, así como por comunidades árabes y judías y,
desde luego, por nosotros. Lo curioso de Los Turcos era que todos nos tolerábamos
entre sí pero evitábamos relacionarnos
porque el fervor de las ideas era tan radical que, para evitar enfrentamientos
que superaran lo verbal, todo desembocaba en la insociabilidad. Por esos años
mi amigo Hernando Guerrero, quien pertenecía a la juventud comunista, fundó Ciudad
Solar y alrededor de ella se generó una suerte de comunidad hippie liderada por
Carlos Mayolo que también pertenecía a la juventud comunista y Andrés Caicedo
que no pertenecía a nada, igual que yo. En lo personal yo venía más identificado
con ideas anarquistas, ideología muy mal vista sobre todo por la izquierda de
esos días que era muy represiva y dogmática. En ese entonces si pertenecías a
algún partido no podías escuchar rock and roll, ni fumar marihuana ni hablar
abiertamente de sexo. Eso por lo menos en Cali.
GJR: ¿Llegaron a relacionarse con los nadaístas?
LO: Nos conocimos, pero ellos eran mayores. Mayolo, como era el más grande de todos
nosotros, sí los llegó a frecuentar porque cuando a los nadaístas los echaron de Medellín se
fueron para Cali y fue allí donde el movimiento se fortaleció. Lo interesante
de Cali a finales de los 60 y principios de los 70 era que había una
vida cultural muy amplia. Estaban el
festival de arte, el de vanguardia, el contra festival que era de los
nadaístas, las famosas bienales de arte gráfica, etc. También surgió un
movimiento alrededor del Museo de la Tertulia. Digamos que la generación
nuestra es hija de ese contexto que vino un poco antes de nosotros y que
significó muchas cosas. En los festivales, por ejemplo, había cine. No era mucho, pero se exhibían cosas que no circulaban comercialmente y que tenían
cierto renombre afuera. El Museo de la Tertulia tuvo un cineclub, lo cual demuestra
que nosotros no iniciamos el movimiento cineclubista en Cali. Con los nadaístas
había ciertas cosas en común como el hipismo. Por ejemplo, Gonzalo Arango en la última etapa de su vida
se volvió un hippie total, se embobó con su escritura y se casó con una hippie
inglesa que se llamaba Angelita que después me vine a enterar que había sido
novia de un primo mío que fue uno de los pioneros del rock en Bogotá. Con los
nadaístas lo que más compartíamos fueron los dealers. Esa fue la herencia que
nos dejaron. Recuerdo un lugar en Cali que era frecuentado por mucha gente. Le
decían "Donde el negro Efraín", ahí se escuchaba y se tocaba jazz y se iba a
hablar y, también, se vendía marihuana. A Andrés, específicamente, no le
gustaban los nadaístas como escritores, y en general los demás no los
admirábamos tanto.
GJR: ¿Usted considera que la obra de Andrés Caicedo inaugura
la temática urbana dentro de la literatura colombiana?
LO: Antes de Que viva la música ya se
habían escrito novelas urbanas, un poco forzadas digamos, como Aire de tango de Manuel Mejía Vallejo, pero
la literatura urbana para jóvenes en el país sí la inicia Andrés con su obra.
Antes la literatura era más que todo costumbrista. Todo sucedía en el campo.
Autores como el mismo García Márquez. Desde luego
en ese momento todo el mundo andaba influenciado por el boom latinoamericano.
Andrés se leyó todo lo que se tenía que leer del boom. De eso él mismo dejó
constancia en un cuaderno donde apuntó todos los libros que leyó y, además,
hizo una reseña de cada libro. Él leyó muchísimo.
GJR: ¿Hubo alguna influencia del
existencialismo en el grupo?
LO: Todo eso influenció más a los
nadaístas que a nosotros. Ellos copiaron el existencialismo de Jean Paul Sartre
de una forma chistosa. Era muy gracioso ver gente con boinas y chaquetas
negras en una ciudad como Cali en donde hace tanto calor. Era como un
existencialismo un poco folclórico.
GJR: ¿Los primeros documentales
comprometidos con la realidad y la transformación social fueron los de Marta
Rodríguez y Jorge Silva?
LO: Lo que pasa es que a fines de los 60 la primera película política, o digamos la primera película directamente
panfletaria, fue Camilo de Diego León Giraldo. Él era de Sevilla, Valle del
Cauca y había estudiado sociología y antropología. Diego hizo esa película a
los pocos días de la muerte del cura y tiene una duración de más o menos 14 minutos y es, básicamente, un producto de agitación política. El caso es que
esta película marca el inicio de un cine militante en Colombia. Cuando Mayolo y
yo estábamos haciendo nuestros primeros pasos en el cine, sobre todo Mayolo,
que fue un autodidacta que provenía de la publicidad, él hizo una película
brevísima hoy desaparecida que se llamaba En grande, sobre una siderúrgica del
Pacífico y sus trabajadores y con todo el discurso social de la época, etc.
Retomando lo de la película de Diego León Giraldo lo que quiero resaltar es que
sólo después de ella fue que personas como Carlos Álvarez y la pareja
Rodríguez-Silva empezaron a hacer películas de ese estilo y que Chircales no
fue la primera película militante del país como muchos piensan.
Luis Alfonso Londoño y Ramiro Arbeláez, en Agarrando pueblo (1977). |
GJR: ¿Qué relación tuvo el grupo con
generaciones anteriores de cineastas?
LO: En ese momento los cineastas en el
país estaban contados con los dedos de la mano. Había algo que se llamaba la
generación de los maestros. Era gente mayor que había estudiado cine en el
exterior como Julio Luzardo, que pasó por la misma escuela mía en Estados
Unidos, Jorge Pinto y Francisco Norden, quienes estudiaron en Francia y Guillermo Angulo, que estudió en Italia. Esa es la generación anterior a la nuestra. Pero ellos se
dedicaron a un cine comisionado por empresas, institucional y gubernamental, ya
que no había plata para hacer cosas independientes. Cuando llegamos nosotros
rechazamos esa actitud de la generación de los maestros. Incluso en esa época
no había consciencia del cine colombiano ya que esta idea sólo surgió cuando se
fundó la Cinemateca Distrital en el año 73. Ese año se hizo un ciclo de todo lo
que se pudo reunir de cine colombiano, dirigido por Isadora de Norden, la esposa
de Francisco Norden. Este ciclo fue la primera oportunidad para que nosotros
pudiéramos ver la historia del cine colombiano. Por eso el primer número de Ojo
al cine está dedicado al cine colombiano, porque en ese momento ya podíamos
hablar con cierto conocimiento sobre lo que nos había precedido. Ese ciclo
después lo replicamos nosotros en el Cineclub de Cali y fue con base en él que
Ramiro Arbeláez y Carlos Mayolo escribieron el artículo "Secuencia crítica del
cine colombiano". En algún momento yo intenté hacer la primera filmografía del
país, documento que si uno revisa ahora debe resultar risible por la ignorancia
de muchos títulos. En ese tiempo aún no había salido el libro Historia
del cine colombiano de Hernando Martínez Pardo, que fue el primer libro que se
ocupó de trazar la historia del cine local. Lo que sucedió con nosotros cuando
vimos todas esas películas fue que nos dimos cuenta de que habían ciertos
cineastas que eran rescatables y ahí decidimos hacer entrevistas a fondo con
algunos realizadores como José María Arzuaga, que había hecho una película muy
importante llamada Pasado el meridiano; en nuestra opinión era la primera
película moderna dentro del cine colombiano en el sentido de que ahí había una
reflexión sobre el hombre urbano. Arzuaga no hacía películas de bambucos y
alpargatas y bailes sino que era un tipo que vivía la alienación del hombre
moderno en una ciudad como Bogotá. Él venía de España huyendo de Franco e
influenciado por el neorrealismo italiano, como sucedía con todo el cine español
de los 50. Arzuaga alcanzó a hacer otra película en Colombia que se llama
Raíces de piedra pero, hay que decir que sus películas son malogradas y muy
imperfectas. Si uno ve hoy Pasado el meridiano, parece casi una
película de vanguardia por la forma tan machetera en la que está hecha. Toda
esta imperfección tenía su respuesta en que los medios para hacer cine de la
época no daban económicamente para hacer un sonido
sincrónico, sino que se filmaba y después se doblaba pero no con perfecto lip
sync. Era un desmadre completo. Raíces de piedra tuvieron que doblarla
en España, entonces quedó como una película de colombianos hablando como
españoles. Fue justamente por esos años que Marta Rodríguez y Jorge Silva
hicieron la película Chircales, muy influenciados por el pensamiento camilista,
ya que el cura había sido amigo personal de Marta que a su vez venía de
estudiar cine en Francia con el antropólogo y cineasta Jean Rouch.
Por un cine irresponsable
GJR: ¿Cómo empezaron a asumir ustedes la
responsabilidad de hacer cine?
LO: Nosotros hacíamos las cosas a nuestro
parecer y no ligábamos nuestras películas a partidos ni a causas. Aunque
hayamos comenzado haciendo cine de denuncia con películas como Oiga, vea, nunca
quisimos quedarnos ahí. Lo cierto con el grupo de Cali fue que gradualmente
fuimos padeciendo un desencanto por la izquierda, auspiciado por todo esto que
prometió la revolución cubana y la caída del gobierno de Salvador Allende.
Aunque también es cierto que realmente siempre nos interesó mucho más el cine
como forma de pensar y actuar que como excusa política.
GJR: ¿Cómo hicieron para que la fiesta y
la noche no se los llevara?
LO: Los 80 fue el periodo más intenso y
en el que no paramos de trabajar. Esos fueron los años de la energía de la
cocaína, el alcohol y la fiesta. Esa década, sobre todo al principio, fue de
mucho festejo hasta que apreció el sida y ahí comenzaron a cambiar las cosas. Entonces la gente cuando tenía relaciones sexuales tenía que pensar en la muerte,
cosa que anteriormente no nos pasaba a quienes teníamos ideas muy libertarias
sobre el sexo. En nuestro grupo se consumía porque eso permitía por ejemplo
que pudiéramos trabajar sin parar. Trabajábamos mucho por la noche o planeábamos
rodajes de 24 horas. Yo, por ejemplo, montaba todas las películas de noche.
Vivíamos al revés. Como unos vampiros. Desde luego algunos supieron manejar las
cosas y otros no. Porque no tanto son las drogas sino quién se las mete.
GJR: ¿Cómo fue la relación de Andrés
Caicedo con la droga?
LO: Siempre ha habido un malentendido con
la relación de Andrés y la droga. Yo a él lo conocí en el 71. Él tenía 20 años
y yo tenía 22. Ese Andrés era súper disciplinado. Por esos días le oí una
diatriba en Ciudad Solar contra la marihuana, porque en esa comuna existía esa
pasividad hippie de dejar pasar las cosas con una actitud despreocupada y
acrítica y él, en cambio, era una persona muy activa y disciplinada, se
levantaba muy temprano a escribir y no era un drogo. Ya después cuando comenzó
a consumir, en los últimos tres o cuatro años de su vida, él no pudo manejarse
y si a esto le sumamos su patología suicida, el resultado no podría haber sido
otro. Para nadie del grupo fue una sorpresa que él se suicidara. Y más cuando
había tenido dos intentos fallidos. De hecho Todo comenzó por el fin trata,
entre otras cosas, sobre los procesos de autodestrucción de los años 70 y
80, que se llevaron a Andrés en el corto plazo y a Mayolo en el largo, como
si hubiera sido una especie de suicidio continuado durante 35 años.
GJR: ¿Quién funda el cine horror en
Colombia?
LO: Hay que reconocerle a Jairo Pinilla
que hizo Funeral siniestro, la primera película de horror en Colombia. Él
también es caleño, cosa que vinimos a descubrir nosotros muchos años después.
Jairo es el padre del cine de horror en Colombia, sobre todo porque en ese
tiempo casi no se hacían películas de género en el país y apostarle a una era
muy arriesgado. Sin embargo, sí hubo intentos de hacer westerns colombianos
como los casos de El taciturno de Jorge Gaitán y Aquileo Venganza de Ciro
Durán. Y si no se hacían películas de género mucho menos se pensaba en el
horror. Nosotros empezamos con Pura sangre, película que ahora es señalada como
la que inicia el gótico tropical, aunque esa etiqueta nunca se le ocurrió a nadie del grupo. El
gótico tropical surge con La mansión de Araucaíma de Álvaro Mutis, cuyo
subtítulo dice textualmente "relato gótico de tierra caliente". Y cuando Mayolo
hizo La mansión pues todo el mundo creyó que él había inventado ese género.
GJR: ¿Cómo surge el mote de Caliwood?
LO: Nadie dijo "vamos a llamarnos así". Eso
se dio un día con un chiste que alguien echó: si en la India hay un Bolliwood
porqué acá no puede haber un Caliwood. Fue un chiste que perduró y ahora
incluso hay un museo de cine en Cali que se llama así.
GJR: ¿Nunca sufrieron algún tipo de
censura?
LO: Mayolo y La Rata Carvajal fueron
arrestados por hacerle un epílogo a Oiga vea. Había mucho temor del cine en
esa época. Ya en cuanto a la censura nosotros la sufrimos con la película
Asunción, porque decían que era apología del delito. Con Pura sangre hubo cierto
temor con que fuera censurada porque tenía cosas que eran bastante fuertes en
ese momento como relaciones homosexuales, droga, impunidad. En Medellín, cuando
se pasó, destrozaron las sillas del Teatro Junín y el público se
quejó de que había mucho marica. Censura de verdad sí la sufrió Fernando
Vallejo. Cuando él trató de hacer sus películas Crónica roja y En la tormenta, en
Colombia le cerraron las puertas, nadie lo apoyó y las autoridades no lo dejaron.
Después se fue a México y ahí pudo hacerlas.
Luis Ospina, en Todo comenzó por el fin (2015). |
GJR: ¿Desde cuándo empezó a
usar el material de archivo, en su obra, como estratagema narrativo?
LO: Para mí haber conocido el cine de
Bruce Conner fue una iluminación. En la universidad el cine de él me marcó
mucho. Sobre todo una película que se llama A Movie, que fue la primera película
que yo vi hecha completamente de material de archivo. Ahí aún no había visto la
película de Esfir Shub. La dinastía de
los Romanov, que había sido hecha en los años 20 y que es la primera película de
la historia hecha con sólo material de archivo. Desde que lo descubrí yo empecé
a usarlo y su predominio se nota muchísimo en mi trabajo. En el año 71 hice,
con materiales encontrados, una película experimental de un minuto que se llama
El bombardeo de Washington. Esta película sale incluida dentro de Un tigre de
papel, pero asignada a Pedro Manrique Figueroa ya que ese había sido, según él,
el primer collage cinematográfico del país.
GJR: ¿Cuál podría ser el ascendente cinematográfico de Un tigre de papel?
LO: El ascendente de Un tigre de papel es
Agarrando pueblo. Aunque directamente en ese momento no se hablaba de falso
documental, nosotros con Mayolo intuitivamente llegamos a él haciendo esa
película. Pero realmente el falso documental comienza con El ciudadano Kane,
con las escenas del principio en donde se hace un noticiero a partir del
personaje y esto, a su vez, tiene su precedente en la transmisión radial de Orson Welles de La
guerra de los mundos. El
falso documental entró en boga fue en los años 80. Cuando yo hice Un tigre de papel ya había muchos referentes sobre manipulación de material de archivo para
hacer que las imágenes dijeran otra cosa, como el caso de Chris Marker y su
película Carta desde Siberia.
GJR: ¿A qué cree que se debe el creciente
interés por el documental en Colombia?
LO: Por un lado se debe a condiciones
económicas ya que hacer documental siempre ha sido más barato que hacer
ficción. Por otro lado, la revolución tecnológica que comenzó a mediados de los
80 con la aparición de las cámaras livianas influenció mucho. Ahora todo el
mundo tiene acceso a una cámara y por ende es muy fácil hacer cine. Por eso es
que hay tanto cine y tantas películas malas. El documental en Colombia sí ha
tenido un auge importante. Por ejemplo en Cali, ciudad que ha sido vanguardia
en temas de documental desde muy temprano, supimos aprovechar el advenimiento
del video y la desaparición del fílmico. Eso fue a mediados de los años 80,
los mismos años en los que comenzaron a crearse los canales regionales. Y empezó una gran producción de documentales, casi todos
de corte urbano. Digamos que rompimos con esa tradición documental que
permanecía muy ligada a las ciencias sociales y por ende a cosas de indígenas,
campesinos, etc. Esta forma de especialización en documental urbano se dio
porque en Cali, algo tuvimos en común los artistas, fue una preocupación
por los cambios que estaba viviendo la ciudad sobre todo a propósito de los Juegos Panamericanos de 1971. En eso coincidimos todos sin ponernos de acuerdo.
En Ciudad Solar también se desarrolló un movimiento interdisciplinario donde
había de todo. El
programa Rostros y rastros, que se dio en Cali desde finales de los 80 y que se emitía por Telepacífico, fue muy importante para desarrollar la escuela
documental de la ciudad porque el ejercicio de hacer un documental semanal era
un reto además de una posibilidad para que los estudiantes pudieran hacer las
cosas y tener la oportunidad directa de salir al aire en la televisión regional. Eran
documentales que tocaba hacerlos en tres días de rodaje y dos días de montaje y
pues eso estableció también una disciplina. Yo hice el piloto de ese programa y
después, con Oscar Campo que era docente de la Universidad del Valle -yo fui el primer profesor de cine de esa universidad en 1979-, seguimos
con el proyecto que terminó siendo un espacio para que todos los directores
caleños que hoy conocemos como Jorge Navas, Carlos Moreno, César Acevedo,
William Vega, etc., pudieran presentar sus primeros trabajos. Realmente toda
esa tradición cinéfila que nosotros empezamos en los años 70 sirvió para que la
cinefilia tuviera continuidad en la Universidad del Valle.
GJR: ¿Para hacer la gran película sobre
Colombia qué género escogería?
LO: No sería ficción. Yo prácticamente me
olvidé de hacer ficción, no me interesa. Yo me considero una especie de
outsider dentro del cine colombiano aunque he hecho de todo. Me aparté un poco
del cine industrial, de la ficción y en general del cine que hay que hacer con
mucho dinero, también porque hubo proyectos míos que se quedaron en la gaveta
y, también, por la mala experiencia que uno tiene cuando hace ficción que tiene
que ver con toda la etapa posterior a la película, que es meterla en los cines,
el fracaso económico, los problemas de la distribución. Yo me fui más por un
cine de cámaras pequeñas, por un cine que cada vez es más casi que unipersonal
como es evidente en películas como Un tigre de papel y La desazón suprema, que
son películas hechas por una sola persona, excepto en el montaje porque yo no
sé cómo operar los programas de edición. Entonces mi oficio es el de documentalista.
Yo no haría la gran película sobre Colombia, ni me interesaría. Colombia como
tema realmente no me llama la atención, yo prefiero personas, personajes,
grupos. Eso de Colombia es lo que va a
proliferar ahora con todo esto de la paz y el posconflicto y vamos a estar
invadidos con películas que van a tratar de decir que la paz es esto o aquello.
Además le están metiendo mucha plata a un proceso de paz que va a salir más
caro que el proceso de la guerra completa.
GJR: ¿Qué no se puede filmar?
LO: Todo se puede filmar con su debido
respeto. Depende de la honestidad del cineasta. A mí el tema de la ética del
cineasta me ha llamado mucho la atención desde Agarrando pueblo, porque el acto
de dejarse filmar es el acto de mayor generosidad que puede brindar un ser
humano a otro y del cineasta depende si le es fiel a esa persona o no. Yo he
tocado temas que pueden bordear lo no filmable como la muerte en el
caso de Nuestra película, que hicimos con Lorenzo Jaramillo, en la que hubo cosas que filmé y después decidí
no usar por respeto a él.
GJR: ¿Escogería un puñado de películas para
mostrarle a alguien que no tiene ni idea del cine nacional?
LO: Al ser yo parte del cine colombiano
es un poco difícil ponerme en esa situación porque yo, desde luego, incluiría
alguna película mía y de Mayolo, por ejemplo Agarrando pueblo no se podría
quedar afuera de la selección porque además ha adquirido cierta importancia
académica en las escuelas de cine como la tenía en mi época El acorazado
Potemkin, que nos tenía a todos cansados. Pero digamos que de la prehistoria del
cine colombiano yo si puedo decir algunos títulos indispensables como Garras de oro, que es la película muda mejor realizada y más importante que se hizo en el
país. Coproducciones como Semáforo en rojo de Julián Soler, también incluiría
Pasado el meridiano de José María Arzuaga, El río de las tumbas de Julio
Luzardo, que fue quizá la primera película que tocó directamente el tema de la
violencia en el país y lo hizo con V mayúscula. Pero ya digamos después de los
70 no quiero opinar mucho porque mi carrera ya lleva 45 años y mucho se ha
hecho en ese tiempo. Ya es el tiempo el que dirá.
GJR: ¿Algún proyecto en mente ahora
después de Todo Comenzó por el fin?
LO: Por ahora la verdad que no, seguir
acompañando a Todo comenzó por el fin en su proceso de aprender a caminar
solita porque las películas son como los hijos.
*Estudió Sociología en el Externado de Colombia y, posteriormente, una maestría en Sociología de la Cultura en alguna universidad argentina. Actualmente trabaja como editor y redactor para revistas digitales y programas de radio independientes de arte, cultura y sociedad en Buenos Aires y Montevideo.
** Cubrimiento especial para Buen Ayre Visual (Argentina) y Pajarera del Medio (Colombia).
*Estudió Sociología en el Externado de Colombia y, posteriormente, una maestría en Sociología de la Cultura en alguna universidad argentina. Actualmente trabaja como editor y redactor para revistas digitales y programas de radio independientes de arte, cultura y sociedad en Buenos Aires y Montevideo.
** Cubrimiento especial para Buen Ayre Visual (Argentina) y Pajarera del Medio (Colombia).
Hay cosas mucho más importantes que están pasando en el panorama del cine, tanto en Bogotá como en Colombia, en vez de seguirle celebrando las farras ochenteras a un pendejo que aún sigue viviendo de glorias pasadas e insistiendo en colarse en la historia a como dé lugar. En este momento el gobierno Peñalosa está pisoteando el proyecto de nueva Cinemateca y vendiendo la principal empresa de telecomunicaciones: ambos problemas conciernen al resto del país por el atraso en el que caería la cultura si estos neoliberales se salen con la suya. Nada nuevo hay en esta entrevista que no se diga en los documentales auto-indulgentes que se celebra el megalómano grupo de Cali cada diez o quince años para intentar seguir perdurando en la memoria, después de décadas de incapacidad de mirar alrededor. Si aún siguen de rumba, allá ellos, pero este país se está pudriendo y lo que se necesita son cineastas lúcidos y comprometidos con la compleja coyuntura que está teniendo lugar. El anécdota, el chisme y el culto a la personalidad no pueden ser relevantes en un momento de caos político, cultural y artístico como el que los sectores hegemónicos están tratando de invisibilizar, para vender, neutralizar o inutilizar lo público y los derechos fundamentales de la ciudadanía. El grupito de Cali se convierte en una etiqueta alienante, irrelevante y distractora, al estilo de una marca de mercado anquilosada y cansina que de ningún modo está produciendo pensamiento, reflexiones o si quiera el menor cuestionamiento sobre la compleja situación actual.
ResponderEliminarAcabo de escuchar el audio de la rueda de prensa de la Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte sobre la Nueva Cinemateca, y francamente sorprende el nivel de manipulación, tergiversación y mentira descarada de la Administración Peñalosa. ¿Alguien francamente cree que están comprometidos con el proyecto? Genera mucha suspicacia que, como bien anota Pedro Adrián en su pregunta, en 15 días se haya cambiado el discurso de esa manera. Lo obvio aquí es que vieron que el gremio se estaba organizando en torno a la protesta justa y para contener el daño mediático se inventan una rueda de prensa como esa, que replican como perros obedientes los grandes medios oficiales. La rueda de prensa deja más preguntas que certezas:
ResponderEliminar1) Si en 15 días decidieron que la sostenibilidad del proyecto es viable, ¿Qué privados están negociando su entrada en la operación de la Nueva Cinemateca? ¿Veremos a un monstruo nefasto como Cine Colombia haciendo parte del proyecto? ¿Por qué no son transparentes y le informan a la ciudadanía qué sucedió estos 15 días?
2.) ¿Qué sucedió exactamente con Julián David Correa? ¿La nueva administración aceptó su renuncia protocolaria que se hace en el cambio de gobierno hace 4 meses? ¿Lo echaron la semana pasada? Muy sospechoso.
3.) ¿Está incluido el proyecto de la Nueva Cinemateca en el Plan de Desarrollo reciente de la Administración Peñalosa? ¿Se hizo enmienda al respecto? Una administración que no habla de Cambio Climático, ni de víctimas en sus planes de gobierno, estará realmente interesada en el desarrollo audiovisual del distrito?
Ese cuento que la construcción "empieza en unos días" como dice la señora en la rueda de prensa, porque "el segundo semestre ya casi inicia" suena a pura improvisación, así como han venido diciendo que el año entrante empieza la construcción de un metro que ni tiene estudios. En la rueda de prensa lo único que faltó fue un "render" del proyecto, con los venados asistiendo a cine y una estación de transmilenio en la mitad del edificio. Esta administración es experta en eso, en crear imágenes renderizadas para engañar bobos. A Peñalosa le iría mejor haciendo cine en Hollywood y a nuestros creadores, críticos y público en general nos hace falta desconfiar más de sujetos como él. ¡Alerta, señores! Si se creen el cuento de la rueda de prensa, llegará el 2020 y seguiremos con la misma cinemateca de siempre. O, en el mejor de los casos, tendremos un multiplex en Las Aguas administrado por Cine Colombia. Hay que estar muy pendientes y no bajar la guardia ante comunicados manipuladores que lo único que buscan es distraer y engañar