lunes, 17 de febrero de 2014

Cuchillo de palo, de Renate Costa: "Uno, cero, ocho, repriman"

A propósito de la reciente emisión, en la televisión pública colombiana, del documental paraguayo Cuchillo de palo, Pajarera del medio retoma esta entrevista con su directora, Renate Costa, realizada en el marco del BAFICI, en el año en el cual la película fue exhibida y premiada en ese festival. Cuchillo de palo es un documento imprescindible para agregarle nuevas dimensiones al dolor colectivo que producen las dictaduras y su manera de ensañarse con los ciudadanos de a pie, en este caso un grupo de homosexuales, entre ellos el tío de la directora.

Por Patricia Carbonari

El locutor radial Bernardo Aranda fue asesinado y luego calcinado con el combustible de su moto el 1° de septiembre de 1959 en la ciudad de Asunción. Inmediatamente, aparece involucrado en el asesinato un hombre ligado al régimen de facto de Alfredo Stroessner, quien gobernó Paraguay durante 45 años, desde 1954 hasta 1989.

El crimen, que resultaba imprescindible encubrir, fue presentado como pasional y, por tratarse de dos personas del mismo sexo (víctima y victimario), el régimen stronista “dedujo” que tanto los autores del hecho como el asesinado eran homosexuales; esto trajo como consecuencia el inicio de una fuerte persecución a todo aquel sospechoso de ser gay. Se pusieron en marcha detenciones arbitrarias y torturas, al acostumbrado estilo de los regímenes dictatoriales, y se contó con un amplio sector de la prensa que se refería a los homosexuales como «la logia de amorales que ponía en peligro la raza de hombres que había sido defendida por los héroes de la patria».            

Desde que el dictador ordenara la confección de una lista negra que fue numerada del 1 al 108, y donde figuraban los “amorales” a los que había que perseguir como sospechosos de crímenes sexuales «por reunir la misma condición que el supuesto asesino de Bernardo Aranda», el número 108 se instaló como un sinónimo de homosexual. Estas ciento ocho personas fueron obligadas a desfilar desde el colegio Las Teresas en la capital paraguaya hasta el Cuartel de Policía, desnudos, cargando piedras en sus espaldas, y soportando todo tipo de insultos.

Rodolfo Héctor Costa Torres aparecía con el número 41. Su  padre deseaba que sus hijos fueran herreros como su abuelo. Y todos, menos uno, siguieron la tradición. Rodolfo quería ser bailarín.
La cineasta paraguaya Renate Costa, sobrina de Rodolfo, realizó, a propósito del misterio que representaba para ella la muerte de su tío, Cuchillo de palo, un documental cuyo título surge del dicho popular “En casa de herrero, cuchillo de palo”. El documental busca acercarse a las circunstancias que rodearon la muerte de Rodolfo, personaje que será el disparador de una investigación que comienza siendo privada, pero que luego abrirá un abanico insospechado y terminará mostrando el costado más cruento de las dictaduras latinoamericanas. Nos zambulle, con vocación de thriller, en la perversa logística implementada durante la represión.

En la siguiente entrevista la directora cuenta más sobre su historia personal convertida en polifonía de época; las voces del entorno privado de Costa serán las de esos sectores sociales que diseñaron un período histórico atravesado por la discriminación y el silencio.

Patricia Carbonari: Renate, cuando ingresas por primera vez a la casa de tu tío, él ya estaba muerto. Tus palabras, en off, me llamaron mucho la atención: “Su cuerpo, sin vida, estaba desnudo en el piso, y yo ni lo miré. Sólo caminé a su ropero, a sus recuerdos” ¿Qué pasó allí con la mirada? ¿Intuías que al “mirar” ibas a reconstruir ese rompecabezas personal y social?

Renate Costa: No sabía hasta dónde podía llegar. Yo empecé buscando aquello que él buscaba, mi tío ocultaba algo, quizás su tristeza o alguna otra cosa que ya no puedo saber. Desde que él murió y me dijeron que fue "de tristeza", esa respuesta me marcó y me obligó a mirar hacia el pasado. No podía dejar de preguntarme ¿qué le pasa a un corazón que muere de tristeza? ¿es realmente posible morir así? Su presencia en mi vida fue mínima, pero esa tristeza me angustiaba porque él era un referente de alegría para mí.

¿Te costó optar por tu propia historia familiar?
Al inicio era reacia a que mi historia personal o familiar fuese eje del relato, pero no encontré otra alternativa. Habían demasiados silencios, una vida llena de huecos, y el fantasma de mi tío al que necesitaba darle forma, al menos en mis recuerdos. Una persona me acercó, antes del rodaje, una copia de la lista de homosexuales durante el proceso de Stroessner. Los originales los obtuve en el "Archivo del Terror del Operativo Cóndor" donde figura el nombre de mi tío. Fue muy fuerte ver tantas listas, listas escritas a mano, listas a máquina, todo en el régimen de Stroessner se organizaba por listas. Las listas de homosexuales fueron las más temibles, porque la censura social que seguía después de aparecer en una de ellas asfixiaba, no te dejaba vivir. Era muy duro el castigo de la policía, pero el rechazo de la población era peor.

Yo creo que formaba parte del proceso generar el rechazo de la sociedad, que el imaginario colectivo estigmatice a los homosexuales como asesinos y de ese modo instalar el terror. Aún hoy esta represión muestra su proyección simbólica en algunos testimonios de quienes solicitan el anonimato, en el escalofrío que les corre al mencionar las listas negras y en el discurso conservador de aquellos que internalizaron las consignas moralizantes de la dictadura. No tendría lugar un régimen así sin complicidades, era necesario legitimar los mecanismos discriminatorios en el espacio social para llevar a cabo semejante atrocidad, como en toda nuestra Latinoamérica.           

Lastimosamente, las dictaduras de nuestros países fueron muy parecidas. En el caso de las represiones a homosexuales en Paraguay sí encontré algo muy distinto: el castigo, en muchos casos, terminaba siendo hacia uno mismo, a ellos los hacían tan visibles que ya no podían existir, algo opuesto a los "desaparecidos" de la dictadura argentina, por ejemplo. Yo tenía en mente hacer una película sobre la aceptación, la tolerancia, pero a nivel personal descubrí que a mí me costaba tanto aceptar a mi padre como a él le costaba aceptar la vida que llevaba Rodolfo. Si quería hacer una película sobre la aceptación debía empezar por mí. Necesitaba comprender por qué tanto silencio, por qué tanta hipocresía, ponerme en los zapatos de esa generación y llegar a hablar con mi papá sobre eso. Me impresionaba como, a pesar de todas las diferencias, las relaciones entre padres e hijos funcionan bastante bien.

En un momento de la película dices “No sé si voy a animarme a contarle a papá lo que pasó con mi tío”. ¿Cómo te paraste frente a esta revolución personal? 
No sé si me animé a contarle a mi papá todo. Yo también soy fruto de la dictadura. Yo también callé muchas cosas. Hay cosas que él se enteró al ver la película, mis palabras no podían expresar todo lo que yo quería contarle. No me salía decirle de qué forma castigaron a su hermano por ejemplo. Sólo al ver la película completa, él entendió lo que había pasado y no siente vergüenza, piensa que es importante haberlo hablado.

En la película se ve el contrapunto entre los relatos de quienes ocultaron por vergüenza y quienes no lo discriminaban, sus compañeros.
En el caso de Cuchillo de Palo pasó algo increíble: estaba retratando una sociedad reprimida por la dictadura, algo que pasó hace 20 años, pero como no se habló de eso, todo estaba latente, las huellas de nuestro pasado reciente se podían alcanzar desde el presente. Quizás por eso el viaje entre el pasado y el presente fluyó con mucha naturalidad; incluso el pensamiento de mi padre, que sólo representa como piensan muchos más, se mantuvo intacto.

Asunción, una ciudad que le da la espalda al río
El río es una suerte de línea divisoria por donde se desplaza tu cámara ni bien se apagan las luces de la sala y comienza el film. A través de tu punto de vista observamos la ciudad de Asunción, mientras tu voz en off nos habla de ella, de su soberbia, de lo que oculta, de lo que prefiere no indagar. ¿Cómo elegiste los escenarios?                                                                                                                                                
Desde que me dieron la foto donde Rodolfo está vestido con traje de mambo, salí con ella buscando rastros: "bailaba en los night club para turistas", "bailaba descalzo en los carnavales", "entrenaba a sus amigos para los concursos de belleza", "no dejaba que nadie entre a su casa" eran las respuestas. Al inicio me fascinaba este mundo del baile y quería retratar a esos bailarines que debían esconderse de sus familias para actuar. Me interesaba la noche y el espectáculo. Pero conociendo a los de su generación, la forma en que los trataron, las detenciones sin sentido, las listas, las humillaciones, tuve la necesidad de contar esa historia y el mundo del espectáculo quedó de lado.

Cuéntame un poco como planificaste las entrevistas y cómo construiste tu mirada.                                                                                                                                                       
Yo no me sentía cómoda haciendo de periodista, era una historia personal, me interesaba dialogar con mi papá, conocer a la gente que conoció mi tío, entablar una relación de confianza con ellos. Algo que en los encuentros funcionaba muy bien era la repetición. Al inicio, les hacía la pregunta que más me interesaba y la volvía a repetir al final, cuando la cámara se volvía casi imperceptible y las personas siempre respondían mejor a la pregunta. Tuve un equipo de trabajo en Barcelona con el que discutíamos el proyecto, veíamos películas, ellos conocían hasta mis recuerdos, gustos y disgustos. Para el rodaje vinieron los responsables de cámara y sonido, equipo mínimo para preservar la intimidad de cada escena y poder reaccionar rápido, sin perder tiempo. Mi relación con esa realidad filmada era tan estrecha que a menudo todo lo planificado era arrollado por las situaciones por las que pasaba y aunque antes habíamos hablado de dispositivos de rodaje, Paraguay es tan sui géneris que pasábamos del plan A al B, C, D y F sobre la marcha. En cuanto a la forma de construir mi mirada, siendo que otra persona llevaba la cámara, trabajamos una fotografía muy orgánica, cámara en mano, teleobjetivos. Los lugares donde nos tocó trabajar eran además bastante reducidos, claustrofóbicos, y queríamos acentuar esta sensación de encierro, oscuridad y silencio. Me gusta trabajar con lo que encuentro en cada lugar, interferir lo mínimo, improvisar moviendo las luces que hay en esa misma casa (si las que encontramos no sirven), elegir el mejor lugar y movimientos al llegar, no hablar con los personajes hasta el momento que estamos todos ubicados.

El diálogo que tiene la cámara con Rodolfo, cuando muestras el video de la fiesta familiar, ese diálogo que no se había podido dar durante su vida, a mí, como espectadora, no me permite el distanciamiento. La voz en off es el recurso que finalmente aleja el relato, lo universaliza, desde tu historia a la del Paraguay de Stroessner; cualquier ciudadano latinoamericano podría pensar la represión durante la dictadura de su país y encontrar similitudes.                                                                   
Sí, la voz en off me ayudó a viajar entre el pasado reciente y el presente. Reaccionar. Mostrar cómo me iba sintiendo con cada paso que daba, con lo que descubría que vivió mi tío. Tuve la necesidad de situar la dictadura en medio de mis recuerdos, dar datos más claros. Para esto me sirvió la voz en off; no quería alejar al espectador de lo filmado, sino intentar tejer mis pensamientos, relacionándolos con lo que iba sucediendo. Es complejo trabajar con voz en off, fue un proceso largo para simplificar al máximo la relación con mi tío, ese periodo de mi vida.

Cuando lees las cartas de las detenciones masivas optas por acompañarlas con planos detalle. En la estructura del film funciona, como el resto de los planos-detalle, yendo de lo particular a lo general. Recordé a Bresson, que huía fervorosamente de la banalidad, de lo que sobra, cuando decía que los planos generales distraen la particularidad, no permiten ver las diferencias ni la complejidad espiritual del hombre. ¿Qué sumó al relato esta elección del plano-detalle?
Sinceramente no encontré otra opción. No podía mostrar ningún nombre que no sea el de mi tío. Las ordenes de detención y libertad incluían a los hombres apresados ese día, en algunos documentos eran 20 y no podía exponer a gente que prefiere borrar ese recuerdo de su vida.   

¿Solo por eso, por esas heridas abiertas, preferiste los planos-detalle?                                             
Toda la historia de mi tío resulta un cúmulo de mitos. Nada es concreto. Todos los recuerdos son fugaces. A la hora de entrar en el Archivo del Terror, al encontrar las listas originales de homosexuales, al ver escrito su nombre completo, necesitaba representar esa realidad de la forma más precisa posible, es decir, vistas en primer plano. Yo estaba buscando una verdad y esos documentos del  "Archivo del Terror" del Operativo Cóndor que yo descubría por primera vez, ganaban un peso de realidad impresionante, los nombres de los homosexuales detenidos subrayados en rojo, las notas dirigidas a los altos mandos de la dictadura, los encabezados más temibles que llevaban la señal de "orden superior", el nombre completo de mi tío. Debía respetar cada cosa tal cual era, eliminando lo adicional, siguiendo sólo el movimiento de mis ojos, sin  perder de vista el aspecto de verdad con un tratamiento sin interferencias, frontal, de planos detalle. Creo que al contar algo pequeño, concentrarse en eso que uno conoce, algo de uno mismo, termina contando algo que les pasa a todos. La película habla del abuso de poder de una dictadura muy larga, poco retratada y de un tema tabú, como es la opción sexual diferente. Y como las películas que me gustan son muy realistas, yo creo que lo importante ha sido hablar, no dar la espalda, revisar qué pasó. En mi país, con eso es suficiente por ahora.
Ver trailer:

sábado, 15 de febrero de 2014

La sociedad del semáforo y el cine de los márgenes



El siguiente artículo fue escrito para la clase Teoría e Historia de los Medios V, de la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad Nacional, y sirve para volver los ojos a una película la mayoría de las veces incomprendida, tanto en el elogio como en la indiferencia. Dos largometrajes de Rubén Mendoza, el director de La sociedad del semáforo, se presentarán en la próxima edición del Festival de Cine de Cartagena. Se trata de Tierra en la lengua y Memorias del Calavero, por lo cual revisar sus claves narrativas y estilísticas se vuelve más necesario.


Por Camilo Villamizar Plazas

Entre las películas del cine colombiano contemporáneo que más han intentado experimentar formal y narrativamente (con diferentes niveles de éxito) se encuentra La sociedad del semáforo (2010, 108 min), el primer largometraje del boyacense Rubén Mendoza.

Una película llena de matices, que se arriesga con un contenido que se torna ambiguo a la luz de las interpretaciones y se aventura en una narración que no siempre le deja al público del todo claro hacia dónde va. La sociedad del semáforo toma su nombre del mecanismo de señalización vial que nos dice cuándo debemos parar y cuándo debemos seguir, sin mediaciones, pues se trata de un aparato que tiene la arrolladora fuerza de la ley. 

El semáforo es de este modo un signo que nos hace partícipes de la ley y nos separa de la anarquía vial; en las calles colombianas está acompañado usualmente por un conjunto de personajes que basan su sustento en la capacidad que el semáforo tiene para hacer que la gente se vea obligada a reconocer su existencia y en algunos casos a intercambiar dinero con ellos a cambio de bienes y servicios de diversa naturaleza. Se trata de personajes que viven en la pura frontera de una sociedad en la que no cupieron porque no quisieron o porque los sacaron a patadas. 



Es posible ver entonces como La sociedad del semáforo es una película que visita varios de los tópicos históricos del cine colombiano, tales como la violencia, la marginalidad y la política, pero también se puede identificar una mirada particular e intensamente personal a la hora de tratarlos, lo cual dificulta trazar una relación entre el primer largometraje de Mendoza y películas anteriores del cine colombiano y cualquier aproximación crítica para comprender de dónde surge un película tan transgresiva.

Al ser tan personal la mirada con la cual Mendoza hizo la película, el espectador se ve obligado a interpretar y llenar muchos de los vacíos que éste deja abiertos como consecuencia de su mirada tan subjetiva. El director no dice con su película directamente a dónde quiere llegar y no hace evidente sus objetivos (si es que los hay), lo cual obliga al espectador a buscar, entre las imágenes y los sonidos, un sentido propio y personal. Esto hizo que la recepción de La sociedad del semáforo fuera complicada, particularmente entre aquel periodismo cinematográfico que se dedica a recomendar películas en lugar de analizarlas.

Y es que esa cualidad esquiva del sentido de La sociedad del semáforo nunca fue gratuita, todo lo contrario, responde a una deliberada falta de interés por parte del director de proponer significados explícitos a la audiencia. Mendoza afirma: “para mí, mucho más importante que comunicar, que soñar con la propia sala de cine, es el momento de la manufactura” (1) dejando entrever una preocupación mucho mayor por el proceso creativo que implica la realización de la obra cinematográfica, que en transmitir sentidos y significados.


Límites, fronteras y tradiciones

La sociedad del semáforo cuenta la historia de un grupo de personas que por diferentes circunstancias como el desplazamiento, el vicio, la disconformidad con la sociedad o el abandono viven del semáforo. Esto de entrada configura dentro de la película un universo dentro del cual se desarrolla: la marginalidad. Estos sujetos marginales viven “en el margen de lo urbano, al margen de la ley y/o al margen de la producción capitalista” (2). Esta condición marginal o liminal los pone como entidades que aún forman parte de aquello de lo cual se encuentran apartados, pero que han sido relegados, obviados o en algunos casos condenados a su periferia, de manera que el grueso de la sociedad pueda seguir su curso sin que estos se interpongan.


Esta condición del sujeto marginal como quien “aún forma parte de” es importante porque los sujetos que se representan en la película son entidades presentes y tangibles de nuestra sociedad, pues los vemos todos los días y compartimos con ellos. En el caso particular de La sociedad del semáforo, estos sujetos no se encuentran en el margen geográfico, sino que están entre nosotros, ahí en la calle 6 con carrera 4 en el centro de Bogotá, y esta es, por ejemplo, una diferencia importante a tener en cuenta entre películas como La sociedad del semáforo y Rodrigo D. (Víctor Gaviria, 1990, 91 min.), pues en esta última el factor de la marginalidad geográfica de las comunas es utilizado como elemento principal de la historia, lo cual es revertido en La sociedad del semáforo al proponer el espacio del semáforo como aquel del encuentro forzado entre marginalidad y “normalidad”. Este encuentro, sus dinámicas y sus diferentes transformaciones es lo que en últimas cuenta la película.

El tópico de la marginalidad ha sido recurrente en el cine colombiano, y se puede entender como ligado al tópico de la violencia, pues en el caso colombiano la marginalidad ha sido en su mayoría consecuencia y escenario de esta última. Juana Suarez ubica películas como Gamín (Ciro Duran, 1977, 110 min.), Agarrando pueblo (Luis Ospina y Carlos Mayolo, 1978, 26 min.), Rodrigo D. y La vendedora de rosas (Víctor Gaviria, 1998, 115 min.) dentro de aquellas obras que trataron este tema y ofrecieron diferentes modos de representación al respecto.

La sociedad del semáforo podría entrar fácilmente a ese grupo de películas, pues no cabe duda de que el sujeto marginal está en el centro del filme, y el hecho de que incluya dentro de sí referencias directas a Agarrando pueblo, tales como los extractos sonoros de diferentes escenas que suenan al comienzo de la película, hablan de que no solo pertenece al grupo de “películas que tratan el tema de la marginalidad” sino que también dialoga con las demás películas del grupo, partiendo por lo menos de Agarrando pueblo para retomar el tema. Agarrando pueblo por su parte, es una película que solo se puede entender como reacción directa a otras películas de su época, tales como Gamín, que se dedicaban a retratar la marginalidad. Siendo así, es razonable identificar a La sociedad del semáforo como participante activo de lo que podríamos llamar “tradición del cine sobre la marginalidad”(3).

Cabe entonces empezar a comparar La sociedad del semáforo con las películas que forman esta tradición a partir de su más obvia antecesora: Agarrando pueblo. Según Mendoza, ambas películas plantean posturas críticas frente síntomas del cine de la época; en el caso de Agarrando pueblo, se trata del cine del sobreprecio de los setenta, en el caso de La sociedad del semáforo se trata de la dependencia del cine colombiano actual de los fondos nacionales e internacionales (4). Por eso en la secuencia de títulos de La sociedad del semáforo, donde aparecen los nombres de los fondos que financiaron la película, se puede oír la voz del personaje de Mayolo en Agarrando pueblo jactándose de que está haciendo una película para que se vea en Alemania. “Yo estoy haciendo películas de pobres con dinero de afuera” (5) dice Mendoza. Pero, que el tema del sobreprecio como coyuntura ya haya quedado atrás, no significa que las dos películas no compartan maneras de acercarse a la población marginal que representan.

En La sociedad del semáforo la manera en que se retrata al sujeto marginal está libre de taras metodológicas impuestas por la sociología o la antropología, y deja de lado cualquier responsabilidad informativa, así como la necesidad de narrar en términos de hechos o de contextualizar, cosa también presente en Agarrando pueblo. Sin embargo, sí se puede vislumbrar en la película de Mendoza una ética y una responsabilidad, no tanto con la realidad como con sus personajes, que está ausente en la representación que hace Agarrando pueblo (con excepción de su epílogo), precisamente por la necesidad de esta película de satirizar la falta de ética de quienes criticaban. 

Gamín es otra de las películas importantes dentro de la tradición del cine sobre la marginalidad. Este largometraje documental de Ciro Durán presenta algunas de las características que dominaron el cine del sobreprecio que critican Mayolo y Ospina en Agarrando pueblo y su relación con La sociedad del semáforo está mediada por la película de estos caleños. El tono omnisciente de la película en el cual “el narrador en off así como varios subtítulos proporcionan definiciones de términos (por ejemplo, “gallada”, “gamín” y “rebusque”), ofrecen estadísticas sobre el crecimiento de Bogotá y brindan aclaraciones históricas, en particular sobre La Violencia” (6) demuestra como el objetivo de la película es explicar y presentar el fenómeno de la marginalidad a audiencias extranjeras, lo cual contrasta con la escasez de aclaraciones y explicaciones en La sociedad del semáforo, particularmente cuando da saltos indiscriminados y sin previo aviso de la realidad a la alucinación no dejando siempre claro cuál es cuál, demostrando así el tono personal y subjetivo con el que se cuenta la película.

Por su parte, en la relación con las dos primeros largometrajes de Víctor Gaviria las diferencias son mucho más claras. El cine de Gaviria apunta hacia la construcción de un realismo social; “en el caso de Rodrigo D. y La vendedora, la elección de sicarios y pistolocos y de niños de la calle como actores y la filmación en las comunas y en la carrera 70 respectivamente, subordina las locaciones de la película a los intereses de la narrativa cinematográfica. Como tal, los largometrajes de Gaviria instalan al espectador ante un sistema visual demasiado real”(7), mientras el largometraje de Mendoza apunta hacia una construcción poética de la realidad, con elementos como las alucinaciones consecuencia de la droga y los discos de silencio, que rompen la diégesis.



Existen además películas como Pepos (Jorge Aldana, 1983, 56 min.) que parecen remitir a un tratamiento de la marginalidad que comparte cosas con La sociedad del semáforo. Desafortunadamente el visionado de la película es casi imposible, pero es factible plantear hipótesis a partir de cosas como las que menciona Augusto Bernal: “existe una cinta desconocida llamada Pepos, que puede representar muy bien al país. Es una película de transición entre el periodo que terminó con Focine y el de los realizadores que inician su proceso de madurez en los canales regionales. Abarca el dilema de la droga como una alternativa social y personal con el despertar del rock colombiano, para su momento considerado anacrónico” (8). La representación de la droga como una alternativa social y personal válida es un elemento que está presente en La sociedad del semáforo y son pocas las películas que asumen el tema de esa manera: mostrar la droga como un recurso de los sujetos marginales para alejarse voluntariamente aún más de una normatividad en la que no caben. Una reseña de Pepos dice “Jorge Aldana construye una obra de una tensión tan extraordinaria que hace de la calle un hábitat y del cine regular, un adversario” (9). No es difícil creer que tales cosas puedan también decirse de La sociedad del semáforo.

Si bien la “tradición del cine sobre la marginalidad” no tiene un corpus de películas tan amplio como el de otras tradiciones del cine colombiano, sí goza de relativa longevidad, abarcando por lo menos cuatro generaciones de películas que no solo comparten una urgencia temática, sino que se han mirado las unas a las otras como fuente de inspiración o crítica. Así, en esta tradición La sociedad del semáforo surge como la más reciente película colombiana que elige el tema de la marginalidad como eje principal, parándose indudablemente sobre los hombros de las películas que componen dicha tradición y asumiendo una mirada crítica sobre ellas, pero sobretodo, aportando un elemento poético y personal a la manera de representar el límite de la sociedad.

Ver trailer:



Notas:

1). Mendoza, Rubén. Entrevista concedida al autor del presente artículo el día 22 de enero de 2014.

2). Suárez, Juana. “Agarrando el margen: cine y espacios liminales en Colombia” en: Cinembargo Colombia, ensayos críticos sobre cine y cultura, Editorial Universidad del Valle /Ministerio de Cultura, 2009, p. 81.

3). Debe entenderse aquí tradición no como una mera agrupación de películas que coinciden en un tema, sino como películas que además están relacionadas entre sí, y que a medida que pasan las generaciones, van construyendo sobre lo que las otras han planteado.

4). Mendoza, Rubén. Entrevista concedida al autor del presente artículo el día 22 de enero de 2014.

5). Ibíd.

6) Suárez, Juana. “Agarrando el margen: cine y espacios liminales en Colombia” en: Cinembargo Colombia, ensayos críticos sobre cine y cultura, Editorial Universidad del Valle /Ministerio de Cultura, 2009, p. 85.

7) Ibíd, p. 91.

8). Bernal, Augusto. Pepos en “La película más emblemática”, Revista Semana, 25 de agosto de 2012.

9) Ministerio de Cultura – Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Pepos, en Catalogo BAFICI 2008, p. 289